Juan Bonilla coge en brazos a una de sus ovejas. BRÍGIDO

«Si paramos nosotros, la gente no puede vivir»

Diario de un ganadero en la pandemia ·

El ganadero Juan Bonilla convive con su rebaño de 1.250 ovejas, en su finca de El Carrascalejo, durante la crisis del coronavirus

Viernes, 3 de abril 2020, 08:03

Al ganadero Juan Bonilla Polo, de 55 años, le gusta más la música que la lectura. La música llega a través de la radio, la compañera muy agradecida –confiesa– cuando cada día, a eso de las ocho y media más o menos se mete en su «chiringuito» en el campo a cenar algo después de cuidar a su rebaño de 1.250 ovejas. Lo que llama chiringuito no es más que una improvisada caseta habitable, en realidad lo que antes era un camión frigorífico, donde tiene una improvisada cama. Allí, durante dos meses seguidos, en tres etapas diferentes del año, pasa las noches para evitar que le roben los corderos recién paridos o en fase de engorde hasta que con poco más de 22 kilos se saquen al mercado. «En eso y en otros cosas no ha cambiado nada para la gente del campo la vida habitual a pesar del coronavirus», subraya.

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El famoso dicho recogido en la novela 'El gatopardo' de cambiar todo para que nadie cambie tiene su aplicación en el campo, agrega el ganadero emeritense. «Todo ha cambiado para la gente con este virus. Y para nosotros, los agricultores y los ganaderos, también supone cambios pero en el fondo seguimos haciendo prácticamente lo mismo. Quizás de diferente formas en algunas cosas pero igual en el fondo», señala en la finca San Cristóbal, en el término municipal de El Carrascalejo, a unos 14 kilómetros de la capital de Extremadura.

Entre esa finca y la de Cancho Gordo, en la carretera de La Nava de Santiago, Bonilla reparte su ganado ovino. Son unas 260 hectáreas de terreno. No es su dueño sino su arrendatario. «El campo es mi vida y el coronavirus no impide que lo siga siendo. Diría que casi al contrario, que ahora sobre todo debe darse cuenta la sociedad que el trabajo de ganaderos y agricultores en fundamental para que todo marche. Si paramos nosotros, la gente no puede vivir», relata mientras llena las cubas con agua para que los corderos de una de sus parideras puedan tener agua asegurada toda la jornada.

Juan Bonilla alimenta a sus ovejas en una finca de El Carrascalejo, en el entorno de Mérida. BRÍGIDO

Casado, con dos hijas, una que estudió Biología y que trabaja en una empresa farmacéutica en Londres y otra que hace Magisterio en Badajoz, Juan mantiene una rutina casi inalterable. Solo la presencia de una mascarilla que se pone algunas veces en el campo y sobre todo cuando tiene que ir a Mérida introduce alguna novedad. Se levanta cada día a las seis menos cuarto. Es plena noche. Se viste, oye la radio un rato y sobre las siete se suele tomar un café. Hace tiempo hasta que se pueda ver algo de luz.

«La caseta es acogedora, no paso frío, tengo luz gracias a una placa solar y hasta unas garrafitas de vino de pitarra», remarca poniendo la vista de nuevo en su singular vivienda en estos días. Y recuerda que como su alojamiento no tiene enchufes, debe cargar el móvil en el coche.

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«Antes el café me gustaba ir a tomarlo con gente en Aljucén o El Carrascalejo, pero ahora como los bares están cerrados y la movilidad debe ser escasa eso se ha acabado. Ahora me lo tomo solo con un termo y se acabó», sentencia.

En estas fechas duerme en el campo, en una reinventada caseta que es el resto de un camión frigorífico. brígido

Más vigilancia

Ya con la luz del día, mira los corderos recién nacidos lo primero, «Les echo de comer, miro las ovejas, si están malas, si se han enganchado a las alambradas... un montón de cosas que te aseguro te mantienen entretenido entre las dos fincas, haga sol o llueva», suelta con una medio carcajada.

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Aparte de ganadero, Bonilla Polo es agricultor. Cultiva unas 60 hectáreas de cereales entre El Carrascalejo y Aljucén. Trigo, cebada, avena... Todo es para autoconsumo. Para sus animales.

«A veces me vengo a mi casa de Mérida (avenida Reina Sofía, la antigua N-V) a comer. Llego sobre las dos menos cuarto de la tarde. Luego me vuelvo para el campo a las cuatro y media de la tarde. Sobre las cinco llevo sacos de pienso para echarles de comer a los animales y preparo los bebedores para los corderos. Siempre hay algo que hacer», resume con buen ánimo.

Bonilla cuenta con 1.200 cabezas de ovino además de cultivar herbáceos. BRÍGIDO

La sorna no le falta a pesar de que la situación actual no da pie a la alegría. «Tengo tres parideras al año: septiembre, enero y mayo. En ese tiempo, durante dos meses seguidos, me quedo a dormir en mi chiringuito campero. Eso no ha cambiado nada con el virus porque el riesgo de que te roben ganado no ha desaparecido», apunta.

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Sin embargo, con la crisis del coronavirus sí que ha percibido un cambio drástico en su habitual vida ganadera. «Antes por estos sitios no se veía a la Guardia Civil en muchos kilómetros. El campo está abandonado en cuanto a vigilancia, eso lo hemos dicho muchas veces. Ahora, en cambio te encuentras a los guardias a menudo».

En este tiempo de crisis sanitaria no solo ha cambiado que vea más agentes de la Benemérita en el campo. «Me pararon el otro día. Me pidieron datos para comprobar que era ganadero. Como me sé de carrerilla el número del registro de explotaciones se lo recité. Ya no me preguntaron más. Entre eso y que me vieron con esta guisa –se refiere a su mono campero– y que tenía dos perros en el coche debieron pensar que era verdad, que estaba allí porque era ganadero, no de paseo», explica.

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El ganadero de ovino ahora no se encuentra a casi nadie que no sean guardias civiles en su trasiego por los caminos rurales. «Antes eran multitud de personas, desde senderistas hasta recolectores de espárragos. Ahora, lógicamente con la orden de quedarse en casa hay muchos menos, pero todavía me veo a gente haciendo algo que no debieran: pasear», cuenta.

Bonilla se pone mascarilla contra el contagio del COVID-19. BRÍGIDO

Especuladores

A las fincas le siguen llevando gasoil, fertilizantes y pienso sin problemas. «La única novedad es que recibo a esos trabajadores con mascarillas, ellos también las llevan y estamos más separados», incide. En este sentido, las medidas de prevención contra el coronavirus ha impuesto unas medidas que los profesionales del campo asumen sin rechistar. «Estoy haciendo una vida con precaución», insiste.

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El otro enfoque que se percibe de los efectos de la pandemia en el sector agroganadero extremeño tiene que ver con la economía.

El campo no se puede parar, se está repitiendo. Los agricultores y los ganaderos estamos manteniendo a la sociedad. No puede carecer de productos.

«Todo eso es cierto y supongo que la gente lo reconocerá», dice en primer lugar. Tras la pausa, Juan explica que el COVID-19 está dejando una caída notable del consumo en muchos productos «y los ganaderos estamos muy afectados. Ahora las multinacionales aprietan y no lo entiendo. Están especulando», denuncia.

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Para justificar su acusación pone un ejemplo práctico. Hace una semana ya tenía preparada una carga de corderos, un camión con 400 cabezas. De 22 kilos para arriba, «pero no gordos de los que van directos al matadero».

Antes de que llegara el transportista, le llamaron y le dijeron que «por esto de la crisis del coronavirus, ahora no me los iban a comprar, que no hay consumo. Pero el que ha caído es el nacional, no el extranjero, y a exportación van casi todos los corderos. Así que me he quedado con 400 borregos que ya tenía vendidos. Y ahora, ¿qué hago?. Pues seguir alimentándolos, engordándolos. ¿Y quién va a comprarlos luego, si es que alguien los compra, y a qué precio?», se cuestiona el emeritense.

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«Hay muchos que se quieren aprovechar de la crisis del virus para comprar a mucho peor precio del que se había cerrado. El mercado se está hundiendo en porcino, vacuno y corderos. Ahora que estamos en vísperas de Semana Santa teníamos que estar con unos buenos precios y vendiendo bastantes corderos, pero todo está parado», concluye.

Entre reflexión y reflexión, Bonilla se queda en silencio unos segundos antes de acabar la conversación. «El campo es mi vida y la de mucha gente. Agricultores y ganaderos comprometidos con la sociedad para que no les falte nada. Y trabajamos con la misma dedicación de siempre. Este virus, con todo lo grave que es, no va a acabar con nosotros».

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