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¿Qué ha pasado hoy, 11 de febrero, en Extremadura?

El aburrimiento

PLAZA ALTA ·

Miércoles, 19 de agosto 2020, 08:04

El día que no se le caía un calcetín, se le caían dos o tres pinzas de tender o la sábana bajera de la cama-nido del niño. Luego estaba la Cheli, que dependiendo de si amanecía bueno o no, le daba por arrojar el pijama, las zapatillas, un plato. La diferencia más evidente entre ambas vecinas era que la de la cama-nido «pasaba por normal» y la Cheli había nacido «corta de entendederas», aunque supiese firmar y acertase la hora –con un cuarto de hora de margen–, sin necesidad de ojear el reloj, pues nunca aprendió los números. Que yo sepa, ningún plato de los que lanzó la Cheli le abrió la cabeza a nadie, aunque los del bajo alzasen un puño a lo Vivien Leigh en 'Lo que el viento se llevó', implorando un poquito de por favor. Y como no había que lamentar males mayores, el incidente se iba diluyendo con el paso de los días hasta que a la Cheli le hacía masa un cable y algún plato sopero o de postre volaba por los aires hasta estamparse contra los horribles azulejos color verde moco de los que levantaban el puño con cada vez menos convicción, conste. Por su parte, la vecina a la que se le caían las pinzas de tender estaba todo el santo día pendiente de quién entraba o salía o se asomaba. Si abrías la ventana para airear la habitación del adolescente que sobrevivía a base de paciencia y arroz con tomate, allá que la tenías en la terracita, certificando el calor que hacía porque solo se aventuraba en el terreno de las obviedades y lo intranscendente, y probar a esquivar el «lugar común» no creo que supiese. Afortunadamente, no había vecino que le entrase al juego, algo que me reconciliaba, en parte, con el ser humano. De esta vecina nada más supe cuando me mudé. En cuanto a la Cheli, sé que lleva años en un colegio especial. Creo que ya no arroja platos por el balcón, aunque su afición por rajar los pijamas por la mitad –qué fuerza sigue teniendo la 'condená'–, no la ha perdido si al cielo se le ocurre nublarse o amenaza tormenta, aunque luego caigan cuatro gotas y ella no haya empuñado un paraguas en su vida. Estas dos vecinas, la una de Cádiz y la otra de Badajoz, debieran haber coincidido en el patio lavadero. Pegar la hebra con alguien siempre es más sencillo cuando escuchas al otro como quien oye llover o estás aburrida de la muerte. Tal para cual.

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