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«Queremos que la gente escuche a los que de verdad saben de ciencia. A los que hablan con rigor». María Díaz Urbano ejerce de portavoz. 21 años. Asienten con vehemencia sus ocho acompañantes en la mesa que ocupan en el Bar Carmen del Casco Antiguo.
Sobre la mesa, botellas de agua, refrescos y batas blancas. Paréntesis en su horario. Por la mañana clases y por la tarde prácticas en el laboratorio. Estudian tercero y cuarto de la tercera promoción de Biotecnología del campus. En un par de años saldrán al mercado laboral. «¿Quién quiere marcharse fuera de casa a trabajar?».
Los biotecnólogos tienen mucho que decir en una comunidad que vive de la producción agraria. Cortan plagas, mejoran cultivos y modernizan la transformación. La ciencia, insisten, no es ajena al mundo real, al que nos da de comer o mejora la salud.
Pero eso hay que explicarlo. Vocabulario sencillo. Ejemplos claros y temas que preocupen. El año pasado organizaron conferencias de divulgación científica en cafeterías de Badajoz. Tuvieron tanto éxito que el domingo repiten la experiencia en el Carmen de San Juan. Menú triple a media tarde. María Victoria Gil tratará el papel de la mujer en la ciencia, Francisco Centeno las proteínas en el Alzheimer y Alfonso Marzal la malaria y la influencia del cambio climático en algunas enfermedades.
No tienen duda de que gustará al que ponga el oído aunque nunca haya pisado la Facultad de Ciencias.
Los tres participaron el año pasado y al finalizar pasaron encuestas de evaluación. La nota más baja fue un cuatro y medio sobre cinco. «Han sido profesores nuestros y les pedimos que vengan a los bares porque son gente cercana, que interactúan con el público y se les entiende muy bien».
Como estudiantes piden a los docentes que salgan de su hábitat natural. Las seudociencias y los antivacunas se reproducen a ritmo de 'likes' por minuto en las redes sociales y Youtube.
Si el rigor se queda solo en la universidad se diluye. Hay que sacarlo fuera para anular la manipulación. Mucha tela que cortar por delante.
Enumeran. Empiezan por la transgenicofobia. Hay quien que ve a los biotecnólgo como científicos sin escrúpulos que se preocupan por ganar dinero sacando transgénicos al mercado. Y no es así. «Extremadura vive gracias a los transgénicos. No tiene sentido limitar su investigación y luego importar lo que se hace en otros países».
Basta recordar el maíz BT. Es la variedad que se planta en los regadíos del Guadiana y la que sobrevive a las plagas de taladro. Evitó la ruina del sector. O el arroz dorado, que salva a los niños pobres de la ceguera porque se enriquece con vitamina A. Su patente es gratuita. Se cedió para que llegara a los países subdesarrollados.
Almudena Rocha ejerce de benjamín del grupo. Diecinueve años. Cursa tercero y ha comprobado que cuando tocan temas interesantes y fáciles de entender el público responde. «Hemos elegido a gente que comunica bien y eso es importante». Insiste en los bulos por frenar. El más urgente, el de las vacunas. «Han erradicado muchas enfermedades y negar su eficacia es poner en riesgo a niños y enfermos porque se rompe la inmunidad de grupo».
Fernando Antonio Blanco es el único chico de la directiva de la asociación de estudiantes de biotecnología. Su caballo de batalla es la desinformación. Ha escuchado a muchos youtubers recomendar antibióticos para todo. Le enerva lo de las vacunas y el autismo. A su compañera Elena Franganillo le pasa algo parecido con la quimiofobia. El famoso 'yo solo compro natural, los químicos son muy malos' le saca de quicio.
A más de uno le ha enumerado los componentes químicos del huevo ecológico. «Si metemos la ciencia en la vida cotidiana de la gente no será tan fácil manipularnos». Y en esta retahíla de despropósitos no podía faltar la homeopatía. «Que quede claro. No cura. Hay muchos estafadores que se aprovechan de los enfermos». Y se alegran de la reciente revisión de la RAE. Margarita Salas ocupaba el sillón i y peleó para que del diccionario se eliminara «sistema curativo» por «práctica».
Este empeño por la divulgación les ha llevado también a recorrerse los institutos de la ciudad para hablar a los alumnos de la biotecnología. Lamentan que en algunos centros los estudiantes lleguen a selectividad sin haber pisado un laboratorio. Por eso reclaman la complicidad de los profesores de secundaria para que busquen huecos en los horarios.
Antes de terminar el paréntesis y volver a las prácticas se acuerdan de los políticos. «Ya que están todo el día en la tele podrían hablar alguna vez de ciencia o de investigación, en el debate electoral ni se mencionó». Por eso quieren llevarla a los bares. Para que no resulte tan fácil meter en una cajón los planes de investigación si toca cumplir con el déficit. Donde los políticos ven un gasto ellos ven una inversión.
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