j. l. g.
Jueves, 28 de febrero 2019, 07:54
Juan Valor vive en la calle La Sabaleta desde hace décadas, junto a los depósitos de agua de La Luneta, a pocos metros de Los Colorines. Sus vistas siempre han sido hacia una escombrera inmunda, así que él se ha ocupado de arreglar un pequeño jardín con una palmera frente a su cochera. Ayer, cuando salía con su Dacia, una hilera de niños y niñas se dispersaba con zachos en las manos por lo que hasta poco más de un año era el vertedero de las Cuestas de Orinaza.
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El lugar fue sellado con una capa de tierra vegetal hace unos meses y ante sus ojos quedó un campo en desnivel con hierbas y flores salvajes. Las vistas han mejorado sensiblemente. Ahora toca la siguiente fase, ponerle árboles autóctonos.
El primer paso se dio ayer y participaron los futuros adultos de la zona. Kiko y Sole son del colegio nuestra Señora de Fátima y apenas tienen tres y cuatro años. Bajaban de la mano de sus maestras por una vereda y al rato metían un plantón de encina en un agujero. Brian, de 18 años, vio una cámara y se marcó un improvisado rap de los árboles junto a sus colegas Brandon, 'Piti' y 'Adri' antes de empezar a plantar alcornoques.
En unos veinte años todos estos árboles –unos 250 en total– estarán dando sombra, calcula Paco Parra, de Adenex. Él está acostumbrado a coordinar reforestaciones en zonas quemadas, pero el proyecto en el que se embarcó ayer tiene que ver con revitalizar una zona marginada socialmente. Lo disfrutarán las próximas generaciones, pero la sensación ayer era de culminación de una reivindicación –la desaparición de un vertedero que suponía un peligro y un foco de gérmenes y delincuencia–, la posibilidad de construir una parte del barrio entre todos, y el reto de mantenerlo en buen estado durante los próximos años.
La actividad la han llevado a cabo 165 niños de cuatro colegios de la margen derecha (Santa Engracia, Fátima, San José y Nuestra Señora de la Asunción), además de nueve jóvenes del curso Motiva, destinado a encontrar empleo.
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Jesús Hernández, secretario del colegio Santa Engracia, el más cercano a Los Colorines, echaba ayer una mano a sus alumnos. Se les notaba encantados con la idea. «Todo lo que sea salir del centro y entrar en contacto con la naturaleza les motiva, y en este caso además aprenden a convivir con otros colegios de la zona, a comportarse cuando toca una actividad en grupo y colaboran adecentando su propio barrio. Es una actividad con muchos valores», señalaba este docente.
El alma del proyecto, el voluntario de la asociación Avanzamos, que aglutina a los colectivos que viven en la margen derecha al norte de las vías del tren, Julio Alberto Rodríguez, decía ayer antes de iniciar la plantación que «no era normal que en pleno siglo XXI la principal ciudad de Extremadura tuviera una escombrera a las puertas, por eso lo que está pasando ahora aquí es muy especial».
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Ricardo Cabezas, presidente de la asociación de vecinos del Gurugú, coincidía con esta celebración. «De aquí se han llegado a sacar dos o tres toneladas de amianto porque hemos estado veinte años abandonados por todas las administraciones». Ahora tienen por delante casi 120 hectáreas para convertirlas en un pulmón verde de Badajoz, por eso en un par de semanas acudirán más voluntarios y sus padres, en este caso unas setenta personas del grupo Scout de la parroquia del Gurugú, a seguir con esta forestación.
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