![Una monja clarisa tomando una foto a los visitantes este domingo en el claustro del convento de Santa Ana.](https://s2.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2024/05/12/patio3-Ro1D6eSBHNnnuSHzkio63sN-758x531@Hoy.jpg)
![Una monja clarisa tomando una foto a los visitantes este domingo en el claustro del convento de Santa Ana.](https://s2.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2024/05/12/patio3-Ro1D6eSBHNnnuSHzkio63sN-758x531@Hoy.jpg)
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Un convento de clausura del que los pacenses quieren saberlo todoSu iglesia guarda lo más valioso de hasta seis conventos que hubo en la provincia y también muchas historias, como la de aquel San Pedro escondido en un hueco tras el retablo principal para librarlo de un saqueo y que apareció por casualidad durante una ... restauración en 1991. A pocos metros pasa desapercibido un 'Cristo amarrado a la columna' de apenas medio metro de altura, talla del siglo XVIII que cuando la vieron los expertos coincidieron en que podría ser la mejor pieza de toda la iconografía religiosa pacense. Y cuando el visitante que pone los pies dentro del convento de Santa Ana está procesando todo lo anterior, le cuentan que en una de las criptas que hay en el coro se guardan los restos del feto que llevaba en su vientre Ana de Austria cuando murió a los 30 años embarazada de cinco meses. Y es que la cuarta y última mujer de Felipe II se encontraba en Badajoz en 1580 mientras su marido arreglaba cuestiones sucesorias con Portugal y por ello este recinto que hoy ocupan las clarisas franciscanas tiene el título de Real. En el convento de Santa Ana, donde residen actualmente 21 monjas de clausura de distintas nacionalidades –españolas, colombianas, polacas, peruana y mexicana–, han pasado muchas cosas. Sus altos muros pretenden guardar celosamente estos pedazos de la historia de la ciudad, pero los pacenses se empeñan todos los meses en conocer qué ha ido pasando allí en los últimos siglos y se apuntan a las visitas guiadas con una curiosidad que no cesa.
Cuando en 2018 la fundación de este convento cumplió 500 años, la Asociación Amigos de Badajoz propuso a las hermanas que hoy lo ocupan romperles la rutina y divulgar su patrimonio. Sería un domingo al mes. Parecía que la idea podría tener una vigencia de apenas un año como mucho, pero ya van cinco porque el interés por este lugar persiste. 5.000 personas se calcula que han pasado por este silencioso convento situado en el corazón del Casco Antiguo rodeado por el conservatorio, la biblioteca de Santa Ana y el Museo de Bellas Artes. Gran parte de ese éxito la tienen los guías, que se van relevando para que en una hora el visitante se vaya con la lección aprendida y, si desea, unos dulces hechos por las monjas, que compensan económicamente la perturbación de su lugar de oración.
Ayer domingo hubo tres visitas y ninguna bajó de las cuarenta personas. Los asistentes suelen ser de todas las edades y, aunque ayer había dos italianas, principalmente proceden de Badajoz, según Marcos Pacheco, encargado de explicar la historia de la capilla.
En esta primera estancia destaca el retablo barroco de 1732 con sus columnas salomónicas, que llegó del convento de San Francisco, el cual estuvo donde hoy se encuentra la iglesia de San Juan Bautista. Ese retablo lo preside... Santa Ana. Debajo hay una virgen morena de piel que es la de las Virtudes, y aquí es cuando los visitantes tuercen la ceja por primera vez al enterarse de que fue copatrona de Badajoz junto a la Virgen de Bótoa durante dos siglos (la Soledad lo es solo desde hace siglo y medio).
Tras enumerar los detalles de este espacio, los visitantes pasan al coro bajo, el cual ayer explicó Ángel González. La historia más sobrecogedora es la referida al contenido de las criptas que hay bajo tierra con las entrañas de Ana de Austria. La otra cripta principal guarda los restos de Leonor Laso de la Vega y Figueroa, monja que fundó el convento. Un detalle sobre el que ayer se detuvo el guía fue la azulejería portuguesa, impecable desde 1650, «no como la de mi cocina, que la cambié hace diez años y ya saltan los azulejos», bromeó. La hermana Carolina fue quien explicó el contenido del coro alto, concebido como una especie de museo con infinidad de tallas, vírgenes, estandartes y cruces de guía.
Pero si hay un lugar que coge desprevenido es el claustro del convento, el cual explicó ayer Agustín Torres. Este patio mudéjar es del siglo XVI, tiene dos aljibes de granito y lo más interesante son sus pinturas en las paredes, prácticamente invisibles a no ser que el guía vaya desvelando las imágenes que hay en él escondidas. Desde las historias de Fray Diego, el hermano que robaba panes que convirtió en flores, a las cicatrices que dejaron en los muros los soldados de la Guerra de la Independencia que tomaron el edificio allá por 1811 y vandalizaron todos estos frescos, las anécdotas se suceden en este recinto de clausura que en sus mejores momentos llegó a tener 67 religiosas. Hoy las 21 que quedan tienen entre 30 y 96 años.
Y aunque la vida pacense bulle alrededor de sus muros, el recinto revela a través de un inagotable anecdotario cómo era la vida antes, esto es, una ciudad militarizada que sufrió asedios de todo tipo y una sociedad donde la Iglesia marcaba el ritmo, como se encargaba ayer de recordar Agustín Torres cuando, a pocos metros, alguien se empeñó en que la custodia (elemento ornamental) que remata la Ermita de la Soledad y que se divisa desde el patio, estuviera sí o sí por encima del dios Mercurio que corona La Giraldilla y que representa al comercio, actividad que en otra época también fue seña de identidad de Badajoz como ciudad fronteriza. Pero eso es ya otra historia.
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