![Dos cuñados, un 'cuatro latas' y un Dakar a precio de coste](https://s2.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2025/02/14/rally1-RxC0V0MxF3b4LkURZFbIXuL-1200x840@Hoy.jpg)
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Pablo Aguilar y Javier Cermeño son cuñados y tienen su rutina en Extremadura, el primero como mecánico y el segundo como veterinario en Olivenza. Pero ... en ambos anida un espíritu aventurero que han podido sacar a relucir esta semana conduciendo a toda velocidad por las pistas polvorientas de Marruecos en un coche matriculado en Cáceres en el año 1987.
Para quienes siguen el Dakar y pruebas de motor similares por televisión pero no disponen de presupuestos millonarios, existe el Uniraid, que se publicita como una carrera por etapas 'lowcost' (bajo coste). El precio por equipo es de 1.890 euros, hay incluso una categoría para estudiantes y los coches no son ningún prodigio de la ingeniería. O sí, pero su aspecto es de todo menos modernos, ya que una de las condiciones es que los vehículos tengan más de quince años de antigüedad y no dispongan de tracción a las cuatro ruedas (4x4).
Estos dos pacenses se han plantado en África con un Renault -4, popularmente conocido como 'cuatro latas', el cual compraron de segunda mano y que a estas alturas suma ya 38 años rodando. «La idea se le ocurrió a mi cuñado Javier, que el año pasado estuvo con su hija, pero esta vez hemos preparado el coche a conciencia durante cuatro meses y con mucha ilusión. Le hemos modificado la suspensión, la altura y reforzado el cárter. La prueba es muy física, pero también un reto mecánico porque hay veces que no se ve ni la pista del polvo que hay, así que los filtros tienen que ser especiales. En cualquier momento te quedas pinchado en la arena y hay que sacar el vehículo con palas o con colaboración de otras personas», describe Pablo Aguilar al otro lado del teléfono en plena carrera.
Cuando este diario contactó con ellos ya iban por la quinta etapa de seis, aunque hay dos tramos más que se requieren para llegar a la primera etapa y volver finalmente a Tánger.
En total son 2.400 kilómetros y en algunos tramos se siguen etapas del mítico París-Dakar. La infraestructura es más bien precaria, lo que pone a prueba la resistencia y las ganas de vivir un desafío que para más de uno termina siendo extremo pues aunque existe una organización que respalda la prueba y vehículos de asistencia, el desierto puede ser implacable. De hecho, de los aproximadamente doscientos participantes no terminan la mitad. «Una de las etapas es nocturna, las pistas son muy complicadas y técnicas y algunas pruebas son cronometradas. La prueba es muy dura, muy física, son muchas horas al volante y algunos tramos tienen gran dificultad. Hay que madrugar mucho todos los días, así que se puede decir que es una prueba de resistencia constante», explica Aguilar desde Marruecos.
Por resumir el espíritu de la prueba, no se permite GPS ni dispositivos electrónicos. El reto es superar las seis etapas con solo una guía facilitada por la organización, un mapa y una brújula. Aunque hay campamentos montados previamente con unos lavabos y un lugar que se habilita para cenar y desayunar, una de las noches toca vivaquear al raso rodeado de dunas, lo que confiere un encanto especial a este reto deportivo ideado por una agencia de viajes y pensado para todos los públicos.
Pablo y Javier se alternan como piloto y copiloto y en cualquier caso la solidaridad prevalece ante la competición. Esta solidaridad tiene dos vertientes, entre los propios participantes y de cara a la población local.
Por un lado, han hecho piña con dos chavales cacereños y una pareja de chicas y se ayudan entre ellos. «Ya en el ferry que cruza el Estrecho conocimos a unos chavales que van con un Seat Panda. Tienen 20 y 22 años, estudian ingeniería y electricidad y se fijaron en la matrícula de nuestro coche porque son de Cáceres. Ellos llevan un Seat Panda y en el barco habían conocido a dos chicas que venían de Madrid con un Seat Marbella. Son dos estudiantes que trabajan en su tiempo libre, tienen una voluntad y fuerza increíbles y es impresionante cómo conducen. Son todos unos buscavidas que han encontrado patrocinadores para pagarse este viaje y hacen sus propias reparaciones, aunque aquí nos ayudamos todos. En cuanto llegamos a Marruecos hicimos el viaje juntos desde Tánger hasta el primer campamento», relata Aguilar a bordo de su Renault-4.
Además de las relaciones que se entablan y que permiten echar unas risas entre tanto esfuerzo y penurias, tanto Aguilar como Cermeño destacan la parte solidaria de la experiencia.
La propia organización ha llevado dos furgonetas llenas con medicamentos y pide a los inscritos que lleven productos de primera necesidad. «Nosotros hemos llevado dos sillas de ruedas, andadores, bicis, camisas, gorras, libretas y bolígrafos. Todos los participantes llegan cargados de cosas y como esto es un evento anual que ya conocen (esta ha sido la 14º edición) se ponen en el camino aunque sea para conseguir una gorra. No en todas las zonas, pero en algunas partes del desierto se ve pobreza y poder ayudarles es la parte más bonita de esta experiencia», concluye Pablo Aguilar.
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