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Si mi amor por la patria mejorase las opciones de que mi hija consiga trabajo», me confesó una amiga gaditana que hizo una parada breve en Badajoz porque le venía al pelo para visitar Lisboa, «no te quepa la menor duda de que sería la primera interesada en proclamarlo a los cuatro vientos. Hasta me haría un perfil cuqui en Instagram para colgar mis besos a la bandera y a todo buen patriota que se tercie, que no querría yo pecar de timorata cuando puedo expresar mi patriotismo sin miedo al ridículo de ser ridiculamente patriótica». Sospecho que a mi amiga las efusiones de 'españolidad' ni le van ni le vienen pero, como yo, las tolera y hasta las aplaude si algún deportista maño, alguna científica extremeña o algún astronauta del mismo Bilbao se las apaña para ser el primero, el segundo o incluso el último en algo que el común de los mortales tiene vetado por incapacidad o incomparecencia, claro, que lo importante es participar, y el esfuerzo, sea poco o mucho, se agradece. Por mi parte, le reconozco a mi amiga que yo me siento siempre «extranjero» allá donde vaya, como recita Bunbury, aunque esto no me causa trauma alguno ni lo espero. «O sea, que no te ubicas», se chuflea mi amiga. Y le digo que ubicarme en el sentido físico lo hago regular porque tengo una orientación malísima y jamás sabré leer un mapa aunque lo haya diseñado yo, pero que la desubicación que sufro es más bien de tipo emocional y de la irregular empatía que comparto con las ciudades donde he vivido.
«Cómo va a ser patriota alguien que arroja el envoltorio de un Toblerone al suelo de su ciudad. 'Para eso pagamos impuestos: para que haya barrenderos', me soltó un señor el otro día al afearle la conducta, como si esa memez justificase la falta cometida». Si te sirve de consuelo, le digo, en la capital pacense tampoco se utilizan las papeleras demasiado. «No sé si hacer uso de las papeleras te suma o te quita puntos para ostentar el carné de patriota, pero lo que dice muy a las claras es que guarro eres un rato, por muy limpia que tengas la casa», sentencia muy animada mi amiga mientras se le escurre el aceite de la tostada por los labios, el mentón y los dedos y presiento que, en breve, me estará achuchando para que tiremos para la Alcazaba, que le están viniendo los remordimientos calóricos y ya estamos tardando, conste.
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