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A veces se alinean los planetas y se topa uno con escenas harto curiosas que describen mejor que cualquier análisis concienzudo los tiempos que corren. Esta mañana, mientras me dirigía al trabajo, he presenciado en la carretera de la Corte cómo un anciano -que debía rondar el siglo-, le preguntaba a una anciana de su quinta, que estaba sentada en un banco frente a una farmacia, presumiblemente tomándose un respiro tras haber remolcado el carrito en el que se apoyaba, si le molestaba que se sentase a su lado -se le veía también cansado-, y la mujer le respondía que por qué le iba a molestar, a lo que el hombre, desenroscándose la boina mientras se sentaba (con dificultades manifiestas para doblar las rodillas), le advertía, no sin sorna, que en los tiempos que corren «nunca se sabe qué está permitido y qué no». Y me dio por pensar, mientras me alejaba de esta pareja, que en los tiempos que corren, si uno se empeña -y no hay que empecinarse demasiado en muchos casos-, todo está permitido, así que no me sorprendió que el señor preguntase si la incomodaba, como tampoco me sorprendió la pregunta de la señora, pues se veía a la legua que el hombre necesitaba sentarse un rato o toda una vida, tanto da.
Lo que está claro es que hay que andarse con pies de plomo en estos tiempos porque siempre podemos estar molestando, incurriendo en alguna falta imperdonable o simplemente estorbando. ¿Pero qué ocurre cuándo sí que estamos molestando? Todos los que vivimos en un bloque o urbanización con vecinos sabemos cómo de alto puede poner la tele la sorda perturbada del segundo o cómo se las gasta el 'mafias' del primero. Ay, pero llámenles la atención, incluso poseyendo toda la santa razón. Ya nadie se extraña de que uno reciba una batería de insultos si se le ocurre pedir silencio, respeto, un poco de por favor, oigan; y por eso, precisamente, muchos se achantan, y prefieren aguantarse y no saltar al ruedo. Me dirán ustedes que, en general, hablando se entiende la gente. Claro, siempre que a la gente le demos la razón los que somos más educados, conste.
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