Voy a una peluquería de la calle Stadium que es a la que he ido siempre. No sé si ahora en la calle está solo la mía o hay varias. Badajoz está llena de peluquerías con estética americana. Yo voy a la de siempre, a la que me llevaba mi padre cuando era niño. Luego entré en esa edad tonta en la que uno se avergüenza de ir con sus padres y empecé a ir solo. Ahora me gustaría volver con él pero ya es tarde.
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La peluquería la llevaba Pepe, un barbero borrachín que abría sus puertas, no solo a los que íbamos a pelarnos, también a sus amigos con los que hablaba sin prisa de fútbol, toros y mujeres mientras no paraban de fumar. Imágenes de un pasado en blanco y negro, con un hilillo de humo azulado en el ambiente que años después recordé en el cine, cuando el barbero de El crack, esa maravillosa película de Garci, hablaba con el detective Germán Areta (Alfredo Landa) del combate de boxeo por el cinturón de los pesos pesados en el Madison Square Garden.
La peluquería ahora la lleva una señora que siempre parece una muchacha joven y que tiene en el tablón de anuncios recortes de periódicos con los éxitos de su hija, la nadadora Fátima Gallardo. Fátima nadó una final en los Juegos Olímpicos siendo muy joven, también fue Medalla de Extremadura. Una lesión la retiró de la élite. Actualmente entrena y alterna el agua con los estudios. Propongo, que igual que tenemos ese pabellón al gran balonmanista, ahora político, Juancho Pérez, el pabellón Nuria Cabanillas, el campo de fútbol Eusebio Bejarano, pongan a la piscina de medidas olímpicas que desde hace diez años están prometiendo en la margen derecha el nombre de Fátima Gallardo, nuestra más ilustre nadadora. Manolo Unión probablemente sea el deportista extremeño que más medallas tiene.
Participa en campeonatos nacionales e internacionales de veteranos y siempre trae colgado de su cuello oro, plata o bronce tanto en natación como atletismo. La Junta le concedió la medalla al Mérito Deportivo. Un día me regaló una medalla. Le dije: «Esto no se regala, se gana». Me contestó: «Tengo muchas y ya no me caben en casa».
Lo que él no sabe es que yo también escribí cartas al director en este periódico cuando de forma masiva se pedía que la Granadilla llevara su nombre. Lolo entrena y enseña sus amplios conocimientos, con la generosidad de maestro jubilado, en una Granadilla que todavía no lleva su nombre.
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