
José Ramón Alonso de la Torre
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José Ramón Alonso de la Torre
José Ramón Alonso de la Torre (Cáceres, 1957) presentará en el Aula de Cultura HOY su libro 'Un país que nunca se acaba', compuesto por ... 82 artículos en los que reflexiona sobre su trayectoria como articulista, sus fuentes de inspiración en la vida cotidiana y las particularidades de escribir sobre regiones de la España vaciada como Extremadura. Durante el acto, organizado por la Fundación Vocento con el patrocinio de Cajalmendralejo y Conesa que tendrá lugar el martes, 8 de abril, a las 19.30 horas, en el salón de actos de Cajalmendralejo, Alonso de la Torre hablará a los asistentes de su gran pasión: escribir en los periódicos.
–Asegura que su libro es una antología para entender la España vaciada, ¿en qué se parece Extremadura a otras regiones de esta zona y en qué se diferencia de aquellas a las que emigró su gente, como Cataluña y País Vasco?
–Yo he vivido siempre la España vaciada, en Badajoz, Zamora, Salamanca, Galicia y Cáceres, y lo mismo que escribes en un sitio llega a todos los lectores en toda esta zona. Las claves son las mismas. No está muy desarrollada, y la vida cultural no tiene demasiada importancia. En Extremadura y en el resto de la España vaciada interesa el resentimiento hacia regiones más poderosas, sobre todo el País Vasco y Cataluña, a donde fueron los emigrantes. Hay un resentimiento, y más que culpar al Gobierno central, que creo que es más culpable, responsabilizan a las regiones más ricas. Siempre que escribo sobre complejos o que hay que tener más orgullo, se lee mucho. Otra clave que caracteriza a Extremadura es que aquí se leen poco los periódicos, y en cuanto te vas al norte, notas la importancia que tienen, en los bares del País Vasco hay hasta tres periódicos, mientras que aquí ha desaparecido de los bares, y creo que eso es importante a la hora del desarrollo. Culpamos a los políticos y a otras regiones, pero nosotros también somos responsables, si no leemos periódicos, si somos los que menos vamos al cine, al teatro... eso también es un indicativo, y depende de nosotros, no de los políticos.
–Ha escrito mucho sobre Portugal. Extremadura siempre ha dado la espalda a la Raya, ¿por qué eso está cambiando ahora?
–Al principio cuando escribía sobre Portugal me decían: «Ya estás otra vez con Portugal», lo veían poco elegante, pero eso ha cambiado, ahora lo portugués funciona, como prueba el hecho de que más de la mitad de los estudiantes de portugués en España están en Extremadura, aquí la mirada hacia Portugal es muy abierta, se mira de otra manera y es más atractivo el país.
–En sus artículos ensalza a las mujeres, empezando por su esposa, su madre y, sobre todo, su suegra. ¿Cuál es el principal cambio que han experimentado las mujeres?
–Mi suegra es una mujer muy inteligente y preparada que lee continuamente, a la que sus padres no quisieron mandar a estudiar. Mi madre leía y le decían que no leyera porque eso le llenaba la cabeza de pájaros. Pero a partir de la lectura, del trabajo, de formarse y estudiar, las mujeres han experimentado un gran cambio. Mis amigas son ellas y en mis libros y artículos son muy atractivas y fuertes, me gustan con personalidad, como mi madre, mi mujer y mi suegra, que son fuertes y prácticas. Las mujeres son muy ricas personalmente, hablan de cosas interesantes. Incluso barajé que este libro se titulara 'Mi mujer te lee' porque los maridos me dicen siempre eso, que es como decir «yo no te leo» porque yo no leo tonterías. Creo que en la cotidianidad está la vida, la realidad, lo otro son elucubraciones, que a los hombres les gustan mucho pero no van a ningún sitio. En los cumpleaños me siento en la mesa de las mujeres, los hombres hablan de política o de fútbol, mientras que ellas dan muchísimo más juego a un articulista porque charlan de cosas interesantes y prácticas, como que ya no creen que el amor sea para toda la vida y el amor romántico del príncipe azul ya está desterrado. La mesa camilla de mi instituto con las profesoras era maravillosa, porque hablaban de los hijos, las clases, las pastillas que tomaban, las enfermedades, allí se rezumaba vida y eso inspira mucho.
–Dice que «una cosa es disfrutar escribiendo y otra que los lectores disfruten con lo que escribe». En usted se dan las dos circunstancias. ¿Es su cercanía y cotidianeidad lo que engancha al lector?
–Supongo que sí, yo no soy capaz de escribir de cosas que no sean cotidianas y cercanas. Lo cotidiano funciona, cuando cuento una tontería de mi suegra o de la vecina que ha dicho algo en la cola de la charcutería es lo más leído. El lector quiere que le cuentes cosas que le pasan a él y que se lo cuentes de manera divertida. Ha ce poco escribí un artículo del mercadillo de Cáceres, investigué con la Inteligencia Artificial y me di cuenta de que el lector quiere sentirse en el mercadillo, que está comprando allí, que los vecinos están tontos porque no quieren el mercadillo cerca y que ironices sobre eso, prefiere sentirse dentro de la escena en lugar de leer un análisis lleno de datos como el que ofrece la IA.
–Es muy observador y curioso a juzgar por las anécdotas que cuenta y los detalles en los que repara. ¿De dónde saca el tiempo?
–Soy muy observador y apunto todo, si estoy comiendo y no tengo el teléfono cerca, voy a por él para apuntar la última historia que se me ha ocurrido, o me levanto a las 2 de la mañana para anotar algo. Es como una enfermedad, yo creo que es una patología. Si no tengo nada que escribir, no es que me deprima, pero siento angustia, mientras que si escribo soy feliz. Soy Virgo y muy organizado. Estudié con los salesianos y te educan insistiendo en que tienes que hacer los deberes y si no lo haces, te agobias mucho.
–Tiene una imaginación desbordante y hasta una conversación que oye en el autobús le inspira, porque dice que «lo mejor del autobús son las conversaciones de las viajeras, que te radiografían la realidad mejor que mil encuestas». ¿Hacer lo mismo que sus lectores es lo que hace que se sientan identificados con usted?
–Claro, me acuerdo de una que decía «mi hijo se ha echado un novio del internet» y otra «¿tu hija sigue con aquel medio novio?», allí te enteras de muchas cosas. En enero me pasé al SES desde Muface, y en la primera consulta a la que fui, tuve que esperar 40 minutos y fue maravilloso, porque un señor que tropezó con un escalón dijo: «Puto Pedro Sánchez», una señora comentó «ya llevo 15 quirófanos», y otra le respondió «yo llevo 16 y soy más joven que tú» y me lo paso muy bien.
–En sus artículos caben desde el perro moviendo la cabeza en un Seat 600, pasando por los platos de Duralex, las zapatillas de estar por casa o el brasero de sus padres. ¿Siente nostalgia o quiere acercar a la gente a ese mundo?
–Acercar a la gente. Al escribir eso yo recupero la infancia y sé que el lector la recupera también, porque los lectores de prensa tienen cierta edad. Recordar el pasado siempre emociona y sé que en la oficina o en la familia, esos artículos van a provocar que hablen entre ellos.
–«Es de Ceclavín y va a hacer lo que le venga en gana», escribe. Como usted es de ascendencia ceclavinera por parte de madre, ¿hace lo que le viene en gana?
– Me he sentido libre y he trabajado en cosas que me gustaban, he tenido suerte. Hago lo que creo que debo hacer sin molestar a nadie, siempre he hecho lo que me gustaba, más que lo que me diera la gana.
–¿Qué es lo más curioso que le han pedido los lectores que denuncie?
–Un señor me dijo en un partido de baloncesto que su hijo no había entrado en la carrera que quería y me pidió que escribiera para que entrara en la facultad. Me piden mucho escribir sobre perros, limpieza... Ahora voy a un bar que descubrí al jubilarme, El Rincón de Julio en Cáceres, y tengo allí una mesa en la que me siento y viene la gente a contarme cosas cotidianas.
–Afirma que al escribir en la prensa local, «la gente te entrega por la calle algo mucho más reparador que el dinero: cariño». ¿Cómo le demuestran que es muy querido?
–Me paran para decirme que les gusta lo que escribo y eso siempre es de agradecer, pero es peligroso, porque te puedes adocenar y dejas de ser crítico. El cariño se nota en el barrio, y en Badajoz más que en Cáceres, que son más estiraínos.
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