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Celdrán, rodeado por su mujer y sus hijas, entre otras personas, en su última noche electoral de 2011. HOY

Un político imbatible en las urnas

Perfil ·

Más allá de sus frases espontáneas, Celdrán tenía inteligencia e intuición

Viernes, 29 de enero 2021, 07:16

Es raro encontrar a alguien en Badajoz que no tenga una anécdota con Miguel Celdrán. El veterano alcalde era una mezcla de humor socarrón y un torrente de carácter. Se le conocía por hablar sin tapujos. Con esas frases espontáneas y llenas de ingenio, Celdrán era una persona que decía las cosas como las pensaba.

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Ese gracejo, que algunos llamaban 'celdranadas', era su tarjeta de presentación. Pero Celdrán era mucho más que un chistoso. A pesar de que a veces dijera lo contrario, era una persona con mucha inteligencia política, y también con intuición. Quedó demostrado el día que le dio la vuelta a su desafortunada expresión de los 'palomos cojos' para poner a la ciudad en el mapa de las celebraciones gais.

Para su primera victoria, en las elecciones de 1995, se vio beneficiado por la descomposición del PSOE municipal. A la mala gestión económica y el fracaso de la Hering, se le unió el escándalo de Matías Ramos y la guerra interna que acabó con el alcalde Manuel Rojas

Ahí el viento le sopló a favor. Pero una vez que llegó a la Alcaldía, no hubo ningún candidato del PSOE que pudiera con él. Fue un político imbatible en las urnas con cinco mayorías absolutas seguidas.

Quienes trabajaron a su lado dicen que siempre fue un «activista» de Badajoz antes de que ese concepto se pusiera de moda. Fue uno de los refundadores del Carnaval recuperada la etapa democrática, le gustaba la feria, había sido directivo del Badajoz y del Badajoz Baloncesto Club. «Cuando llegó al Ayuntamiento solo tuvo que seguir con lo que ya había hecho antes». Esa naturalidad siempre le benefició de cara a los votantes. Se había movido tanto en la calle que conocía a personas de sectores muy diversos y sus reclamaciones.

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Heredó un Ayuntamiento con una deuda de 16.200 millones de pesetas (97,3 millones de euros), y dejó una ciudad saneada y modernizada. En sus primeros años desarrolló una «economía de guerra» para que los proveedores recuperaran la confianza en el Ayuntamiento. Solía dedicar los dos primeros años tras las elecciones a ahorrar y los dos últimos de cada mandato a invertir.

Los suyos siempre recuerdan una de sus frases más insistentes. «La pata se puede meter alguna vez, pero la mano nunca». En unos años en que la corrupción se había instalado en el país, con el Ayuntamiento de Marbella como peor ejemplo, Celdrán se fue tras 18 años sin una sentencia que avalara ninguna de las denuncias que realizaron desde la oposición. Su látigo fue, sobre todo, el concejal de IU Manuel Sosa, pero el regidor siempre salió airoso.

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Con un modo de ser muy cercano, Celdrán solía recorrer a pie cada día el trayecto desde su casa hasta el Ayuntamiento, y se paraba frecuentemente con quien le diera el alto. Visitaba los barrios a menudo y no le gustaba mucho el coche oficial, algo que quedó patente cuando tuvo un accidente cuando viajaba a Madrid para acudir al Senado, cargo que compatibilizó en algún período con su responsabilidad municipal.

Le gustaba hablar en pesetas y solía recurrir a la misma respuesta entre irónica y acusadora cuando las preguntas de los periodistas no le gustaban: «Lo único verdadero que dice la prensa es el precio y el día». Y se quedaba tan fresco.

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Ese carácter fue calando y el alto porcentaje de voto (57%) que logró en sus últimas elecciones demuestra que le apoyaban pacenses de distintas sensibilidades ideológicas. Sobre todo, confiaban en él. Celdrán supo atraer a los pacenses hasta que él mismo dijo adiós en 2013. Era, ante todo, genio y figura. Con él se va una parte de la historia de Badajoz, aunque sobre todo se va una persona muy querida en la ciudad.

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