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Nikita, que pronto cumplirá tres años, ARNELAS
Nikita sonríe lejos de las bombas

Nikita sonríe lejos de las bombas

Salió de Ucrania con dos años y ahora vive en Badajoz. Es uno de los 17 niños que fueron acogidos por Cáritas y Ubuntu Áfrika en la parroquia de Santa Teresa cuando los proyectiles comenzaron a caer

Sábado, 11 de marzo 2023, 14:10

Nikita solo tiene solo dos años. Aún le cuesta hablar pero en su guardería están seguros de que pronto se expresará en castellano. Tampoco su madre domina del todo el idioma aunque los avances son continuos. «Nosotros vivíamos en Nikopol, un pequeño pueblito de Ucrania. Ahora es muy peligroso», explica Yulia con la ayuda del traductor que tiene instalado en su móvil.

«Yo vivía en Nikopol con mi marido y con Nikita. Mi madre aparte. Cuando comenzó la guerra Nikopol peligroso, volaban bombas sobre nuestras cabezas, muchas casas fueron destruidas».

Mientras habla, Yulia y su madre rodean una pequeña mesa camilla situada junto a un ventanal que permite observar Sinforiano Madroñero, una de las avenidas más concurridas de Badajoz. El pequeño permanece junto al sofá, rodeado de los juguetes que le han entregado los voluntarios de Cáritas y Ubuntu Áfrika, las dos organizaciones que en abril de 2022 viajaron hasta la frontera de Polonia para recoger a 17 niños y 15 adultos sin hogar.

«Esas personas lo tenían todo y de buenas a primeras tuvieron que coger una maletita y a sus hijos para salir del país dejando atrás a sus maridos, porque los hombres no pueden salir de Ucrania», explica Lorenzo Nieto, presidente de Ubuntu Afrika, la fundación promovida por el Grupo Preving (ahora Grupo Vitali).

Ingeniero Agrónomo y experto en desarrollo Sostenible, desde hace varios años Lorenzo acostumbra a permanecer seis meses cada año en Sierra Leona, el país donde se desarrolla uno de los proyectos que financia esta fundación. Esa experiencia lo ha familiarizado con situaciones difíciles, pero nunca antes había sido testigo de una crisis humanitaria como la de Ucrania. «Nosotros recogimos a estas familias en los refugios de Ustrzyki Gorne, cerca de Leópolis. Era la zona más segura para salir y hasta ese lugar llegaron decenas de miles de ucanianos en muy poco tiempo».

Lorenzo Nieto, presidente de Ubuntu Áfrika, junto a dos de los niños acogidos en Badajoz. HOY

Las dos semanas que Lorenzo estuvo en Polonia no fueron sencillas. El objetivo era seleccionar a las 30 personas que iban a ser acogidas en la parroquia Santa Teresa de Badajoz, una tarea que resultó más sencilla porque en esa expedición participaba sor Loli Vélez, una religiosa de las Hijas de la Caridad que trabaja como enfermera en el Hospital Perpetuo Socorro de Badajoz.

Ambos tienen experiencia en proyectos de intervención social, pero poco podrían haber hecho sin el apoyo de las Hermanas de la Caridad de Polonia, que justo después de comenzar la guerra transformaron su convento en refugio temporal. «Tuvimos el apoyo de sor Agnieszka y sor Paulina, dos hijas de la caridad que hablaban ucaniano e inglés. También del padre Marek, que es el sacerdote que coordinaba la pastoral de familias. Realmente me impactó el horror de la guerra, saber que nos traíamos a 10 familias pero dejábamos atrás a cientos de miles de refugiados».

De los más de 3.000 kilómetros que recorrieron en autobús hablan varias instantáneas tomadas durante un trayecto que se prolongó dos largas jornadas. Lorenzo conserva una fotografía en la que se ve a los niños rodeados de una nieve inmaculada que nada tiene que ver con el olor a pólvora y muerte que habían dejado atrás. En otras aparecen las bolsas de lona en las que esos 32 afortunados introdujeron lo imprescindible para sobrevivir.

Las familias ucranianas con las bolsas de viaje el día que llegaron a la parroquia de Santa Teresa. HOY

«Me llamó la atención que una de las familias llegara a Badajoz con una maleta llena de fotografías y marcos. Era como si quisieran traer consigo el recuerdo de lo que habían sido hasta entonces», describe Edu Márquez, responsable de comunicación de Cáritas de Mérida-Badajoz.

Vivir bajo las bombas

«Muy peligroso vivir ahí, te despiertas en casa o no. Mi piso no tiene ventanas, paredes muy mal. No sé si vuelve o no», relata Yulia, no sin esfuerzo, mientras su madre (Natalia, 63 años) clava en ella sus ojos, atenta pero sin entender lo que dice.

La casa de la que habla Yulia está en Nikopol, una ciudad situada a tres horas y media de Jersón y a hora y media de Zaporiyia, en una de las regiones más castigadas por el ejército ruso. Allí debe estar su hogar si las bombas no lo han echado abajo.

Su marido ya no vive en Nikopol sino en un lugar próximo en el que se gana la vida como taxista. «Hablo con él a diario, por el móvil. No sé cuándo podré volver», añade Yulia, que ahora reside junto a su hijo y su madre en el piso que le han proporcionado Cáritas y Ubuntu.

Como ella, las diez familias acogidas en este proyecto cuentan ya con vivienda. Residen en Valdepasillas y en San Fernando. «No ha sido fácil porque cada núcleo familiar procede de un lugar distinto. No se conocían, tienen situaciones distintas, pero todos presentaban una situación especialmente vulnerable», justifica Elena Blanco, la técnico de Cáritas que dirige el proyecto.

Elena Cortés, técnico de Cáritas, junto a Yulia, Nikita y Natalia en su piso de Valdepasillas. HOY

Nikita y los otros 17 menores que llegaron a Badajoz ya han sido escolarizados. La mayoría están en el colegio concertado Nuestra Señora de la Asunción, en la avenida Padre Tacoronte. Los mas pequeños van a la guardería Nuestra Señora de Bótoa, que está próxima. Y también hay chicos que estudian en el instituto público Rodríguez Moñino.

«Elegimos muy bien la institución con la que queríamos trabajar y en el colegio de la Asunción la acogida fue maravillosa. Recibieron a los niños con pancartas y les están ofreciendo un acompañamiento individualizado a diario», destaca Elena, que es trabajadora social y educadora social, formación que complementa con una trayectoria social marcada por sus fuertes convicciones religiosas. «Yo siempre digo que ahora tengo 19 hijos: los dos míos y los 17 que hemos acogido. Los primeros 21 días tuve que dejar a uno de mis hijos con mi madre y a otro con mi suegra, pero sabía que debía hacerlo. Todavía no había completado la baja por maternidad del pequeño pero sabía que tenía que hacerlo».

En esas tres semanas de aterrizaje las diez familias ucranianas vivieron en la parroquia de Santa Teresa, preparada con esmero por los voluntarios de Cáritas y Ubuntu.

Edu fue el encargado de imprimir carteles en lengua ucraniana para indicar dónde estaban el comedor, la cocina, las habitaciones... Y sor Virginia Teresa Ivankio, una religiosa brasileña de origen ucraniano que ahora vive en Badajoz, fue la persona que sirvió de enlace.

Sor Virginia pertenece a la Congregación Siervas de María Inmaculada y además de dominar el portugués, el español y el italiano, habla perfectamente el ucraniano, un idioma que aprendió de sus padres y sus abuelos, que dejaron Ucrania en la primera emigración. «De alguna manera la vida nos envía cada día una señal o alguien que se cruza en nuestro camino para cumplir con nuestra misión. En mi caso fui invitada por don Francisco Maya, el vicario general de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz, para que acompañase a estas familias».

Sor Loli y sor Virginia quieren a Nikita con locura. HOY

«Realmente este proyecto no habría sido posible sin el apoyo de sor Virginia y sor Loli, ellas han sido fundamentales», asegura Elena Cortés, que hace extensible el agradecimiento a todas las personas e instituciones que se han implicado en la iniciativa. «Estas familias han tenido todo lo básico: educación, atención sanitaria, ayuda de la policía para regularizar su situación... Todo el mundo se ha volcado para que tengan un hogar, aunque nuestro sueño es que la guerra termine pronto y puedan regresar a sus casas», dice Elena convencida mientras Yulia asiente con la cabeza sin ocultar en sus ojos la sincera emoción que siente.

Nikita disfruta ahora de un cielo limpio y puro del que no caen bombas. ARNELAS

Una vivienda y un trabajo para sentirse útiles y ser cada día más autónomos

Dentro de pocos días, el proyecto de acogida de familias ucranianas financiado el Grupo Preving (ahora Vitali) y gestionado por Cáritas Diocesana de Mérida-Badajoz, cumplirá un año. Para sus promotores será el momento de hacer balance y valorar lo conseguido, aunque el deseo de estas dos organizaciones es que todas las familias acogidas puedan regresar pronto a Ucrania para rehacer sus vidas en paz.

En estos momentos permanecen en Badajoz siete familias pero las que se han marchado no lo están teniendo fácil. «Una de las mujeres acogidas ha vuelto a Ucrania para acompañar a su marido, que acaba de perder a sus padres. Ha vuelto para hacerse cargo de dos hermanos de su marido que se habían quedado solos en un país en guerra, es terrible lo que están viviendo en aquel país».

Las familias que viven en Badajoz avanzan en su integración y poco a poco van insertándose en el mercado laboral. «Ha sido fundamental el apoyo de varias empresas de Badajoz para que al menos un miembro de cada familia pueda trabajar. Eso les permite tener unos ingresos que les hacen sentir que en algún momento podrán conseguir lo necesario para vivir sin ayuda», explica Lorenzo Nieto.

Varias mujeres han logrado ya un empleo. Entre ellas Yulia, que trabaja en el Hotel Las Bóvedas de Badajoz. «Estoy buscando un trabajo de profesora de Inglés. En Ucrania trabajaba en una escuela de primaria, pero tuve a Nikita y todo mi tiempo se lo dediqué a mi hijo».

«El problema de estas familias es que no se pueden ir. Algunas ya no tienen casa porque ha sido destruida por las bombas y otras viven en territorios ocupados por las tropas rusas –detalla Elena Cortés–. Ellos no pueden ir a Ucrania y sus maridos no pueden venir».

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