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José Corredor-Matheos nació en Alcázar de San Juan en 1929. Vive en Barcelona y se escapa siempre que puede a Montjuic. Como poeta se enmarca en la Generación del 50 y entre su amplio curriculum destaca el Premio Nacional de Poesía en 2005 por 'El don de la ignorancia'. Ha ejercido como crítico de arte durante más de medio siglo y conoció los orígenes de un joven Godofredo Ortega Muñoz. Ahora, en cierto modo, vuelven a encontrarse. La Fundación Ortega Muñoz edita su poemario 'El paisaje se hace en el poema' por la implicación de Corredor-Matheos con la naturaleza en sus versos. Ayer lo presentó en el Meiac junto al editor, poeta y traductor Jordi Doce.
-¿Qué fue antes el crítico de arte o el poeta?
-El poeta. A los catorce años ya escribía. Siempre he estado escribiendo. En los cincuenta estuve metido en el mundo del teatro y en el año 61 dejé el teatro y empecé en la crítica de arte porque un amigo me lo pidió para una revista. Lo que ocurre es que la gente no lee poesía. Vicente Aleixandre decía que la poesía no da para comer, si acaso para merendar. Pero ni eso. El arte suena más. Hay galerías, mercado, dinero y me conocen más mi faceta de crítico de arte.
-¿Cómo conoció a Godofredo Ortega Muñoz?
-Me lo presentó un galerista de Barcelona para que hiciera un comentario. Me gustó mucho su obra. Después escribí sobre su pintura para una revista que dirigía entonces Camilo José Cela. A partir de entonces seguimos la relación. A diferencia de otros artistas, nunca me dijo nada sobre lo que escribía de su trabajo. Respetó siempre lo que los críticos hablaban de él. Hacía una pintura esencial, pero con mucha profundidad. Era el momento de la pintura abstracta. Había cierto desapego a los figurativos, pero los pintores jóvenes respetaban a 'Godo'. Se dieron cuenta que también era abstracto. Toda abstracción parte de la realidad. Si en España hubiera grandes galerías, Ortega Muñoz estaría entre los que se conocen internacionalmente. Es uno de los mejores pintores españoles. Lo pensé cuando vivía y ahora con la perspectiva del tiempo lo confirmo.
-¿Hubo que esperar a que muriera para valorarlo?
-Yo no lo creo. Pero la presencia distrae. Decía Salinas, lo que eres me distraes de lo que dices. Hay que dejar pasar el tiempo y ver la obra con perspectiva. Con Godofredo ocurre eso. En esa perspectiva te das cuenta que estamos ante uno de los mejores pintores del siglo.
-Usted tiene en común con Ortega Muñoz la pasión por el paisaje. Él lo hizo en cuadros y usted en poemas.
-El paisaje es la vida. Nosotros formamos parte del paisaje. Somos naturaleza y a pesar de eso la destruimos. El suicido de la especie. Siempre pensé que un árbol es un ser poderoso y te contagia de esa fuerza. Yo me siento inmerso en la naturaleza. Formo parte de ella.
-Algunos poemas destilan cierta melancolía.
-La poesía siempre tiende a la melancolía, pero hay que frenarla. El mundo está lleno de tristeza, aunque también de gozo y de alegrías. Trato de encontrar un equilibrio y la naturaleza me ayuda. La ciudad es un desquicio. Pero creo que esa melancolía es más propia de mi primera época. En los últimos años hay más serenidad. Me alimenta esa intención de equilibrio.
-En una lectura poética usted se ha definido como «moderadamente apocalíptico».
-Partimos de un oxímoron. No se puede ser moderado y apocalíptico, pero lo digo para disimular porque realmente soy apocalíptico. Tengo muy claro que el mundo va muy mal. Estamos destruyendo el planeta, pero tenemos muchos frentes.
-¿Qué otros peligros nos acechan?
-La desigualdad económica, por ejemplo. Ahora los ricos son cada vez menos y más ricos y los pobres más y más pobres. Esa desigualdad global resulta muy destructiva. O el 'big data', que no es otra cosa que dejar que las grandes empresas decidan lo que merece la pena conservar. Estamos llenos de peligros.
-Pero usted no pierde el sentido del humor.
-El poeta no debe acudir a la ironía, por que la ironía supone un distanciamiento del entorno. El humor, en cambio, te permite comulgar con el mundo en el que vives. Te hace ver que vemos algo falso y absurdo. La ironía supone un sufrimiento del que ironiza, por eso no me gusta ironizar, prefiero el sentido del humor puro.
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