Paco Fuentes (Jerez de los Caballeros, 1949) ha cumplido 50 años de militancia en el PSOE, un período coincidente con las principales transformaciones de Extremadura y España. «He sido un testigo privilegiado, aunque haya sido como actor secundario», sostiene. Secretario provincial de ... los socialistas de Badajoz durante 24 años (1988-2012), ocupó cargos públicos (diputado, senador, diputado autonómico) pero nunca formó parte de un gobierno autonómico de su amigo de juventud Juan Carlos Rodríguez Ibarra. Lo suyo fue, sobre todo, estar en la maquinaria del PSOE, y ahí dentro era sobradamente conocido y temido, también en Ferraz.
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Con motivo de sus 75 años, un libro ha reunido 113 colaboraciones (Rodríguez Zapatero, Guerra o Borrell, entre ellas) que elogian su trayectoria, aunque él matiza: «No he sido un santo».
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–Si empezamos por el principio, ¿cuándo entra en el PSOE?
–En el año 75. A finales de diciembre es cuando ya formalmente ingreso en el partido. El día antes de recibir el despacho de alférez me expulsaron de la Academia de Infantería. Como había estudiado lo que ahora es Filología Hispánica, me contratan en la Uned, en Mérida, de profesor asociado, y es cuando empiezo a contactar con la gente. Juan Carlos (Rodríguez Ibarra) estaba haciendo la mili en Badajoz de soldado normal, como cartero. Aunque ahora parece que todo el mundo luchó contra la dictadura, éramos cuatro monos, y lo entiendo porque yo he pasado mucho miedo cada vez que tenía que llevar propaganda, nunca me sentí héroe ni nada. En junio del 76 se constituyó la primera ejecutiva en la provincia de Badajoz, pero ese año siguió siendo muy duro, la gente ya no se acuerda que hubo muchos muertos.
–¿Los políticos de la Transición eran mejores que los actuales?
–Yo eso... había mucho afán por aprender, precisamente porque la dictadura no te había dejado hacer ni leer muchas cosas, eso es verdad, pero nunca he sido partidario de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Recuerdo cuando los viejos del PSOE desconfiaban de esos niños con melenas, como nos llamaban, porque íbamos a destrozar el partido, así que siempre he tenido esa prevención mental. La ventaja que tuvimos es que estaba todo por hacer. Los alcaldes que llegaron en el 79 lo pasaron mal porque no tenían presupuesto y no sabían a veces ni lo que era el capítulo 1, pero tenían la ventaja de que cualquier cosa que hacían, asfaltar una calle, poner el agua corriente, era una conquista.
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–¿Dónde le coge el 23-F?
–En Sevilla, me había ido de profesor tras aprobar las oposiciones. Pasé la noche con un amigo en casa de un policía secreta. Estuve en contacto con mis hermanos, con Paco España, estaban en Ramón Albarrán (sede socialista) y les dije que se fueran a Portugal, pero no me hicieron caso.
–Y en 1983 llega la autonomía.
–Mi primer recuerdo es en el antiguo Seminario San Atón, dos habitaciones, una donde estaba Román (Bolaños) y otra Juan Carlos, con dos cubos porque había una gotera enorme. Lo primero fue hacer la campaña del Estatuto, explicándolo por todos los pueblos. Era mucha literatura y poca aritmética porque no había competencias.
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–¿Los ciudadanos sabían qué eran las comunidades autónomas?
–Tenían curiosidad... nosotros de entrada lo que intentamos fue convencer a los nuestros, que ya eran bastantes porque teníamos más de 100 alcaldes desde el 79. Había agrupaciones locales con mucha ilusión porque intentaban hacer en su pueblo lo que soñaron sus abuelos, y si su partido les decía que la autonomía era lo mejor, pues lo defendían.
–¿Cómo recuerda la relación entonces con los otros políticos?
–Si uno lee los primeros discursos en la Asamblea, ves que los había muy duros, casi recuerda en algunas cosas a lo de hoy. Pero sí es cierto que en el trato era distinto, era un debate más político que no entraba en lo personal. Yo me llevaba muy bien con Isidoro Hernández Sito (UCD y PP) o con Chano Pérez de Acevedo (UCD), por ejemplo. Pero tampoco era el cuadro El abrazo. UCD era un cajón de sastre con gente muy diversa, unos casi de extrema derecha y otros más templados políticamente, y te llevabas con unos y con otros, no. Las relaciones no eran como ahora, tan duras, pero tampoco tan idílicas como a veces se quiere hacer ver.
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–¿Ibarra nunca le propuso entrar en sus gobiernos?
–Sí, alguna vez, pero tampoco muchas porque sabe cómo yo pensaba. Me dediqué al partido y así es como yo entiendo la lealtad: fui secretario general (de Badajoz) porque Juan Carlos quiso. Es cierto que con el paso del tiempo yo tenía poder autónomo y tenía tropa propia, pero si la utilizo para ir contra él, hubiera sido desleal. La otra parte de la lealtad es decirle siempre al secretario general lo que piensas, pero sabiendo que la última palabra la tiene él. Con mi opinión se podía estar de acuerdo o no, pero nadie podía ver que yo intentaba moverle la silla.
–¿Nunca hubo momentos de tensión? Otros con responsabilidades importantes (José Antonio Giménez, Antonio Rosa...) se fueron distanciando.
–(piensa) Recuerdo una vez, por la elección de diputados provinciales, pero vamos, una cosa muy pequeña. Es verdad que cuando tienes relaciones de amistad, es bueno y a veces es malo. Yo siempre tuve la percepción de que cuando se llegó al Gobierno de la Junta, ya no estás hablando con el amigo de siempre al que podías mandar a hacer puñetas, estabas hablando con el presidente. Hay que distinguir bien. Y un presidente va a tener sus equipos, eso lo tuve claro desde el principio. Mi relación siempre fue de lealtad, aunque algunas cosas yo no las entendía. Por ejemplo, cuando el tema de la digitalización y las nuevas tecnologías, que Juan Carlos dijo que yo estaba en la galaxia Gutenberg y no tenía ni idea, y sigo sin tenerla. Yo preguntaba en el partido pero esto de qué va y él, en cambio en eso fue muy adelantado. La clave está en decir lo que piensas, saber que por decirlo no te van a fastidiar porque lo haces lealmente y aceptar que la última palabra la tiene el secretario general. Sin esa clave, una organización es complicada.
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–Pero sus intervenciones en los comités federales en Ferraz eran seguidas y temidas.
–Bueno, es esto que estoy diciendo. Yo he visto comités, con Felipe González gobernando con 202 diputados, en los que se trataba la reconversión industrial o la reforma de las pensiones, con debates durísimos entre Solchaga y Redondo, pero aprendí una barbaridad. Cuando ha llegado esta época actual, en el comité federal, y lo mismo en estos últimos comités regionales, he dicho que no podían ser una competición para ver quién le echa más incienso al secretario general. Y he recordado que antes en los comités solo se podía intervenir para criticar a la ejecutiva. Hoy, no se discute, y eso me fastidia porque nadie acierta en todo.
–¿Y por qué sucede, por temor?
–En el Congreso de Sevilla que eligió a Rubalcaba (2012) se habló de las primarias y yo me opuse con el argumento de que unas primarias pueden derivar en un cierto bonapartismo. En segundo lugar, nosotros siempre defendíamos que teníamos que practicar en el partido lo mismo que queríamos para la sociedad, y era una contradicción que defendiéramos para España la democracia participativa, con diputados que eligen al presidente, y en cambio en el partido tengamos la democracia directa. Por otra parte, y esto es algo que se lo he dicho a Pedro Sánchez, si hoy los secretarios generales tienen más poder que nunca, los órganos de control del partido también deberían tener más poder que nunca. Porque la democracia no es solo elegir, es también controles. Y lo mismo he dicho en el comité regional, hay que decir lo que cada uno piensa y que el secretario general tome la decisión que quiera, pero no puede ser una carrera para ver quién echa la mayor alabanza. Eso es lo que hay que recuperar, porque si no de qué vale un comité regional.
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–Pero la gente ve que si te sales un poco del carril, te apartan.
–Puede ser, yo no he sido un santo, aunque nunca he vetado a nadie. Cuando estás en un partido tienes que tomar decisiones, a veces decisiones duras, pero decisiones políticas.
–¿Sigue en contra de las primarias?
–Asumo que a corto y medio plazo no hay quien las quite; no las apoyo, pero no voy a caer en la melancolía. Por eso mi tesis es dar más poder a los órganos de control para minimizar el excesivo poder que se da a los secretarios generales.
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–Ha coincidido con políticos brillantes, Borrell por ejemplo, que escribe en el libro.
–Sí, desde luego. Insultar es facilísimo, lo hace cualquiera en un bar; lo que yo he aprendido es que lo que realmente resulta demoledor para tu adversario político es la ironía, es lo que le descoloca. Recuerdo por ejemplo a Solchaga, un gran polemista. La suerte que he tenido es que he sido un testigo privilegiado, o si quieres hasta actor secundario, de toda la transformación de España y de Extremadura. Es algo por lo que estoy agradecido a mi partido y a los ciudadanos que con su voto lo hicieron posible.
–¿Extremadura podía haber estrechado más la brecha con el resto del país?
–Bueno, cualquier chaval de 20 años piensa que la piscina de su pueblo siempre existió, y que siempre hubo colegio. Pero la gente sabe que la transformación de Extremadura es haber regado la región de institutos de bachillerato, casas de cultura, carreteras... Y la transformación de España, la gente se olvida que había una sanidad de casas de socorro y de igualas. Con todos los problemas que haya ahora no tiene nada que ver. O la educación. La triste ironía es que hoy hay muchos hijos o nietos de jornalerosque gracias a las becas son ingenieros, arquitectos, médicos, abogados y su preocupación está en decir que pagan muchos impuestos. Y la gran transformación de los derechos: de los homosexuales, de la mujer, el aborto... cosas que nunca apoyó la derecha. Son conquistas sociales que parece que siempre estuvieron ahí, pero que se ganan y se pierden, y es algo que ahora estamos viendo perfectamente.
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–En Extremadura gobierna el PP y ha tenido apoyo de la extrema derecha. ¿Para un socialista histórico es una decepción o lo asume como parte de la democracia?
–Yo la alternancia por decreto nunca me la he creído. El problema clave de la región está en la misma noche electoral, cuando la presidenta actual (María Guardiola) dice que ha ganado las elecciones. Mire usted, no, no ganó aunque pueda gobernar, pero sigue pensando que ha ganado. Nunca ha aceptado que no lo ha hecho y que gobierna gracias a su partido y a otra fuerza política. Al no aceptarlo, se permite decir que si no le apoya Vox, la culpa es de Vox; si no le apoya el PSOE, la culpa es del PSOE. Ella intenta no pisar muchos charcos, no tomar decisiones controvertidas, pero debe asumir que tiene una dependencia.
–El PSOE ganó, pero el resultado fue mucho peor del esperado. ¿A qué cree que se debió?
–En el 95 también se perdió la mayoría absoluta porque le dieron a Juan Carlos la patada que querían darle a Felipe, y yo creo que ahora también ha habido algo de eso. Tiene guasa que ahora seamos los rojos los que reivindiquemos a Voltaire y a Kant, los valores de la Ilustración, que eran patrimonio común, y los tenemos que defender porque cuando los discursos se dirigen a los sentimientos, no se razona. El romanticismo en términos políticos es muy peligroso, todo eso de que si no te gustan los toros, por ejemplo, no eres buen español. La estrategia de la derecha siempre se ha resumido en dos, no es algo nuevo: o España se hunde, si la economía va mal, o España se rompe, que es en lo que estamos ahora.
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–¿A Vara le dieron la patada que iba dirigida a Pedro Sánchez?
–Yo creo que sí. Guillermo tenía una gran gestión. Y, además, es difícil encontrar a alguien que tenga malos sentimientos contra él. Nadie esperaba eso, ni siquiera el PP. En política, como en el fútbol, no hay que hablar de derrota o victoria injusta, pero sí se puede decir inesperada. Las encuestas decían que habría una mayoría cómoda, ¿qué pasó en los últimos dos días? puede ser la amnistía y la abstención de nuestro electorado.
–¿Y que desde aquí no alzó la voz contra Sánchez?
–También puede ser. Guillermo tiene el concepto de lealtad que yo tengo, y eso creo que influyó en el 1% o 2% que se perdió en el último día. Pero hay unos principios a los que no se puede renunciar, y si para ganar unos votos tengo que poner a parir a mi secretario general, que no cuenten conmigo.
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