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Debo ser de otro planeta o estar hecho de una pasta muy fina que hace que me encorajine cada dos por tres. Cuando voy a cruzar por un paso de peatones y no soy el peatón, voy en 'modo pánico', temiendo que se me arroje alguna señora con carrito o un adolescente embebido con el WhatsApp o un abuelo que solo gira el cuello hacia la derecha y yo vengo por la izquierda, ay. Porque las personas, a no ser que estén forradas de adamantium, me parece que pochan por dentro cuando se les incrusta un manillar en una vértebra o son golpeados, incluso a una velocidad prudente, por el frontal de un Seat Ibiza. Cada vez llevo peor que se presuma de estulticia a morro sacado, ese ir pregonando por el mundo «aquí estoy yo, miradme bien, que seré lo que sea, pero yo primero» aun a riesgo de, como diría Broncano, «plegar la servilleta». Me estomaca ese ombliguismo patente de corso. Y para mejorar el estado del universo pacense, cada vez hay más especímenes que cruzan esos mismos pasos de peatones sin bajarse de los patinetes eléctricos tan de moda y que manejan, qué duda cabe, con desigual fortuna por las aceras, carreteras y caminos de la ciudad. Sin duda, el consistorio podría contratarlos, por obra y servicio, para acabar, de una vez por todas, con los patos del Guadiana a golpe de frenada a destiempo, sin contar con la inestimable colaboración de los ciclistas endomingados -no importa ya el día de la semana, aunque los sábados y los domingos se vienen arriba y son legión- y que al ritmo de sus relojes inteligentes enchufados, probablemente, al occipucio, van sumando calorías y rebajando segundos para añadir una equis de superado a su checklist motivacional, aunque sea alta la probabilidad de atropellar a peatones de todas las edades, que lo mismo copan el carril bici en procesión, que se aventuran por aceras estrechas y no ceden el paso, ahí los maten o los increpen, a estos 'prisas' con maillot que dinamizan la ciudad, qué duda cabe, a golpe de pedal -o motor eléctrico, que evita, eso sí, que a más de uno el sobresfuerzo les dé la puntilla- y que, como no contaminan, confunden el estar en posesión de la reluciente y ovalada verdad con tener la razón. Así que entre patinetes sin un cerebro que guíe, ciclistas agonías y peatones que no saben por dónde no estorbar, mejor será que no salga de casa y me enchufe una serie de Netflix que me apacigüe.
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