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Santa Catalina se estrenará como centro cultural a las puertas del verano. Lo hará después de tres años de rehabilitación donde se ha sacudido las secuelas de haber sido almacén de materiales de construcción, de muebles e incluso de un bar y ha recuperado, en parte, la historia del que es uno de los templos más antiguos de Badajoz, reconocido como monumento en 2015.
Quien no lo haya visto nunca, se sorprenderá al descubrir un edificio que pese a llevar dos siglos desacralizado conserva la forma de lo que originalmente fue una iglesia. Quien lo haya visto, aunque sea en fotografías, se llevará las manos a la cabeza cuando descubra que la negrura de las bóvedas y el picado de las paredes escondían debajo pinturas murales y esgrafiados que le han dado un vuelco a la imagen tétrica que arrojaba este edifico que se mira de frente con el Museo Luis de Morales.
La recuperación de esta iglesia del siglo XVI, que fue primero convento de las monjas agustinas, después iglesia de los jesuitas y más tarde parroquia de Santa María de la Real antes de su traslado a San Agustín, ha costado 1,2 millones de euros y en ella han trabajado tres arqueólogos (Pedro Delgado, Nuria García y Montse Girón) y la restauradora Isabel Casado, que han desentrañado todo lo que la cal, el incendio que sufrió a finales del XIX, los usos privados y el paso del tiempo habían tapado.
«Santa Catalina ha sido una sorpresa constante», define la arquitecta municipal, Carmen González-Peramato. Tanto es así que la antigua iglesia entrará en el circuito de monumentos abiertos de la ciudad. «Se van a organizar visitas guiadas al monumento, pero queremos primero musealizarlo para darle un contenido no solo arquitectónico sino también cultural, contando la historia del edificio», confirma el concejal de Turismo y Patrimonio Histórico, Jaime Mejías.
De esa historia, las obras de rehabilitación han dejado tres testigos fundamentales para entender el pasado de Santa Catalina. El primero es el complejo de ocho criptas subterráneas, de las que se han sacado más de 700 cadáveres completos así como osarios repletos de huesos, que están estudiando dos médicos forenses. Esta estructura funeraria podrá verse porque en el suelo de la iglesia se han dejado nueve ventanas acristaladas a través de las que se puede ver cómo eran las cámaras de enterramiento. En dos de ellas, además, han dejado algún cráneo y restos óseos para que se entienda el yacimiento a simple vista. Estos enterramientos pagados eran una fuente de financiación de la iglesia hasta que se prohibieron a mediados del pasado siglo.
El segundo son las pinturas murales de las capillas y paredes y los esgrafiados de las bóvedas, que evidencian que durante el tiempo que tuvo culto la iglesia (entre los siglos XVIal XVIII) estuvo profusamente decorada. Parte de la decoración de las bóvedas ha tenido que reconstruirse a través de plantillas y en las paredes, en las capillas de la Asunción y del Carmen y en el altar se han conservado frescos de distintas épocas, que hablan de los gustos artísticos de cada siglo.
El tercer testigo es el coro, que está sobre el acceso principal y al que se accede desde el edificio de la concejalía de Cultura, que se ha recuperado junto con las balconadas de madera gemelas de los laterales. Desde ahí, se tiene una perspectiva maravillosa del interior del templo.
Desde la Concejalía de Cultura, que es quien gestionará Santa Catalina, ya se está trabajando para darle contenido. «Estamos preparando la programación cultural que queremos que sea anual. Tenemos intención de empezar a finales de mayo o inicios de junio, porque necesitamos crear una infraestructura para su nuevo uso. No se trata de poner caballetes con cuatro cuadros, queremos abrir a lo grande mezclando la historia del edifico con el arte contemporáneo», avanza la edil, Paloma Morcillo.
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Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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