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FELIPE J. DELGADO
Jueves, 1 de mayo 2014, 13:55
Pancho Varona, alma Mater del sonido Sabina, tan atlético (o incluso más que el propio Leiva) escribió una canción a Diego Costa, el explosivo delantero rojiblanco (y de la Roja) del que en tono cariñoso dijo que era el navajero del gol, por ese carácter inflamable del hispanobrasileño. Pues Leiva es, por su forma rockera de encarar las actuaciones, el navajero del escenario.
Se daban todos los ingredientes para que el concierto que Leiva ofrecía anoche en Cáceres fuera inolvidable: el Atlético, club del que es seguidor a muerte y que le matan la patata, como él mismo escribió en un tuit minutos antes del concierto, dio un repasito futbolístico al rácano juego del Chelsea y del special one que dice ser Mourinho y, además, era el cumpleaños de un Miguel Conejo que se llama Leiva por Leivinha, jugador del Atleti al que por su físico recordaba en su juventud.
Lleno en el Palacio de Congresos
Los cantantes, plagada de guiños al oficio y a El cantante de Rubén Blades rompió la noche y el escenario. Una banda con un sonido impecable y un directo demoledor levantó en los primeros acordes a quienes ocupaban los primeros asientos de un Palacio de Congresos lleno hasta arriba (la última entrada la había comprado un chico de 16 años que estaba sentado a nuestro lado) a pesar de los intentos en vano de los mozos de orden para que se sentaran. Cuando el rock te toca no hay asiento para estar en él. Y si el cantante, el front man te dice levantaos, coño, pues ya no hay nada más que hacer.
Nunca nadie, de Diciembre, primer disco de Leiva en solitario, atronó en un recinto con una edad media que rondaba los 20 años y mayoritariamente femenino. Leiva tiene ese punto canalla y sensible que gusta y que atrae. Y subido al escenario todo eso se acrecienta. Y más, si el material con el que están hechas las canciones (y los sueños) es de kilates y de calidad.
Pólvora volvió a ocupar su sitio en el concierto y prácticamente todas las canciones que lo componen sonaron con un acompañamiento de lujo: la leiband, sus músicos, con los que demostró una gran complicidad. Juancho, su hermano (y miembro de Sidecars) hacía las veces de guitarra solista y Tuli con saxo y el gran César Pop componían una banda de rock con vientos y con una percusión coliderada por José Niño Bruno, tal vez uno de los mejores baterías en directo de este país y que ha puesto ritmo a artistas como Andrés Calamaro o Fito y Fitipaldis.
Pereza también tuvo su parte en el concierto. Durante Súperhermanas, una rockera canción con notas de Chuck Berry y que habla sobre los número impares, fue interrumpida por la banda para que Leiva soplara las 34 velas de la tarta que apareció en el escenario para sorpresa del cantante.
En Mirada Perdida llegó la apoteosis de la banda. Rozando ese muro del sonido del que hablaba Phil Spector, productor de Beatles y cantando Atleeeti, Atlético de Madrid, se llegó a un punto que era difícil subir algo más.
Lady Madrid cerró un concierto plagado de referencias futbolísticas y rockeras de calidad y canallas. Porque Leiva, anoche, fue el navajero del escenario.
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