Pablo Calvo
Martes, 15 de noviembre 2016, 10:07
Alba no acudió ayer a sus clases del Grado de Educación Primaria, pero tenía una buena razón. Casi a la una de la madrugada, instantes después de escuchar la explosión que se había producido en el piso superior al suyo, el 3º G del número 19 de la avenida Virgen de la Montaña, abandonó la cama, se puso rápidamente un albornoz entre rosa y granate y salió escaleras abajo hasta la calle, acompañada de su hermana Beatriz. En el piso se quedó Nina.
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«Nosotros pudimos bajar por las escaleras, pero mis tíos y mi primo, que viven en el cuarto, no pudieron salir al principio por el humo». Es lo que sucedió a mucho de los vecinos del edificio Santa Ana, levantando hace una veintena de años en el sitio donde estuvo el antiguo sanatorio del doctor Rodríguez de Ledesma. «Son buenos pisos, no son de esos que se escucha fácilmente al vecino. Por eso nos extrañó un ruido tan fuerte. Pensamos que había caído un armario en el quinto», asegura Cecilia, una señora que no pierde la sonrisa al relente de la noche, pese a que ha tenido que abandonar su vivienda que posiblemente está llena de humo tóxico. Su marido, Miguel, igual de sereno, es sin embargo más contundente. «Pensé que no lo contábamos. Poníamos toallas húmedas en las puertas, pero el humo seguía entrando».
La explosión producida en el 4º H originó un humo tan denso en el bloque que muchos vecinos quedaron atrapados en sus propias viviendas, principalmente los de la plantas cuarta y quinta, las dos últimas. Asomados a las ventanas, pedían ayuda a los viandantes a la una de la madrugada, esa hora en la que casi todos se disponían a dormir para enfilar una semana de trabajo o estudios. Sin embargo, lo que vino no fue el sueño sino una pesadilla.
La intervención de los bomberos se centró los primeros instantes en evacuar todo el edificio, distribuido en dos portales, uno de ellos con entrada por Periodista Sánchez Asensio. También fue necesario más tarde desalojar el número 21 de Virgen de la Montaña, por el temor a que las llamas se pasaran a este bloque colindante. Dos de los policías nacionales que lograron sacar a tres personas del 4º A tuvieron que recibir asistencia médica, y lo mismo sucedió con otras 10 personas intoxicadas de CO. Otras vecina sufrió un ataque de ansiedad.
Una hora después, sin embargo, con los residentes, en pijama o en ropa de descanso, en la calle el nivel de alerta había bajado. Ya no se trataba de desalojar a personas, sino de tratar de acabar con el humo y los restos de llamas, y de empezar a averiguar cuál había sido el motivo de la explosión para coordinar mejor las actuaciones. A las viviendas ya se les había cortado el gas, la luz y el agua; en la calle, junto a decenas de personas que seguían los acontecimientos con expectación, la subdelegada del Gobierno, Jerónima Sayagués, y el alcalde en funciones, Valentín Pacheco, recibían informaciones confusas sobre el motivo real del accidente; alrededor, ambulancias del SES, Cruz Roja y la asociación DYA; sobre la fachada, las escalas de los bomberos aún puestas. En esos momentos, los vecinos comenzaban a hacerse a la idea de que no podrían regresar a sus casas esa noche.
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Sin embargo, el entrar y salir de los bomberos y sus rostros indicaban que todavía existían razones mayores de preocupación. Las conversaciones telefónicas que iniciaban Pacheco y Sayagués tampoco parecían apuntar nada bueno; la llegada del forense al filo de las tres y media de la madrugada confirmaba, sin palabras, que tal y como se temían en la cocina de la vivienda del 4º H se había encontrado un cuerpo, casi con seguridad el de su propietario, el dentista Germán Rodríguez. Su exmujer fue la primera que alertó a los bomberos de que no había logrado hablar con él en toda la noche.
Alba y su hermana Beatriz Velázquez, estudiantes universitarias de Torrejón el Rubio, durmieron anoche en la casa de su abuela en Cáceres; su tíos, en un hostal dispuesto por el ayuntamiento. Antes de marcharse, la Cruz Roja había desplegado tiendas de campaña en el paseo central de la avenida para que los vecinos pudieran resguardarse del frío.
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«Sobre las cinco de la mañana», cuenta Alba, «nos dejaron subir acompañadas para recoger los medicamentos de mi hermana, que es alérgica. Aproveché para coger ropa y también a Nina». Su mascota, una chinchilla, había logrado salir ella sola de la jaula, pero no del piso.
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