Lucía, de 11 años, recibió un extenso repertorio de música popular e infantil. :: jorge rey

Cuando la música es el mejor analgésico

La iniciativa forma parte de un convenio entre el SES y profesionales de estas técnicas, que trabajan de forma voluntaria

Cristina Núñez

Domingo, 26 de febrero 2017, 08:28

Parece magia, pero después de un buen rato con cara de pocos amigos, Lucía vuelve a sonreír. Lleva dos días en el hospital, quiere salir y está de bajón. Livia Estévez y Zazu (Aránzazu) Benítez la ofrecen algunas canciones, un poco de música en directo, y ella accede con cara de curiosidad. Empieza a sonar la guitarra de Livia y la flauta travesera de Zazu y la habitación, de tres camas pero con sólo una ocupada se convierte en una fiesta. Las enfermeras se asoman y su rictus se transforma inmediatamente. Pasan de la seriedad a la sonrisa en décimas de segundo.

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Lo que pasa los miércoles en la sección de Pediatría del Hospital San Pedro de Alcántara y en la planta de Psiquiatría del Hospital Nuestra Señora de la Montaña es musicoterapia. ¿Y qué es la musicoterapia? Livia lo explica con el ejemplo de lo que hace en cada una de las sesiones. «La función es empatizar con el estado anímico de cada persona y establecer una comunicación no verbal, la música es un analgésico natural que libera endorfinas». Livia es pura libertad y alegría en sus gestos y hasta en su atuendo. La flor roja que se coloca en el moño parece toda una declaración de intenciones. Vida.

Estas dos músicas han firmado un convenio con el Servicio Extremeño de Salud (SES) para ofrecer esta iniciativa que, de momento, es voluntaria. Se trata de un proceso de investigación en el que interviene la Asociación Extremeña de Musicoterapia (Aexmu) y el Ceim (Centro extremeño de investigación de musicoterapia). Para Livia es una puerta muy importante la que se abre, puesto que puede brindar la posibilidad de que en el futuro esta iniciativa se ofrezca como un servicio permanente, igual que otros que ayudan a mejorar la vida a las personas que tienen que estar ingresadas, como la biblioteca o la sala de ordenadores.

Lucía Díaz sufre migrañas que, cuando surgen, le impiden hacer vida normal. Después de un año completo de tratamiento, al serle retirado han vuelto los fuertes dolores de cabeza. Lo explica su madre, Gema Zabas, que cuenta que ha sido el segundo ingreso en los últimos días. La niña acaba de recibir oxígeno y está relajada y tranquila. La música empieza poco a poco. Tal y como cuenta Livia no hay un plan prefijado para abordar cada sesión, sino que se intenta respetar la voluntad del paciente e intentar conectar con él. Tal y como describe Zazu se trata de utilizar «acordes menores» cuando el paciente está más triste y acordes «mayores» cuando consideran que esa persona puede tener un estado de ánimo apto para la alegría. Siempre arrancan con un saludo, un «hola» hecho canción. Tocan de todo un poco, y en ese «mix» aparecen canciones de toda la vida. Lucía se deleita con un puñado de temas infantiles. Es tímida y le cuesta mucho ponerse a cantar, pero parece muy pendiente del micro-concierto. Las músicas llevan una bolsa en donde hay distintos instrumentos de menor tamaño, de percusión, para que todo el que se anime pueda cogerlo y tocar. Se permiten un guiño de humor con Lucía y se arrancan con la canción 'A mi burro', «a mi burro, a mi burro, le duele la cabeza, el médico le ha dado una gorrita gruesa». Lucía encaja la broma con filosofía. También hay canciones para los familiares, en el intento de crear una atmósfera en la que todos participen. Suena 'No dudaría', de Antonio Flores, que se convierte en una especie de catarsis colectiva. Como la canción arranca con un «Si pudiera», Livia les pide a Gema, a Laura (la hermana) y a la propia Lucía qué harían si pudieran. «Me iría de aquí», apunta la paciente. «Me iría de vacaciones», dice la madre. «Me dedicaría al fútbol», apunta Laura. El concierto llega a su fin y la despedida está llena de besos y agradecimiento. Todo es luz.

Emoción compartida

Livia y Zazu van a otra habitación, en donde está un niño de 13 años que sufre un síndrome de nacimiento que limita su desarrollo. Alejandro no habla ni puede andar, pero su capacidad comunicativa está muy viva. La música que le ofrecen a este pequeño es más suave y reposada, y él da muestras a través de sus gestos de estar disfrutando. El niño arranca a cantar y los sanitarios que le rodean y la persona que está a su cuidado en este momento comparten su emoción. Livia explica que este niño ya recibió musicoterapia en el Cim (Centro Integral de Musicoterapia, que ella dirige desde hace seis años) así que había ya un trabajo previo y una experiencia muy positiva. Estévez ofrece terapias para personas con discapacidad, embarazadas, bebés o cualquiera que trate de disfrutar de esta dimensión «curativa» de la música. Ha trabajado en numerosos centros para personas con discapacidad como el de Alcuéscar, así como en residencias de mayores o colegios.

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La musicoterapia se extiende en distintos centros españoles. Son ya numerosos hospitales los que la emplean en distintas especialidades. Muchos pacientes oncológicos reciben estas terapias. Más allá de su definición, la música está enraizada con lo más profundo de nuestro ser, siendo pocas las personas que no son sensibles a ellas. Tanto Livia como Zazu tienen una extensa formación que incluye Magisterio Musical, Máster de Musicología y Conservatorio. Ambas reconocen que disfrutan con esta iniciativa, con laque consiguen que la música se convierta en bálsamo, memoria, recuerdo, entusiasmo, ganas de vivir, sonrisa. Pura emoción cien por cien concentrada y con efectos inmediatos. Un chute «bueno».

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