Antonio Pariente no oculta el impacto que le ha causado la noticia del cierre esta semana en Cáceres de la panificadora Upan (Unión Panadera ... Cacereña), que ha dejado sin empleo a 90 trabajadores. «Me ha extrañado muchísimo», admite el que ha sido párroco de San Blas durante las dos últimas décadas, desde 2003.
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De la fábrica que Upan tenía hasta ahora en el polígono industrial de las Capellanías salían cada mes de febrero las famosas roscas de anís que la parroquia despacha en su tradicional romería. «Desde que llegué a la parroquia se las encargaba a ellos. E imagino que también lo harían así mis antecesores», apunta el sacerdote. «Nunca me han fallado», dice.
El nuevo párroco de San Blas, Fernando Alcázar, tendrá que buscar un nuevo proveedor para la romería de 2025 porque Upan ya es historia de la historia local. La baja rentabilidad, el encarecimiento de las materias primas y los cambios en los hábitos de consumo son las razones esgrimidas por la empresa para echar el cierre. Tenía una deuda que superaba los cuatro millones de euros y llevaba declarando pérdidas desde, al menos, 2019.
El jueves a media mañana, dos días después de que las máquinas se pararan de manera definitiva, en el interior de la nave se agolpaban las cajas vacías de cartón y varios operarios descargaban neveras de helados procedentes de la red de despachos (una treintena) que tenía la propia panificadora distribuidos por diferentes puntos de la provincia. De uno de los muros todavía colgaba un cartel con los precios del pan duro: un saco se vendía a cinco euros.
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A José Diego Rodríguez le cuesta contener las lágrimas. Esta empresa, admite, es parte de su vida. «Venía siendo un niño», confiesa. Creció en ella al tiempo que admiraba la labor de su padre, Antonio Rodríguez, que ejerció como pastelero de la casa hasta su jubilación. «Mi padre hacía las magdalenas y yo le acompañaba. He descargado harina con 16 años», ilustra.
José Diego, conocido por su faceta de exmayordomo de la cofradía del Humilladero, también ha sido trabajador de Upan. Comenzó como repartidor y durante los últimos nueve años ha ejercido como jefe de distribución. En total, suma dos décadas de vinculación a la empresa.
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El padre, a sus 81 años, narra con detalles cómo se fraguó una cooperativa que marcó una época. Upan, recuerda, surgió de la unión de varias panaderías locales, que decidieron agruparse para sumar fuerzas en una decisión sin precedentes dentro del sector en la capital cacereña.
«He estado en Upan desde que se inauguró», afirma rotundo el veterano pastelero. No recuerda con exactitud la fecha en la que la gran tahona abrió sus puertas en la calle Herreros del polígono industrial. Pero estima que fue entre 1976 y 1978. Hace, por tanto, casi medio siglo.
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«Se unieron todas las panaderías y luego hicieron la cooperativa», ilustra Antonio. Él procedía de la panadería de Francisco Márquez, situada en Ronda del Carmen, una de las que se integró en la Unión. Se sumaron, además, la panadería de Alfonso Márquez, La Romualda, El Romero y La Madrileña, según la relación facilitada por el antiguo trabajador.
«Para nosotros fue un espectáculo mudarnos a las Capellanías. Una fábrica como esa no la había ni en Cáceres, ni en la provincia. Estábamos 50 tíos trabajando por la noche», evoca Antonio, que se define como «dulcero» de profesión. En la actualidad, en el turno de noche había 18 empleados.
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«Yo no tenía hora ni para salir ni para entrar. La fábrica era como si fuera mía. Entraba a la hora que me apetecía y salía cuando terminaba. Siempre decía de broma a los compañeros: 'Soy el número uno'. Para mí ha sido mi casa. No esperaba nunca que una panadería de esta importancia cerrara. Pero la vida viene así», zanja resuelto.
Durante los últimos años, la producción diaria de Unión Panadera (que funcionaba ya como sociedad limitada) era de 2.300 kilos de pan. Pero hubo un tiempo en el que se llegaron a elaborar 5.000 kilos por jornada. Los panaderos entraban a la fábrica a las ocho de la tarde y en torno a las 23.30 horas ya había parte del producto hecho. Los primeros repartidores llegaban a las instalaciones centrales a las dos de la madrugada para llevar el pan a toda la provincia: La Vera, Jerte, Casas del Monte, Hervás, Rosalejo, Valverde del Fresno, Talayuela...
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De los 90 empleados que se han quedado sin trabajo, 30 estaban vinculados a la fábrica: 18 son panaderos y 14, repartidores. Los 60 restantes pertenecían a la red provincial de tiendas.
«Una de las frustraciones que tenemos es que no nos ha tumbado ninguna de las crisis económicas que ha habido en este país, ni la pandemia. Y sin embargo, nos han tumbado otras cosas más ordinarias como la bajada del producto por la cantidad de sucedáneos que hay», describe Juan Manuel Jiménez, vinculado a la casa durante las últimas tres décadas. Repartía pan a domicilio. «Los últimos días para mí han sido muy duros, despidiéndome de clientes casa por casa. Hemos llorado todos mucho. Nos van a echar de menos».
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