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No es tarea sencilla para un autor que ha publicado miles de artículos en periódicos de toda España a lo largo de 40 años, muchos de ellos en HOY, seleccionar apenas un puñado de ellos para un libro. Alonso de la Torre (Cáceres, 1957) ... se puso manos a la obra y el resultado es 'Un país que nunca se acaba', que acaba de editar La Moderna y que se presenta como una antología «para entender Extremadura, Galicia y otros rincones de la España vaciada».
–¿Cómo se seleccionan 82 artículos de entre tantos miles?
–Primero elegí 4.000 dedicándome a ello desde que me jubilé en septiembre de 2023 hasta el verano. Después los agrupé por temas y busqué el modo de ajustar exactamente las 150.000 palabras que me pedía el editor.
–¿Qué criterios usó para la selección final? Supongo que ya tendría en la cabeza algunos que entrarían seguro en el libro.
–Solo uno, 'El payaso y el payes', que escribí cuando un político catalán y otro balear dijeron que en Extremadura éramos unos vagos que no salíamos del bar, y que tuvo mucha repercusión. El resto los he tenido que releer, porque con el paso del tiempo es cuando te das cuenta de los artículos que sirven y los que no, los que se pueden publicar cinco años después y no han perdido actualidad. Luego influye para la selección la calidad literaria, los temas en los que lo voy a agrupando..., que sean más o menos leídos no influye, porque además no lo sé.
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–¿Tuvo la tentación de retocarlos antes de que salieran en libro?
–No, como máximo alguna errata. El resto nada. Cuando acabo un artículo para mí se termina. Si sale es porque ya lo he revisado mil veces y estoy satisfecho.
–Habla en el prólogo de la tendencia del articulista en ciudades pequeñas de no molestar, de aplicarse una especie de autocensura. ¿A usted le pasa?
–Siempre cuento la anécdota de que cuando empecé a escribir aquí en Cáceres ironizaba mucho sobre Saponi, que era el alcalde. Él quería conocerme como fuera, pero yo me resistía. Cuando le conocí lo primero que me dijo fue que mi padre se movía mucho por la plaza de Italia y esa zona. Yo le dije que no lo creía, pero cuando hablé con mi padre me dijo que sí, que así era. Y claro, desde ese momento Saponi establece conmigo un vínculo familiar, cariñoso. ¿Cómo le voy a vacilar a partir de entonces? Como dice Trapiello, en provincias la vida termina siendo benigna y la gente se acaba conformando. Si escribes de un político en Madrid no pasa nada, pero aquí te lo vas a encontrar por la calle y te puede dejar de hablar. De hecho me pasa, y también lo contrario, que te hagan la pelota, que también es muy clásico.
–¿Cómo afectan esas críticas o elogios a sus artículos?
–Yo es que no me creo nada de eso, excepto cuando viene de gente desconocida, de señoras que te paran y te comentan lo que sea con ilusión, que no tienen nada que ganar ni que perder porque no las vas a volver a ver. Un señor me dijo en un bar que él iba allí porque me había leído que a mí me gustaba, y otro en Alcuéscar me dijo que su hijo le leía mi artículo todas las noches. Esas cosas sí te llegan.
–¿Por qué dice en el prólogo que los maridos no le leen? ¿A estas alturas los hombres y las mujeres no leen ya lo mismo?
–No. Los maridos, los hombres en general, siguen creyendo que el costumbrismo, la literatura sencilla que entra bien, no es propia de ellos, que está por debajo.
–Pero eso sería antes.
–Bueno, claro que habrá gente joven que ya no sea así, pero es que hay muchos de antes que siguen leyendo y me dicen: «Mi mujer te lee». Pero la segunda parte no la dicen, que es que ellos no. Landero explicó en un libro que la épica es cosa de hombres y el costumbrismo es cosa de mujeres. Yo cuento las pequeñas cosas, es cierto que con la intención de trascender y universalizar a partir de ahí, porque si no el artículo queda demasiado anecdótico. Eugenio d'Ors decía que los artículos tienen que ser oscuros para parecer trascendentes. Se los enseñaba a su asistenta y, si los entendía, eso era para él la prueba de que había que oscurecerlos. Yo soy al revés. La realidad es que son las mujeres las que me leen, las que me paran, y me pasa lo mismo con las novelas.
–¿Entonces es usted un escritor costumbrista?
–Sí, y lo digo con mucho orgullo, porque cuando te lo dicen te lo tiran como escupiéndote.
–Es una etiqueta que durante mucho tiempo ha estado desprestigiada en la literatura, pero cada vez más autores reivindican el costumbrismo como la mejor manera de contar la vida.
–A lo mejor es que soy un adelantado, porque llevo 40 años haciéndolo y defendiéndolo. Mi primer artículo, en La Voz de Galicia, fue sobre la tuna que vino a cantarle a mi vecina de abajo. Eso sí, defiendo al costumbrista que través de una anécdota consigue llegar a algo universal, no el costumbrismo por el costumbrismo. Que me cuenten que ha pasado algo en la calle o que ha cambiado una moda no me interesa para nada.
–Lleva 40 años escribiendo en los periódicos. ¿Qué piensa cuando alguien presume de no informarse por los medios, sino por redes sociales o por 'influencers'?
–Pues que está equivocado y me pongo en guardia, porque me temo que esa persona puede tener ideas muy extrañas sobre la vida, y desde luego informada no va a estar. Yo estoy suscrito a 12 periódicos de pago, hasta al New York Times, y eso que no sé inglés. Otros tienen otras prioridades, pero yo gasto mucho dinero en periódicos, libros y suscripciones de plataformas de televisión, que las tengo todas. A mí todo eso me hace muy feliz, más que por ejemplo tener un apartamento en la playa.
–Dígame algo que no le guste de Cáceres y no se haya atrevido o no haya querido contar en un artículo.
–Es raro que no me haya atrevido a contar algo, tendría que pensarlo... Quizás es complicado tratar el tema de la religión, de cómo impregna la vida cotidiana de la ciudad. El poder costalero, del que hablé desde que empecé a escribir aquí. He contado muchas veces lo del señor que me dijo en una gasolinera yendo a Arroyo: «No se meta usted con la Virgen de la Montaña, que la gente puede dejar de leerle por eso». Puede haber temas en los que me intente controlar un poco más, pero al final no soy capaz. Cuando se me ocurre el tema me pongo a escribir y me olvido de todo sin importarme lo que puedan decir, porque a mí escribir me cura de las depresiones y hasta de la gripe. Eso sí, desde el año 2005 no leo ningún comentario. Lo tengo como dogma de fe.
–De hecho en el libro recomienda quienes empiezan en el periodismo que hagan lo mismo.
–Es que les encanta leerlos, y al final lo que pasa es que acabas escribiendo para los trolls. Ojo, que yo quiero que en mis artículos haya muchos comentarios y que la gente diga lo que quiera, pero si los lees te van a marcar. Una vez que el Cacereño le ganó al San Roque de Lepe dije que eso era como ganar a un chiste, y hubo como 700 comentarios en Facebook insultándome a mí y a mi madre.
–Por cierto, ¿cómo lleva su familia aparecer en sus artículos como un tema recurrente?
–Bueno, sobre todo mi suegra. Cuando voy a las fiestas del HOY la gente no me pregunta cómo estoy yo, sino cómo está mi suegra, y me dan recuerdos para ella. Todo lo que cuento de ella es cierto, jamás me he inventado nada. Ella lee el periódico todos los días, ve que aparece y luego no comenta absolutamente nada. Sabe que es un personaje y lo tiene asumido.
–Otra presencia constante en sus artículos es Portugal, sobre todo la Raya, a la que los extremeños hemos dejado por fin de dar la espalda. ¿Es una moda o es para siempre?
–El único peligro de que volvamos a darle la espalda sería porque empiezan a ser como nosotros. Lo que comemos allí ya empieza a ser también tataki, gyozas y esas cosas, también en la Raya. Estremoz se ha convertido en una ciudad gastronómica. Si te empiezan a poner los postres a 15 euros es que está cambiando todo. Sigue habiendo cosas auténticas si las buscas, pero yo ya no voy con la misma ilusión.
–¿Cáceres sigue siendo una ciudad feliz?
–Cáceres duerme la siesta. Es una ciudad que procura no preocuparse mucho por las cosas. Si no hay mina es feliz porque prefiere que no haya mina, pero si al final hay mina va a ver la parte feliz y que eso puede tener sus ventajas. Hasta Cáceres 2016 daba miedo por si nos cambiaba. Aquí, que no se mueva, que no se note y que no traspase siendo la consigna.
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