Hace 140 años de la hazaña del hombre-pez en el peligroso río Tajo
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No está mal tener por amigo a un muerto. El pasado fin de semana el fotógrafo Salvador Guinea y el que junta estas letras paseábamos por la Ciudad Monumental con el finado Sanjosé. Guinea con la máquina colgada al cuello porque estaba haciendo fotos de pájaros para presentarse a no sé cuál concurso de ornitología. Se volvió loco cuando al llegar a la Plaza de San Jorge se posó una hermosa urraca sobre una bola de granito, justo a su lado. Él y algunos turistas no pararon de hacer fotos al que es considerado el pájaro más listo del mundo, capaz de imitar la voz humana, robar joyas y hasta de reconocerse en los espejos, proeza que no alcanzan perros y gatos. Vi que el pájaro sólo miraba a Sanjosé y después de 10 minutos de estarse quieto, cuando el compañero ya tenía suficientes fotos, Sanjosé levantó un dedo y el pájaro marchó.
Fuimos luego a la terraza de Galarza a ver iluminada por la noche la ciudad vieja y a disfrutar de cerveza artesana, porque allí se celebraba la Feria Cáceres Beer. Te comprabas un vaso por dos euros e ibas de estand en estand rellenando el vaso de cerveza, a dos euros la tirada. El muerto no dejaba de decir: «¡El vaso es pequeño! ¡El vaso es más pequeño que otros años!», hasta que el fotógrafo, que iba de cañero en cañero como abeja de flor en flor, le dijo: «¡Ya está bien! Claro, como tú no puedes beber, no paras de dar el coñazo».
Ya más relajados, cuando el muerto se relamía viéndonos paladeando unas cervezas tostadas, le pregunté:
–¡Oye! ¿No me podías dar una idea sobre qué escribir el próximo domingo en 'La moto de papel'?
-Claro. Espera que piense... En estas tierras ocurrió una de las mayores hazañas que han tenido lugar en Europa, cuando el capitán Boyton, al que llamaban el hombre-pez, se lanzó a las aguas del río Tajo en Toledo y atravesó toda Extremadura hasta llegar a Lisboa. En este año 2018 se cumplen 140 años de esa proeza y nadie se ha acordado.
Por eso ahora escribo sobre este asombroso aventurero, sobre Paul Boyton que nació en Irlanda en 1848 y a los 11 años emigró con su familia a Pensilvania, en Estados Unidos, en donde sus padres regentaron una tienda de corales y conchas. Con 15 años participó en la Guerra de Secesión, formaba parte de la tripulación de un acorazado de los Estados del Norte que en el Mississippi se enfrentó a las tropas de los Confederados. Terminada la guerra, con 17 años se fue a las Indias Occidentales, donde fue buceador de perlas. En uno de sus viajes por barco, naufragó y terminó en México, aprovechando para luchar con los revolucionarios de ese país contra Maximiliano de Austria.
Volvió a EE UU a regentar el negocio familiar; pero en 1869, cuando tenía 21 años, se quemó la tienda y la casa. Se alistó en el ejército francés para luchar contra Prusia. Terminada la guerra fue a buscar diamantes a Sudáfrica sin tener éxito. Volvió a Norteamérica en donde formó parte del Servicio de Salvamento en Atlantic City. Se convirtió en un héroe local al librar de morir ahogados a muchos bañistas. Fue por eso que Clark S. Merriman le presentó su invento que convertía a una persona en insumergible.
Era un traje de caucho vulcanizado que se inflaba por compartimentos. Tenía cinco. Si se inflaban todos quien lo usaba se convertía en una especie de barca; pero si no inflaba la parte de las piernas podía estar de pie. Boyton comenzó a usarlo en 1874, con 26 años, al principio para salvar a bañistas, pero luego le hizo unas mejoras y empezaron las hazañas. Él se echaba a la mar, a las aguas de los ríos o los lagos, moviéndose con un remo doble. Tenía una corneta para pedir ayuda y avisar a los barcos de que no le pasaran por encima. En una bolsa de caucho, colgada al cinto, llevaba un paraguas para cubrir la cara del sol, la comida y puros. También tenía una pequeña vela que fijaba a un mástil sujeto a una de sus botas.
Con 27 años atravesó el Canal de La Mancha, navegó por los ríos Missouri, Mississippi y Ohio. Con 28 descendió por el Danubio, el Po, el Arno y el Tíber, además navegó de Capri a Nápoles. Con 29 años atravesó el Estrecho de Messina, descendió por el Ródano y se atrevió a navegar por las salvajes aguas del río Tajo, en donde entonces no había presas que calmaran las aguas. El 31 de enero de 1878, a las ocho de la mañana, se tiró a las aguas del Tajo en Toledo. A Lisboa llegó el 17 de febrero en donde le estaban esperando más de 100.000 personas. Había recorrido 700 kilómetros, no llegando a perder la vida de milagro en los rápidos del Salto del Gitano en Monfragüe. Al terminar su aventura afirmó que era el río más salvaje que había navegado, teniendo que salvar 102 cascadas, una de 25 metros. Dijo que había muchos lobos acechando en las orillas, y habló maravillas de los extremeños, de los que decía que era gente buena que le ayudaron negándose a cobrar por ello. En Garrovillas de Alconétar el gobernador civil le preparó un gran comida y le impresionó el puente de Alcántara cuando lo vio a la luz de la luna a las dos de la madrugada. En Alcántara se quedó un día y siempre afirmó que sus mujeres eran las más hermosas que había visto en Europa. Después de esta proeza cruzaría el Estrecho de Gibraltar, participaría en la Guerra de Perú contra Chile y siguió, de aventura en aventura, hasta que sentó la cabeza con 47 años, en 1895, al hacer en Coney Island, en Nueva York, el primer parque de atracciones fijo. Fue famosa su barcaza que desde una altura de cinco pisos caía en un lago con 40 leones marinos, y sus montañas rusas. También ideó unos curiosos zapatones que permitían andar por el agua. Él, que se jugó la vida mil veces, murió en 1924, con 76 años, tranquilamente en su cama.
Mientras escribo este artículo ha llegado Guinea. Me acerca su boca a una oreja y susurra:
–El muerto tenía razón. Mira – dice enseñándome una foto –. Ayer me acordé de que tenía un vaso del festival de la cerveza del año pasado. Llené de agua el vaso de la edición de este año, se la eché al vaso del año pasado... ¡y aún faltaban dos dedos para llenarlo! Nos han tangado. ¡Jodido difunto! ¡Qué listo es!
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Jon Garay e Isabel Toledo
J. Arrieta | J. Benítez | G. de las Heras | J. Fernández, Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Julia Fernández
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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