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El cacereño Francisco García Sánchez baila en la plaza de San Jorge, en su ciudad natal. JORGE REY
Un cacereño en la élite del ballet europeo

Un cacereño en la élite del ballet europeo

Compañía Nacional de Eslovaquia. Formado en la escuela de baile Sbelta, Francisco García lleva ocho años trabajando de forma estable en ese país

Cristina Núñez

Cáceres

Domingo, 13 de diciembre 2020

Hacía tiempo que Francisco García Sánchez (Cáceres, 1985) no podía paladear la vida cotidiana de su ciudad. «En los últimos años siempre venía en verano, cuando no hay nada, y ahora estoy disfrutando mucho». Lleva 14 años fuera de Cáceres, de donde salió para cumplir su sueño, convertirse en bailarín profesional y, lo más difícil, lograr una estabilidad que llegó hace ocho años en Bratislava, donde desde hace seis forma parte de la Compañía Nacional de Danza de Eslovaquia. El parón generado por el coronavirus le ha permitido poder coger unos días para regresar y observar con calma.

Lo suyo con la danza fue un flechazo total. «A los cinco años fui a ver un espectáculo de danza y me gustó mucho y le pedí a mis padres que quería bailar». Y ahí estaba Sbelta, una de las escuelas más longevas de la ciudad, hogar de la compañía Karlik Danza Teatro. «Yo he crecido allí, es emblemática pero para mí muy especial, porque estuve allí desde los seis años hasta los 21, hasta que ya era mayor, y aprendí, aparte de la técnica del ballet y la danza contemporánea, el amor y el respeto, la dedicación por este trabajo y que esto podía ser un trabajo», apunta. Solo tiene buenas palabras para Ana Hernando, fundadora de la academia, y Cristina Silveira, su profesora de danza. «Han sido siempre muy generosas conmigo en la enseñanza de la danza, de la vida, de un montón de cosas». También resalta el apoyo de su familia.

Como todos los trabajos creativos y artísticos, la danza tiene un componente de dificultad y de tesón llevado al extremo. Francisco no niega que en algún que otro momento estuvo por tirar la toalla, pero que «siempre pasó algo o hubo alguien al lado que lo evitó». ¿Recomendaría a los jóvenes adentrarse en este mundo de exigencia? Él parafrasea a Nureyev y cree que el que lo quiera dejar debe hacerlo, pero si no puede, eso es realmente lo que debe hacer. Y sobre todo, disfrutar, pasarlo bien. Sobre el papel de los hombres en la danza comenta que siempre tuvo claro que éste era su mundo. «Yo era muy feliz haciendo ballet de pequeño y ahora mismo estamos en el siglo XXI, hay que dejar de lado los tópicos sobre el bailarín masculino». Lo que sí cree es que los niños y jóvenes que practican ballet tienen que «tener referentes».

Hasta los 21 años tuvo alguna incursión en el mundo de la danza profesional de la mano de Karlik, además de participar en citas como la animación de San Jorge, el día grande de la ciudad. Pero en ese momento Silveira le recomendó que emprendiera el vuelo en busca de oportunidades. Y así lo hizo, una vez que terminó sus estudios de piano en el Conservatorio. En Madrid estudió en el Conservatorio Profesional de Danza Fortea, para tener una formación reglada con el sistema educativo español. «Aproveché también para formarme con maestras como África Paniagua, Carmina Ocaña o Ángela Santos, donde estuve becado en su escuela». Una vez terminados los estudios pudo trabajar con varias compañías (Santa María Danza, el ballet de Madrid, etc.), aunque no de forma estable. «Fue una época bonita, estuve en contacto con grandes profesionales, pero en España lo que pasa es que la infraestructura de los trabajos artísticos es un poco complicada a veces».

Probar fuera

Tenía claro que tenía que probar «en otro lugar de Europa». Tuvo un primer contrato en una compañía contemporánea y dos años después entró en el ballet del Teatro Nacional Eslovaco. La compañía de danza tiene 70 bailarines, «es más grande que la de España siendo un país mucho más pequeño, hay mucha más tradición, todo el centro de Europa está lleno de teatros con plantilla».

García Sánchez disfruta de la experiencia internacional, con profesionales de todo el mundo, desde Australia a Estados Unidos, América Latina, Francia, Japón o Corea. «He tenido la suerte de trabajar con coreógrafos de talla internacional, todos los años se hacen varias producciones nuevas con coreógrafos que vienen de fuera, eso te mantiene muy vivo, hacemos ballet clásico, pero también danza contemporánea».

Al tipo de vida se va acostumbrando, y al 'pack' que implica la vida en la Europa más del norte: noches que se echan encima pronto, poca vida callejera y un carácter menos expansivo. «No es fácil, si has nacido allí puede que estés acostumbrado».

En Cáceres, pese a la rareza del momento, está viviendo unos días agradables y constatando, además, que la ciudad mantiene viva su actividad cultural. «Hay cosas muy interesante y gente con mucho talento en la ciudad».

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