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El martes, Antena 3 y La Sexta emitieron un reportaje sobre la lucha contra el coronavirus en los hospitales. Parte del programa se grabó en Cáceres y el resultado fue una hora de emoción, la carne de gallina y la garganta llenándose de nudos mientras veíamos en televisión a sanitarios emocionándose, desviviéndose, enfermando, luchando... La diferencia de este reportaje de ámbito nacional con otros es que conocíamos a quienes aparecían en pantalla, se trataba de vecinos y esa cercanía te pegaba al sillón y te tenía en ascuas.
No conozco ninguna serie, película, anuncio publicitario, novela o artículo de prensa que haya hecho tanto por la imagen de la ciudad como ese reportaje del martes pasado. Es verdad que daba una imagen idílica con detalles y datos discutibles y sin recoger que Cáceres es la provincia donde el virus es más letal. Pero el conjunto era inmejorable y la imagen que quedó en los espectadores fue la de que Cáceres es una pequeña ciudad ejemplar con tres hospitales eficaces, un personal abnegado lleno de humanidad y unos sanitarios que se han enfrentado a la pandemia correctamente equipados.
Siendo sinceros, el tercer hospital, Virgen de la Montaña, solo ha sido una solución de emergencia, los primeros días hubo falta de material de protección y, como reconocía alguna enfermera y alguna médico, al principio, todo fue un caos. Pero por encima de esos detalles, lo que ha quedado en el subconsciente de los millones de espectadores que vieron el programa fue una nueva imagen de Cáceres. Cuando escuchen el nombre de la ciudad, no la asociarán solo con una bella parte antigua, con una naturaleza incontaminada ni con un destino al que los trenes llegan tarde y mal, sino con un lugar entrañable y ejemplar donde los sanitarios se desviven por los enfermos y lloran con ellos y por ellos, donde los jefes de los servicios médicos se ahogan al hablar de sus compañeros, donde el jefe de la UCI, uno de los mejores poetas de este país, llama a los familiares de los ingresados para comunicarles, con calma, con empatía, con suavidad, el estado de sus seres queridos y donde los celadores cantan ópera en los momentos de relax: inolvidable, sublime, climático el canto del celador del hospital San Pedro de Alcántara Juan Carlos Martos con el que prácticamente acaba el programa. Juan Carlos canta el 'Nessun Dorma' del 'Turandot' de Puccini y termina de manera formidable con un 'Al alba vinceró' con mascarilla que sube la moral.
La historia de Juan Carlos también anima. Este tenor y celador, que se formó con el gran Pedro Lavirgen, nació en Triana. Es sobrino de Antoñita Moreno y los apellidos de su abuelo, Toro Valiente, lo marcaron. Su madre, amiga de Carmen Sevilla y Conchita Bautista, murió en el parto de su hermano, cuando él tenía dos años. Con su padre vivió en 34 pisos porque era montador de hospitales e iba recorriendo España levantando complejos sanitarios.
Juan Carlos ha trabajado en los hospitales de Navalmoral, Huelva y Sevilla antes de recalar en el San Pedro de Alcántara, donde se ha quedado porque «Extremadura es auténtica y es grande sin necesidad de nacionalismos». Y así, entre celadores tenores, médicos poetas y doctoras que ponen coplas para animar a los enfermos, acabamos emocionándonos todos. Nunca había salido Cáceres tan bien en televisión, ni en 'Juego de tronos' ni en 'La catedral de mar', como cuando a un mayor convaleciente de COVID-19 en el San Pedro de Alcántara le preguntaron si su mujer resistiría y él responde con un hilo de voz: «Claro, es valiente, es extremeña». Fue emocionante, aunque endulzara la realidad.
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