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Como Caridad quiere utilizar la cultura para llevar por el buen camino a su protegido, a Juan, al nieto de Sanjosé, el pasado fin de ... semana fuimos a Plasencia a ver Las Edades del Hombre.
Llevaba en el coche a Guinea, a su novia Ana, a Caridad y a Juan. No sabía muy bien dónde aparcar, hasta que Caridad dijo: «Plasencia es una ciudad que piensa en los conductores, en los turistas que vienen en coche, no como otras ciudades que no paran de destruir aparcamientos. Plasencia ha invertido un millón y medio en un parque gratuito en el Puente de Trujillo. Vete para allí y vemos si funciona». Dicho y hecho. Aparcamos sin problemas, y a los diez minutos teníamos las entradas en la mano, previo pago de 6 euros cada uno.
Juan iba el primero, y en la entrada a la Catedral se paró delante del gran cartel de la exposición que reproduce un viejo plano de Plasencia. Se quedó mirando las pequeñas casas, las iglesias, las murallas, los arbolitos... hasta que dijo: «¡Hay caras en las casas!». A mi lado vi que Guinea le decía a Caridad: «Pero... Vamos a ver... ¿Este muchacho no había dejado la drogas?». La colleja que recibió fue tan ruidosa, que los turistas que estaban en la cola se volvieron hacia nosotros. Caridad se llevó la mano dolorida al sobaco izquierdo buscado alivio, ajeno a las quejas del fotógrafo que tenía la nuca roja.
Nos unimos a Juan que en el cartel nos enseñó edificios que sí parecía que tenían ojos, cejas, nariz y alguno hasta boca.
–Pues tiene razón –dijo Ana.
–El plano –indicó Caridad–, lo hizo en 1573 Luis de Toro para su libro 'Descripción de la ciudad y obispado de Plasencia', cuyo original, conservado en la Biblioteca General Histórica de Salamanca, se expone ahora en esta ciudad en la que nació este gran médico y humanista, que escribió tratados sobre cómo enfriar bebidas, de tifus y de Carlos I de España.
Al entrar en la exposición nos maravillamos de las 185 obras que componen la muestra. Impresiona poder ver tan cerca pinturas de El Greco, Luis de Morales, Claudio Coello, Murillo, Zurbarán... Estatuas de Pedro de Mena, Gregorio Fernández, Montañés...
La sorpresa fue cuando vimos al difunto Sanjosé al lado de uno de sus cuadros preferidos: el Cristo de la Encina que suele visitar en la iglesia de San Mateo de Cáceres, y que ahora se encuentra en Las Edades del Hombre. Después de dar un beso a su nieto nos dijo:
–No me queda más remedio que venir aquí a ver a mi Cristo de la Encina. Estará en Plasencia hasta que terminé la exposición el 11 de diciembre.
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–Oye; pero tu Cristo de la Encina en cuadro –le dije–, está al lado de otro Cristo de la Encina en escultura, ¿Cómo puede ser?
–El de escultura es de Ceclavín, que está en el Santuario de Nuestra Señora del Encinar, y que por cierto ha restaurado el Centro de Conservación de Las Edades del Hombre.
–Pero, ¿cuántos Cristos de la Encina hay? –insistí.
–El catedrático Francisco Javier Pizarro tiene un trabajo en el que señala que además de estos dos hay cuadros parecidos al de Cáceres en Membrío, Fuente de Cantos, San Vicente de Alcántara y Valencia de Alcántara. La verdad es que relatan una especie de fotonovela del siglo XVIII. Según el doctor Andrés Ordax, estos cuadros cuentan la historia de un indiano, natural de Ceclavín, llamado José Sánchez de Bustamante, que cuando vivía en México quiso convertir al cristianismo a dos hermanos indios que trabajaban para él. El menor de los hermanos se convirtió y el mayor, lleno de rabia, quiso tirar la encina bajo la que estaba enterrada la mujer de su patrón, y al hacerlo apareció el Cristo. Hubo final feliz: el incrédulo se convirtió y se casó con la hija del rico ceclavinero.
Terminada la visita cultural fuimos a la Plaza Mayor. Después de ser atendidos por los buenos camareros del Español, establecimiento que tiene un siglo de vida, y merece la pena que cumpla otro más, fuimos al Restaurante Gredos, en donde nos sorprendieron con una rica tapa de callos con morcilla.
Ya eran las tres cuando entramos a comer en el Restaurante Succo, sentándonos en una zona algo reservada. Después de tomar unas sabrosas piernas confitadas de cabrito, a la hora del café, Sanjosé, que había mirado con satisfacción como dábamos buena cuenta de las viandas que él no puede saborear, le dijo a Caridad:
–Anda. Invita a todos estos a comer.
–Sí hombre, como si tuviera yo tanto dinero. Ya sabes que los periodistas andamos escasos de peculio...
–Tú invita... que hoy te va a tocar la ONCE con el número que compraste el otro día en la Feria de Cáceres.
–¡¿Cómo?! –gritó Guinea levantándose del asiento, tirando el café con su torpeza al sacar todo nervioso de la cartera los cinco cupones que había comprado del mismo número– ¡Entonces yo soy rico!
–A ti no te ha tocado nada –dijo Sanjosé, que se acercó rápidamente a Guinea, le quitó los cupones de la mano y los rompió, haciéndolos añicos.
–¿Qué has hecho, desgraciado? –Se lamentó el fotógrafo.
–¡Lo que te mereces por avaricioso! El dinero que va a ganar Caridad será para la dentadura de Juan, para pagar esta comida y ya está. Te hago un favor Guinea, porque el dinero crea muchos problemas.
El fotógrafo se derrumbó en la silla, y el pobre (nunca mejor dicho), ya no abrió la boca en todo el día.
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