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Plaza Mayor ·

TROY NAHUMKO

Miércoles, 19 de febrero 2020, 08:30

Parece que Cáceres se ha convertido en un cometa, o al menos eso es lo que una consultora especializada para el Grupo de Ciudades Patrimonio de la Humanidad (GCPHE) ha decidido llamarnos. Al igual que otras ciudades de la UNESCO, pequeñas y poco conectadas, cada año nos visitan menos de 300.000 personas y, por lo tanto, somos considerados como un cuerpo celeste de pequeñas dimensiones del sistema solar. Ciudades mejor conectadas como Segovia y Salamanca reciben un mayor número y se denominan «satélites» y luego los imanes turísticos más grandes como Córdoba, que recibe a más de 600.000 visitantes al año, reciben el título galáctico de «planetas». Las palabras tienen poder y los significados de las metáforas son claros. El estado de nuestras pésimas conexiones ferroviarias es bien conocido, por lo cual podemos dejar al lado la pregunta obvia de cómo todos esos turistas llegan a sus destinos. Eso nos lleva a reflexionar sobre otras razones por qué los turistas eligen estos lugares en primer lugar. Con los turistas nacionales, la leyenda negra de un supuesto secarral en Extremadura es difícil de combatir, pero este tópico vigente no debería afectar a los visitantes extranjeros. Para un turista nórdico, Baeza o Cáceres son iguales de incógnitas en una Europa cargada de patrimonio, castillos y catedrales, donde es difícil destacar entre los campanarios. Cuando un extranjero elige Córdoba o Granada, piensan en lo que les hace especiales, diferentes de lo que pueden ver en otros lugares y mucho de esto es gracias a sus legados islámicos. A diferencia de Andalucía, aquí en Cáceres y en Extremadura en general, casi parece que este período de la historia es de alguna manera menos importante, algo de lo que hay que avergonzarse. Es como si una religión extranjera fuera en cierto modo más válida, más autóctona que otra creencia abrahámica foránea. Una que también se mantuvo predominantemente aquí durante siglos. Las palabras sí tienen poder y es hora de avanzar y dejar términos como «reconquista» a los afortunadamente pocos que disfrutan de ese pensamiento del siglo XIII en cada orilla del Mediterráneo. Al abrazar y promover este legado, cuya huella literalmente rodea parte de la ciudad, quizás podamos transformarnos en un satélite.

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