![Pedro Romero Mendoza en Niza en 1927.](https://s1.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2023/07/15/1_20230715083853-RiLLnCaT85OqV5nbaTQ4meM-758x531@Hoy.jpg)
![Pedro Romero Mendoza en Niza en 1927.](https://s1.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2023/07/15/1_20230715083853-RiLLnCaT85OqV5nbaTQ4meM-758x531@Hoy.jpg)
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En la Redacción, el fotógrafo Salvador Guinea y yo seguimos enfrentados, viendo quién consigue más información sobre el periodista y escritor cacereño Pedro Romero Mendoza (1896-1969).
El fotógrafo vio que Pedro Romero tiene una calle con su nombre, llena de bares, en la ... Mejostilla; una calle algo alejada de la de su esposa Eladia Montesino-Espartero, la poeta que fue la primera mujer que voló en España. Yo le llevé al Museo Casa Pedrilla, en donde hay varias cosas del escritor que se muestran en una vitrina: su máquina de escribir, varios manuscritos, su máquina de fotos plegable, una foto de él y ejemplares de sus libros.
En la Redacción, encima de la mesa del chispacero, vi que estaba el libro de Pedro Romero 'Un hombre a la deriva', que había cogido de la Biblioteca Pública, e inmediatamente fui al mismo sitio a por otro libro del mismo autor.
Solo pude sacar prestado el libro 'Pensamientos y divagaciones'. «Eres un copión –me dijo Guinea cuando me vio venir con él–. La verdad es que pensé en cogerlo, pero me echó para atrás el careto de Pedro que hay en la portada, parece un hombre gris de la época de Franco, no como la fotografía desenfada que viene en el mío, en la que está Pedro en Niza, en 1927, sentado en un banco, con guantes, sombrero y pajarita».
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De vez en cuando, uno de los dos cogía su libro y leía en voz alta algún párrafo.
–Esa foto de Niza –dije–, está hecha en el viaje de novios. Mirad lo que escribe aquí: «Durante nuestro viaje de novios recorrimos la Costa Azul. Un día nos trasladamos de Marsella a Niza en un coche turístico. Como el tiempo estaba lluvioso y desapacible, subimos al vehículo cuatro viajeros: un matrimonio francés y mi mujer y yo. Los franceses se colocaron delante y nosotros detrás. Tan pronto emprendió el coche la marcha nuestros compañeros de viaje, que debían de ser recién casados, empezaron a hacerse carantoñas y arrumacos excesivos. En Menton nos detuvimos a refrescar, y cuando tornamos al coche, dije a los recién casados, en un francés muy deficiente, pero lo bastante claro para que me entendieran: 'Ahora, mi mujer y yo nos vamos a colocar delante y ustedes detrás. ¿Y van a ver lo que es bueno!'».
–Mira tú –indicó Guinea– ¡Y parecía un mojigato! Pues el libro que he cogido yo es su diario, y mirad la manera de contar la muerte de uno de sus ocho hijos: «La pérdida de nuestro José Antonio, de sus ojos azules, alegres, luminosos; de sus manitas de tibios hoyuelos donde puse tantas veces mis labios, de sus cabellos rubios y de sus risas zalameras cuando me veía aparecer bajo el dintel de la puerta, me ha hecho meditar mucho sobre el grave pensamiento de la muerte. Y he envidiado a esas almas sencillas, que caminan por entre las tinieblas espesas de su ignorancia, sin vacilar ni extraviarse, mientras nuestra razón escéptica, analítica, destructora, va abatiendo todo cuanto halla al paso».
–Escribía muy bien –metió baza el compañero Caridad– ¿Sabéis que en la revista Alcántara, que dirigió durante 20 años, tenía una sección en la que criticaba las expresiones o palabras mal usadas, que firmaba con el seudónimo 'Un aprendiz de hablista'. Hablista, para quien no lo sepa –dijo señalándonos con la mirada–, es la persona que se distingue por utilizar el lenguaje con elegancia y propiedad.
Seguimos avanzando en la lectura de los libros, hasta que Guinea llegó un día al trabajo acalorado: «¡Madre mía! En su diario Pedro cuenta que en la segunda mitad de los años 30, cuando él tenía más de 40 años, estaba casado y con hijos, se enamora de una adolescente, y describe sus flirteos. ¡Qué escándalo!».
Me impactó lo que nos dijo y me atreví a preguntarle al hijo pequeño de Pedro y Eladia, a Juan José Romero Montesino-Espartero. Él, con sus 82 años, desde Barcelona, me dijo riéndose: «Eso eran cosas de la fantasía de escritor de mi padre. Él se lo dio a leer a mi madre, y ella le dijo que no se le ocurriera publicarlo, porque la gente de Cáceres iba a pensar que era cierto». La verdad es que el diario salió a la luz cuando Pedro y Eladia estaban muertos, en 2003, gracias al trabajo de Santos Domínguez y Rosalía Ruiz.
La noche del viernes, lo conté en la tertulia en la terraza del mesón de la Plaza Mayor en el que trabaja Juan, el nieto del difunto Sanjosé.
–Yo tengo mis dudas de que no sea verdad –dijo Guinea–. Es que lo cuenta de una manera que es difícil no creerlo.
–¡No era cierto! –Sentenció Sanjosé con su cara de neón mortecino–. Y te lo voy a demostrar con una poesía que Eladia dedicó a su marido cuando estaba muerto. Se titula 'Tu despacho'. –El difunto miró al cielo oscuro sobre la Torre de Bujaco, y empezó a recitar–: «Desde que tú te fuiste para siempre,/ cerrada está la puerta del despacho,/ cuyo cristal labrado se trasluce/ y me hace ver la tenue luz, si paso./ ¡Claridad misteriosa que ilumina/ los amados recuerdos de aquél cuarto!.../ A veces es la luna, que derrama/ su dulce claridad, otras, los astros./ Yo sigo en los afanes de mi casa/ de un lado a otro sin buscar descanso/ y a veces se me antoja que estás dentro,/ sentado ante tu mesa de despacho,/ leyendo sin cesar 'hermosos libros/ que llenan de dulzor y de veneno el ánimo',/ pero al abrir la puerta lentamente/ con temor de turbarte en tu trabajo,/ me encuentro tu sillón siempre vacío/ y las blancas cuartillas en descanso/ ¡Por siempre blancas! ¡Palidez de muerte!/ (...) Duermen los libros en sus anaqueles/ sin que nadie se atreva a profanarlos,/ esos libros tan tuyos, tan queridos,/ esos buenos amigos que has dejado./ ¡Qué espantosa quietud y que silencio/ la muerte imprime a cuanto encuentra al paso!/ Un nudo se me pone en la garganta/ y cierro temblorosa tu despacho.../ ¡No debí abrir, jamás, aquella puerta,/ que no me permitió seguir soñando!»
–Pedro no le engañó. –Indicó Ana, la novia de Guinea–. Eladia no le hubiera escrito esa poesía si le hubiera engañado.
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