No hay una buena comida sin una buena sobremesa, y el domingo, en la casa de Caridad, hubo las dos cosas. Hubo buena comida preparada por Juan: una rica empanada de pulpo que me había prometido y un delicioso arroz con bogavante. La sobremesa fue ... inmejorable cuando el compañero fotógrafo, Salvador Guinea, sacó de su mochila la tablet para enseñarnos su última obsesión: fotos de hace un siglo de maestros y alumnos en localidades extremeñas.
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–Mirad las que he encontrado en un libro sobre Serradilla de Gómez Alonso –nos dijo–. Esta de 1897 es muy bonita, con la profesora joven rodeada de niños; y esta de 1920 es de la entrega de donaciones para el ropero escolar que llevaba una gran maestra: Rosario Marchante, que alguno asegura que es antepasada de la actual periodista Karmele Marchante, la de la prensa del corazón.
–¿Y está foto del hombre con el puro? –Le preguntó su novia Ana, señalando la imagen de un hombre con cara de pocos amigos rodeado de niños.
–Ese es don Paco, el maestro de Guijo de Granadilla en 1915. Esta fotografía es del libro 'Guijo de Granadilla. 100 años de imágenes'.
–Igual don Paco les recitaba a esos niños poesías de Gabriel y Galán, que el poeta se murió en ese pueblo en 1905; pero tiene más pinta de haber repartido buenos coscorrones –señalé asombrado por el aspecto del docente.
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–Juntaletras, no juzgues a la gente por su aspecto. –Me riñó el difunto Sanjosé, que acababa de llegar a la sobremesa. No había venido antes para evitar ver apetecibles viandas que no puede comer.
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–Hay unas fotos asombrosas, que me gustan mucho –indicó Guinea–, que son las de un profesor que estuvo en Casar de Cáceres que vestía como un grecorromano, con túnica; calzaba sandalias y se recogía la medio melena con una cinta. Aquí está en una foto de 1935.
–Sí, era muy respetado en Casar, en donde dio clase 40 años, desde 1913 –explicó Sanjosé–. En esa fotografía está escuchando a León Leal, que se encontraba inaugurando las Escuelas que llevan su nombre. León Leal, que era director de la Caja Extremeña de Previsión Social, fue una de las personas que más hizo por la construcción de escuelas en la provincia, porque ayudaba a los ayuntamientos para que las hicieran. Iba a las inauguraciones con el director de la Escuela Normal de Cáceres, donde se formaba a los maestros, con el gran Miguel Orti Belmonte, que decía: «Abrir una escuela es cerrar una cárcel».
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–Buena frase –indicó Caridad–. Mientras estabais hablando, he buscado en mi biblioteca este libro de Indalecio Carrasco, que se titula 'Nuestra escuela en la República' –dijo enseñándolo, y fue a una página que tenía marcada y siguió–. Aquí aparece un contrato que se hacía a las maestras de la provincia de Cáceres en 1923, en donde ellas se comprometían a no casarse en los ocho meses en los que iban a dar clase. Se comprometían también a no andar con hombres, a no fumar, a no beber alcohol, a no vestir ropa de colores brillantes, a no teñirse el pelo, a usar al menos dos enaguas...
–¡Madre mía! –exclamó Ana.
–Hay más –siguió Caridad leyendo–. No podían usar vestidos que quedaran a más de cinco centímetros por encima de los tobillos; y leo textualmente: «No usar polvos faciales, no maquillarse ni pintarse los labios». La verdad es que era otro mundo.
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–Es cierto –asintió serio el difunto–, pero esas maestras, y también los maestros, hace un siglo hicieron un gran esfuerzo para que la gente dejara de ser analfabeta, porque era el primer paso para salir de la miseria. Ahora es fácil recordar mejor ese tiempo, porque en Santa Ana, a 28 kilómetros de Trujillo, hay un Aula Etnográfica que recrea cómo era un colegio en esa época. Se puede ver pidiendo permiso al Ayuntamiento. Tiene viejos pupitres de madera para dos niños, mapas de España con el Sáhara y la Guinea española, jarras de lata con las que se enseñaba las medidas de capacidad, plumines, pizarrines, las cartillas del método 'Rayas', la 'Enciclopedia Álvarez', 'El Catón', también el timbre de mesa que usaban para llamar al orden, esos maestros que tanto lucharon para sacarnos de la incultura.
Se hizo un silencio y, de pronto, el callado Juan abrió la boca para decir:
–Todo esto me recuerda la frase que dijo Fernando Fernán Gómez, cuando hizo de maestro en la película 'La Lengua de las mariposas': «De algo estoy seguro: si conseguimos que una generación (¡Una sola generación!) crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad. ¡Nadie les podrá robar ese tesoro!».
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–¡Coño! ¿Tú has visto ese peliculón? ¡A mis brazos! –exclamó Caridad, levantándose y abrazando a su protegido. Cuando se separó, se percató de que la camisa entreabierta de Juan dejaba entrever líneas de tinta en la piel– No me jodas, hombre. ¡¿Otro puto tatuaje?!
–¿Mira de quién es? –Dijo Juan desabrochándose los botones, para enseñar en el lado izquierdo del pecho, en el corazón, un retrato de Sanjosé.
–Esta sí que es buena –comentó el difunto boquiabierto.
–Y a este lado tengo otro tatuaje de una persona que me cuida como si fuera mi padre –siguió Juan, mostrando en el lado derecho del pecho un retrato de Caridad.
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Caridad empezó a recular hacia atrás, como a punto de desmayarse. Le ayudamos a sentarse en la mesa. Colocó la cabeza entre sus manos y se puso a llorar como una Magdalena.
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