Son las diez de la mañana del último sábado de un julio caluroso. En la plaza de Suecia, un tranquilo recinto situado en el corazón del barrio de Los Fratres, un grupo de aficionados a la petanca acude fiel a su cita con este deporte. Lo hacen, cuentan, todos los fines de semana. Y los festivos. Sea verano o invierno. Desde hace, al menos, una década.
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En esta plazoleta con sombra generosa durante las primeras horas del día, la pandilla recibe con hospitalidad al extraño y saluda con familiaridad a los vecinos de la zona. Forma parte ya del paisaje urbano.
No hay una pista de petanca como tal, pero sí una amplia zona de tierra en la que las bolas metálicas ruedan una y otra vez para aproximarse a la bola –boliche para emplear la terminología correcta– roja de menores dimensiones a la que intentan arañar centímetros de distancia. El que más se acerque, gana.
Emilio Pérez cumple la próxima semana 80 años. Cacereño de nacimiento, ha pasado gran parte de su vida en Cataluña, donde trabajó en el sector del curtido de pieles. Al jubilarse, regresó a casa. «Éramos un club, el club Cáceres Sur, pero no éramos muchos. Y vimos que no merecía la pena tener gastos cuando, en realidad, somos un grupo de amigos que venimos a pasar la mañana y a divertirnos. No nos jugamos nada», describe Pérez con soltura.
Aunque la mayoría de los jugadores son pensionistas, ellos reivindican el auge de este deporte y su universalidad. No es solo, aclaran, cosa de abuelos. «Nos extraña que en esta ciudad no haya ni un equipo, ni un club. Nosotros ahora pertenecemos al club de Arroyo de la Luz y somos 70 socios. En Mérida, en Badajoz, en Villafranca de los Barros y en Trujillo hay unos señores equipos. Pero en Cáceres nunca ha cuajado la petanca», lamenta Emilio.
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Es compañero de juegos de José Manuel García, de 75 años. «Para mí lo importante es pasar un buen rato y pasar la mañana entre amigos», resume al tiempo que detalla que el grupo es menos numeroso de lo habitual por circunstancias diversas. Algunos han acudido a un campeonato y otros están de baja. «Normalmente nos reunimos 12», describe.
Cada jugador hace una marca a las bolas para identificarlas con facilidad y saber distinguirlas a la primera. Y, entre tirada y tirada, suelen limpiarlas con un paño para evitar que cualquier resto de suciedad empeore el resultado o que el polvo acabe pegado a la camisa. Jacinto Sánchez, que no se separa de su trapo amarillo, es el veterano. Tiene 83 años.
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«Mi médico me dice que me viene muy bien jugar a la petanca. Nos movemos y nos tenemos que agachar para coger las bolas.», resuelve mientras desvela que aquellos que no están tan ágiles usan una cuerda con un imán para levantar las pelotas metálicas. «A mí me gusta agacharme porque así hago gimnasia», apostilla.
Jaqueline Martínez, de Santo Domingo, es la única mujer del grupo. Acude hasta aquí para acompañar a su pareja. «Me casé con un cacereño. Él se ha enganchado a la petanca y a mí no me ha quedado más narices que engancharme también. Nos gusta ir a campeonatos», reconoce. Ella y su marido son los más jóvenes de la pandilla. «Es muy divertido. Al principio parece algo aburrido, pero no lo es», zanja.
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