Cinco meses después de su elección como miembro de la Real Academia Española (RAE) el escritor y articulista Javier Cercas (Ibahernando, 1962) lee hoy su discurso de ingreso, un trámite hecho de palabras e ideas que le dará acceso al sillón 'R' que ocupó ... hasta su muerte Javier Marías.
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–Entra en una institución que trata de conservar «el genio propio de la lengua». ¿Cómo se consigue? ¿Qué aportará a la RAE?
–Habría que preguntárselo a los académicos que me eligieron. Yo soy filólogo, pero no creo que me eligieran como filólogo; sospecho que me eligieron como escritor (aunque yo nunca dejaré de ser filólogo, y, sin la filología, no hubiera podido escribir lo que he escrito). Por lo demás, creo que aquí hay un malentendido: la Academia no le dice a la gente cómo debe hablar; la Academia describe cómo habla la gente. La Academia, como mucho, hace recomendaciones; solo tiene poder prescriptivo en muy pocos asuntos, como la ortografía y la puntuación. La lengua no es propiedad de los académicos; es propiedad de los hablantes. Y los hablantes somos todos.
–¿Cree que la RAE tiene que conectar mejor con la sociedad?
–La RAE tiene una presencia pública enorme, que ya querrían para sí las demás academias del mundo: piense que el diccionario de la Academie Française, por ejemplo, es el tercero más consultado de la lengua francesa, mientras que el de la RAE es, con mucha diferencia, el más consultado de la española; o recuerde que, cuando la RAE anuncia cuál es la palabra del año, o cuando decide quitarle la tilde a «solo», todo el mundo se pone a discutir sobre ello. Así que la RAE tiene una conexión intensa con la sociedad. ¿Podría serlo más? Seguro. Se trata de trabajar para intentar que lo sea.
–¿Faltan mujeres en la Academia? Son solo 11 académicas de un total de 45.
–Todavía son muy pocas. Y es evidente que hay muchas mujeres en España que podrían aportar muchísimas cosas a la Academia; yo espero que dentro de poco haya muchas más académicas. La revolución de las mujeres -la de la igualdad entre hombres y mujeres- es sin la menor duda la gran revolución de nuestro tiempo, la más necesaria y la más justa; pero las revoluciones -si quieren ser sólidas y duraderas- no se hacen por decreto y de un día para otro. Llevan su tiempo. Esperemos que, en este caso, sea el mínimo posible.
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–¿Considera que hoy en día se habla o se escribe peor que nunca?
–No. ¿Hay alguna prueba de que hoy se escriba y se hable peor que ayer? Si la hay, yo no la conozco. Nunca entenderé el prestigio intelectual de las jeremiadas (o lo entiendo, pero me parece ridículo). Ya basta de calumniar a Jorge Manrique: él nunca dijo que cualquiera tiempo pasado fue mejor; Manrique era un gran poeta, y los grandes poetas nunca dicen tonterías. Lo que en realidad dijo Manrique es que, «a nuestro parecer», todo tiempo pasado fue mejor; es decir: no que lo fue, sino que nos lo parece. No sé de dónde demonios sacan eso de que antes la gente hablaba muy bien y ahora habla muy mal. No conozco una sola prueba que avale semejante afirmación.
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–¿Hay palabras que han perdido su significado, que se utilizan de una manera banal?
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–Sí, claro: montones. Pero eso siempre ha sido así: el lenguaje se devalúa cuando se usa de manera estúpida o imprecisa o pedante o banal. Todos los hablantes tenemos la responsabilidad de que eso no ocurra, porque el lenguaje es lo más importante que tenemos, lo que nos define como seres humanos. Y cuando digo todos quiero decir todos: no sólo los académicos o los escritores o los periodistas; nosotros estamos en primera línea y tenemos más responsabilidad, pero la batalla es de todos.
–¿Cree que a usted se le ha etiquetado injustamente por expresar sus opiniones sin miedo?
–Yo tengo tanto miedo como cualquiera, pero me lo trago, o intento tragármelo. Aunque es verdad: a mí, excepto de practicar la zoofilia, me han acusado de todo (bueno, a lo mejor también me han acusado de practicar la zoofilia, pero no me he enterado). ¿Qué le voy a hacer? Yo he procurado hacerle caso a mi madre en todo, pero no he sido capaz de hacérselo cuando me decía: «Tú, Javi, no te signifiques». Creo que en algunos asuntos me he significado mucho, quizá demasiado. Nadie es perfecto.
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–¿Odia alguna palabra?
–No: las necesito todas.
–¿Qué supone para usted ocupar el puesto que dejó Javier Marías?
–Una responsabilidad suplementaria. Marías es uno de los grandes escritores españoles del último siglo, y en la Academia no hay tantos escritores como se cree (más o menos un tercio del total). Intentaré hacer mi trabajo lo mejor que pueda.
–También está en la RAE Arturo Pérez Reverte. ¿Cree que se pueden enzarzar en algún duelo verbal?
–Conozco relativamente poco a Pérez Reverte, pero lo aprecio mucho. Sería un milagro que no discrepáramos en algún asunto, porque yo discrepo hasta de mí mismo; si se tercia, será un placer discutir con él: es muy posible que me convenza, y en todo caso seguro que aprendo algo. En España, a veces, la discrepancia intelectual se confunde la agresión personal. Es una confusión lamentable.
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–Por seguir hablando de académicos, en la RAE está Asunción Gómez-Pérez, investigadora extremeña experta en Inteligencia Artificial. ¿Cree que deberíamos conocer mejor la IA en lugar de temerla?
–Sin la menor duda. Cada vez que se produce un gran invento, o una gran revolución, aparecen los apocalípticos, metiéndole miedo a la gente y anunciando el fin del mundo. Ocurrió cuando se inventó la escritura, cuando se inventó la imprenta, cuando aparecieron la televisión o Internet; pero, en sí mismos, esos inventos no son ni buenos ni malos: todo depende de lo que hagamos con ellos, del modo en que se los use. Se trata de que aprovechemos lo bueno y rechacemos lo malo. La responsabilidad es nuestra.
–¿Sustituirá la IA a los escritores?
–No sé: habría que preguntárselo a Asunción Gómez-Pérez. Mi intuición de ignorante me dice que tal vez pueda sustituir a los malos escritores, incluso a los escritores mediocres; pero difícilmente va a sustituir a los buenos, no digamos a los muy buenos.
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–Se ha aprobado una propuesta para declarar el extremeño (estremeñu) como Bien de Interés Cultural. ¿Cree que es realmente un idioma?
–Esa es una discusión compleja y tal vez un poco bizantina. Creo recordar que Zamora Vicente lo llamaba «un habla de transición». Las lenguas no son cosas estáticas, acabadas, definidas de una vez y para siempre, así que nadie sabe si, con el tiempo, el extremeño puede acabar siendo un idioma: todo depende de sus hablantes. En todo caso, no me parece mal que quieran protegerlo.
–¿Cree que si no hubiera salido de Extremadura hubiera podido ser lo que es ahora?
–Soy escritor porque me marché de Extremadura, es decir, porque soy esencialmente un desarraigado, porque perdí mi lugar en el mundo (y cuando pierdes tu lugar en el mundo es muy difícil recuperarlo); de todos modos, mi experiencia no es en absoluto excepcional, sino todo lo contrario: hay más extremeños fuera de Extremadura que dentro. ¿Hubiera sido lo que soy ahora si me hubiera quedado en Extremadura? No lo creo: mi vida hubiera sido distinta y por lo tanto yo hubiera sido distinto. Pero no sé: me encantaría tener otra vida para poder quedarme en Extremadura y poder contestar su pregunta con conocimiento de causa.
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–Acaba de estrenarse la película Marco, basada en el Impostor. ¿Ha quedado satisfecho?
-Esa película no está basada en El impostor, aunque cuenta una parte de la vida de Enric Marco que yo también conté. No la he visto, pero, si estuviera basada en mi libro, es casi seguro que hubiera quedado satisfecho: yo, cuando alguien se interesa por lo que hago -y encima me paga por interesarse-, pierdo por completo el sentido crítico.
–¿Cómo definiría la atmósfera que se vive en estos días en Cataluña?
–Con una palabra: descompresión.
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