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María Calderón, de 29 años, se trasladó con su familia al barrio el pasado mes de febrero. JORGE REY
El Junquillo, un barrio cacereño que da el estirón

El Junquillo, un barrio cacereño que da el estirón

Zona en expansión. Familias jóvenes pueblan este área en la que se sigue edificando y que registró un incremento de población del 35% en el último año, según los datos del censo

Cristina Núñez

Cáceres

Domingo, 12 de septiembre 2021, 07:46

Desde algunas viviendas del barrio de El Junquillo uno puede levantarse por la mañana, asomarse a la ventana y tener una bucólica vista de dehesa que hace olvidar que estamos en núcleo urbano. Un punto de aislamiento define esta barriada periférica que aún no ha cumplido la primera década de vida pero que no para de crecer.

Según los datos del último padrón municipal (enero de 2021) 328 nuevos residentes se empadronaron en el último año en El Junquillo. De los 924 vecinos que había se pasó en solo 365 días a 1.252. Un 35% en un solo año es un verdadero pepinazo demográfico que tiene su explicación en que continúan construyéndose viviendas y que éstas tienen unos precios que resultan asequibles en relación a otras zonas de la ciudad.

Álvaro Ropero regenta la única tienda del barrio. JORGE REY

A los tres inconfundibles bloques iniciales, cuyas viviendas forman parte del llamado plan 60.000 y que comenzaron a entregarse en el año 2012 se sumaron después otras promociones que han seguido atrayendo familias. Actualmente hay siete bloques ocupados y dos en construcción.

El caso de María Calderón es paradigmático. Ella vive en uno de los bloques nuevos desde el mes de febrero junto a su pareja y Noa, su hija de año y medio. «Son pisos cuya financiación gestiona el Banco Santander y te dan la posibilidad de tener una hipoteca con el 100% de los gastos, lo cual es una ventaja», explica esta joven madre de 29 años, que trabaja en el Carrefour, a tiro de piedra. Más allá de la cuestión económica a María el barrio le convence. «Hay gente joven, es muy tranquilo». Pensando en la niña se fija en la cercanía de los centros escolares. «Está el Licenciados, el Dulce Chacón, hay opciones». Una visión diferente sobre los recursos educativos tiene María Méndez, que sale caminando del barrio en compañía de su hija Mar, de cuatro años y de su perro. A su modo de ver sería necesario que hubiera guardería en el propio barrio. Considera también que a los parques les falta mantenimiento y que se necesitaría más sombra. Pero en general está a gusto, y también apunta que es un buen barrio para los perros, por el espacio que hay.

Emilio Iglesias y Dulce Rivas son los responsables del bar 'Dulce sabor'. JORGE REY

La calle Amapola, paralela a Dalia, la vía de la ciudad que también lidera el ranking de las que más se han poblado el último año concentra la escasa oferta hostelera, comercial y de servicios de la barriada, que se limita a una multitienda, un gimnasio y un bar. Álvaro Ropero gestiona desde hace seis años 'El colmado del Junquillo', una tienda que se ha convertido en mucho más que eso. Reconoce que los vecinos utilizan su local para como lugar para dejar recados o punto de encuentro. «Trabajamos mucho, abrimos todos los días excepto el 25 de diciembre y el 1 de enero». Tilda el barrio como «muy bueno, de gente muy sana» y muy familiar. «Aquí uno hace un arroz y baja tapers para los solteros», describe Álvaro, que cree que continúa con carencias, como la construcción de una rotonda que evite el largo giro que se tiene que dar para acceder a las viviendas de la calle Dalia. También pide que se encienda la fuente ornamental del barrio.

María méndez reclama mejores parques y más recursos educativos. HOY

'Dulce Sabor' es el bar del Junquillo, regentado por el matrimonio que forman Dulce Rivas y Emilio Iglesias. «Abrimos hace casi tres años, vinimos a vivir y vimos la oportunidad indica Emilio. «El negocio va bastante bien, es un barrio agradable». Sus planes a medio plazo pasan por abrir una tienda de alimentación, una especie de pequeño súper que tenga algo más que lo básico. Tienen también su pequeño listado de peticiones. «Más limpieza en los alrededores, más vegetación en las calles». También quieren que la fuente funcione. «Apagada tiene una pinta maravillosa, funcionando tiene que ser la leche», bromea Emilio. Destaca también la necesidad de que se controlen los botellones de jóvenes, que se han incrementado en tiempo de pandemia aprovechando la lejanía del centro.

Muy cerca de este bar está la parada de autobuses. Fue una demanda del barrio el hecho de que se adentrara en la parte urbanizada, pero ahora son muchos los vecinos que reclaman que aumente la frecuencia y que pase también por los bloques más alejados. En determinados momentos del día el autobús no entra en El Junquillo. Vecina y conductora de autobuses es Esther Orgaz, que llegó al barrio en 2013, a la calle Dalia. «Se hace lo que se puede, los vecinos se quejan de que la línea 4 no entra cuando va a Valdesalor, esperemos que lleguen las mejoras, que no se hacen de hoy para mañana, dependemos también del acceso a Macondo», señala. En todo caso ella niega que esté alejado o que sea inaccesible. «Parece que está aislado, pero creo que está mejor comunicado que otros barrios, como Cáceres el Viejo», zanja. «Yo estoy contenta aquí». Lo cuenta mientras toma un aperitivo al suave sol de septiembre. Es casi la hora de comer y va habiendo ambiente en este barrio en pleno crecimiento.

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