
Magdalena Leroux y un muerto en el maletero
Desde la Moto de Papel ·
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«La belleza alivia el dolor», lo dijo el amigo enfermo Manuel Caridad viendo amanecer en Hervás. Le gustó mucho el viaje que hicimos al Valle del Ambroz. Viajó en el coche acompañado en la parte trasera por el fotógrafo Guinea y Ana, la novia de éste; yo conducía y de copiloto iba mi hijo Francisco, que hace unos días vino de Edimburgo, donde ha estado trabajando como muchos extremeños, y ahora está en Tailandia. Éramos cinco y el problema lo dio el difunto Sanjosé, que sigue aún algo enfadado conmigo y el fotógrafo.
–¿Dónde demonios voy yo? – Me preguntó cuando montábamos en el coche a las siete de la mañana en Cáceres.
–Pues desapareces ahora y apareces en Hervás, que digo yo que es cosa fácil para ti, que para algo eres un fantasma – pronuncié esa última palabra recalcándola, en tono peyorativo, en venganza – … o te llevo en el maletero.
Y así subimos a Hervás con el muerto en el maletero, llegando cuando el Sol empezaba a asomarse por las montañas. Desayunamos en el bar de Moe, un simpático lugar decorado con personajes de Los Simpson, y luego empezamos la caminata de la Ruta Heidi, dejando en Hervás a Caridad, cuidándole Sanjosé. «Pero ¿Cómo vamos a dejarle solo con lo enfermo que está?», preguntó Ana. «No te preocupes, hay quien le cuide», le respondió el novio . Mi hijo no dijo nada porque sabe lo de Sanjosé, aunque aún no lo ve ni le oye.
La Ruta Heidi sigue una senda de 30 kilómetros que circunda Hervás, que se hizo para repoblar la zona de pinos. Se llama así porque se trazó en los años 70 y era famosa la serie de dibujos de la huérfana que vivía con su abuelo en una cabaña en el monte, y el paisaje que se ve en la ruta recuerda al de los alpes suizos de la serie. Son ocho kilómetros de ligera ascensión entre castaños, robles y pinos y luego kilómetros y kilómetros de andar en llano viendo un hermoso paisaje, teniendo que atravesar pequeños arroyos sobre piedras, hasta volver a bajar a Hervás.
Comimos los bocadillos de buen jamón que llevamos junto a una cabaña de pastor, y llegamos sobre las cuatro de la tarde a Hervás. Mientras nosotros caminábamos Caridad paseó con Sanjosé por el por el barrio judío de Hervás acariciado por el río Ambroz, pasando gran parte de la espera en el acogedor Café-bar Picaporte, leyendo en una mesa camilla con brasero de picón, como si estuviera en su casa.
Cuando llegamos cansados, repusimos fuerzas y seguimos el consejo del amigo enfermo que parecía rejuvenecido. «Os voy a llevar a uno de los museos más bonitos de Extremadura». Así, a las cinco de la tarde, entramos en el Museo Pérez Comendador-Leroux, en donde se muestran obras de uno de los mejores escultores españoles, de Enrique Pérez Comendador, que nació en Hervás en 1900, y de su mujer la pintora Magdalena Leroux que nació en París en 1902. No nos extrañó el gran valor de la obra de Pérez Comendador porque vivimos en Cáceres, en donde hay tres magníficas obras suyas: desde 1926 la estatua de Gabriel y Galán en el Paseo de Cánovas, desde 1954 la estatua de San Pedro de Alcántara en la Ciudad Monumental, y desde 1986 la ecuestre de Hernán Cortés, en la avenida que lleva su nombre. Lo que sí nos sorprendió fueron los cuadros de su mujer Magdalena.
Tuvimos la gran suerte de encontrarnos con el director del Museo, con César Velasco Morillo, que muy amablemente nos habló de la artista.
Nos dijo que ella había nacido en una familia de pintores. Su padre fue Auguste Leroux, un gran retratista e ilustrador que fue profesor de la Escuela Superior de Bellas Artes en París durante más de 30 años. Un buen pintor fue también Georges Leroux, su hermano pequeño, y también destacaron en la pintura los dos hermanos de Magdalena o Madeleine: Luccienne y André.
Magdalena estudio en la Escuela de Bellas Artes de París y con 19 años empezó a ganar premios por sus cuadros, con 24 ganó la Medalla de Oro en el Salón de París. En 1929, con 27 años, fue pensionada por el Instituto de Francia en la Casa de Velázquez en Madrid. Fue allí donde conoció a Enrique Pérez Comendador con el que se casó en 1931 en París. «Pérez Comendador pintaba – nos dijo el director del Museo – pero dejó de hacerlo, dijo que la pintura era cosa de su mujer y él se centró en la escultura». Caridad nos comentó que en Hervás se hablaba de que ella se quedó embarazada y que él quería que su hijo naciera en Hervás, pero aquí nació muerto, quizá por falta de medios. No tuvieron hijos. Los dos viajaron por medio mundo y los dos siguieron ganando distinciones.
César Velasco aseguró que la relación de Magdalena con Extremadura comenzó en 1930. Pintó ciudades como Plasencia, Hervás, Badajoz, Medellín, Jerez de los Caballeros, Cáceres, Trujillo o Castuera. «A Magdalena Leroux – recalcó – se le puede considerar una de las figuras señeras de las artes extremeñas del siglo XX».
Al terminar la visita, Caridad nos llevó al cementerio en donde está enterrado el matrimonio, él desde 1981 y ella desde 1985. Los dos están representados en un grupo escultórico sobre su tumba. Pérez Comendador parece ser José de Arimatea y su mujer María Magdalena. Mientras la gente curioseaba entre las tumbas, Caridad se quedó mirando fijamente el sepulcro de los artistas y escuché que le decía a Sanjosé:
–Oye. Te lo pregunto por si me lo puedes decir, porque me agobia. Si de esta me muero. ¿Tú crees que iré al cielo o al infierno?
–Vamos a ver. El infierno es un estado y son muy pocos los que van allí. Van los que matan y los que hacen mucho daño, sobre todo a los niños, porque eso no tiene perdón; pero poco más. Tú no vas a ir al infierno. Te lo aseguro. No puedo decir lo mismo de otros que están poniendo el oído – dijo dándose la vuelta y mirando hacia mí cerrando algo los ojos.
De regreso a Cáceres, cada uno ocupó su sitio en el coche y yo le abrí el maletero a Sanjosé, que no se separa de su amigo ni de noche ni de día. «Hala, ¡pa dentro! – le dije con una indicación de cabeza – ¡Y sin rechistar!»
Mientras conducía me regodeaba escuchando una voz lejana que parecía que salía del maletero:
–Sergio, esta me la pagas. No me dolerá el cuerpo, que no tengo; pero sí la dignidad. ¡Cabrito! ¡Esta me la pagas!
–¿De qué te ríes, Padre? – me preguntó Francisco extrañado.
–De nada. Cosas mías.
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Iker Cortés | Madrid
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