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El fotógrafo Guinea se ríe del miedo que me entra por todo el cuerpo, cuando oigo hablar de jubilación o prejubilación; que lo tengo porque ya son muchos los entierros a los que he ido de amigos que acababan de empezar a ser pensionistas. «Bien ... creo –me decía el otro día–, que hay comandos tipo los GAL, pero en vez de matar a etarras ahora exterminan a jubilados. Hay mucho infartos y accidentes raros». El sonreía mirándome; pero yo, que tengo ese terror dentro, contesté todo serio: «igual no dices una tontería».
Se lo pregunté al difunto Sanjosé. «No sé nada de eso –me indicó–. Lo que sé es que te dije que tenías que buscar y leer el libro que escribió Aline Griffith, la condesa de Romanones, 'La historia de Pascualete', y no has hecho nada».
Temeroso del maestro, conseguí un ejemplar en la maravillosa Biblioteca Pública que tenemos en Cáceres. En la sala de investigadores disfruté del libro publicado en 1964, que es bastante entretenido. La norteamericana Aline Griffith cuenta en esta obra su llegada a España en febrero de 1944, y como se casó con el conde de Romanones en 1947, interesándose por sus propiedades. Un amigo del matrimonio le dijo que tenía mucha suerte, porque su marido era propietario de alguna de las mejores fincas de Extremadura. «Es la región más maravillosa que hay en España –le señaló–. Tan agreste, tan romántica, tan a la antigua. Me parece que las aceitunas son mayores, las ovejas más gordas, el cielo más azul y la caza mejor que en ninguna otra parte de España». Ella se lo dijo al marido; que le contestó: «Ese hombre está loco. Extremadura es la región de España más pobre, la más atrasada y la menos civilizada». Añadió que su familia no había pisado esas tierras, limitándose a cobrar las rentas.
Aline insistió tanto, que al final fueron a ver los terrenos que tenían cerca de Trujillo, ciudad que describe así en el libro: «Empezaba a ponerse el sol cuando al levantar la mirada divisamos una ciudad medieval fortificada, como encaramada en un pico de roca pizarrosa. Parecía una isla de granito mellado, emergiendo de un mar de llanuras negras y yermas. Las siluetas de las curiosas torres árabes, un enorme castillo y las macizas murallas de piedra almenadas, se recortaban contra el poniente rosa y azul». Iban a hospedarse en el Hotel Cubano, cuando el encargado de la finca les dijo que en Pascualete tenían preparado su palacio. El conde no sabía nada de ese edificio y fueron allí. Aline cuenta el encuentro nocturno con el palacete y las tierras que le enamoraron, decidiendo pasar en ese lugar gran parte de su vida. Lo cierto es que ella llegó a vender en 2011 sus mejores joyas, para conseguir cerca de un millón de euros, y lograr que en Pascualete se haga uno de los mejores quesos del mundo: La retorta, que se vende a 9 euros la pieza de 300 gramos y a 14 euros la de 450. Ella murió en 2017, y la quesería sigue siendo un éxito con sus herederos.
En 'La historia de Pascualete' describe sus investigaciones sobre el edificio del siglo XVI con restos del siglo XIII, y sobre los antepasados de su marido. Tuvo la ayuda de Miguel Muñoz de San Pedro, el conde de Canilleros, al que visitó en Cáceres en su palacio de Ovando, tomando junto a la madre de él, té con pasteles empapados en coñac. El conde de Canilleros le dijo que su marido estaba emparentado con los Golfines, y le enseñó el palacio de los Golfines de Abajo, que llevaba 70 años deshabitado y descuidado por sus dueños.
De todos los capítulos del libro, el que más me impresionó fue el que cuenta que ella fue testigo de la exhumación de Diego García de Paredes (1468-1533), conocido como el Sansón de Extremadura. Considerado, según Aline, «el español más fuerte y de estatura más gigantesca de toda la historia del país». Sus restos están en una cripta de la iglesia de Santa María La Mayor de Trujillo. Resultó que un hijo 'ilegítimo' suyo, con su mismo nombre, fue un gran conquistador de América, y fundó en Venezuela la ciudad de Trujillo. El gobierno venezolano había logrado del español permiso para abrir la tumba, y copiar para un museo el escudo de armas que posiblemente se encontraría con el cadáver. La condesa narra que entre las personalidades que asistieron a la exhumación, estaban el conde de Canilleros y el estudioso Antonio Rodríguez Moñino. Al levantar la losa de la sepultura encontraron huesos de varios descendientes del Sansón, pero no el esperado ataúd de plomo del héroe. Buscaron al lado y al levantar otra losa hallaron un ataúd de plomo. Vieron que en su interior había un esqueleto cubierto con una túnica blanca, con la cruz verde de la Orden de Alcántara. La calavera descansaba sobre una almohada de damasco rojo. Los huesos de las manos estaba cruzados sobre el pecho, y sujetaban un manuscrito. Un sepulturero se lo dio a Rodríguez Moñino, que lo leyó en voz alta:
«Como te ves, me vi;
como me ves, te verás.
Piénsalo y no pecarás»
Se supo que el cadáver era de otro muerto del siglo XVI, pero no de Diego García de Paredes.
Salí de la Biblioteca pensando en la muerte, en el mensaje de ultratumba, cuando me encontré por la calle con el abogado Antonio Fernández.
–¿Dónde vas? –Le pregunté.
–A un velatorio. Se me ha muerto un amigo que se acababa de jubilar.
–Vaya. ¿Hace cuántos meses que era pensionista?
–Meses no, Sergio... ¡días! Se jubiló el viernes pasado y se ha muerto este miércoles. No se sabe muy bien de qué...
–¡La Virgen! ¡Ha sido rápido el comando! –exclamé ante la cara de extrañeza del letrado, que no sabía de qué comando hablaba, ni el porqué me había entrado tal temblequera de piernas que tuve que apoyarme sobre un coche aparcado.
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