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«¡Esta carretera es una mierda!», sentenció desde el asiento del copiloto Manuel Caridad. Era el sábado 22 de julio y regresábamos a Cáceres desde ... Badajoz, donde fuimos al concierto de Vetusta Morla en la Alcazaba. Fuimos todos menos Caridad que aprovechó el viaje para ir al MUBA (Museo de Bellas Artes de Badajoz). Desde que a primera hora de la mañana salimos del Hotel Zurbarán y enfilamos la carretera hacia Cáceres, Caridad no paró de protestar.
–Parece mentira que la carretera que une a las dos capitales de provincia de Extremadura, sea esta basura: 91 kilómetros que se tardan una hora y 14 minutos en recorrer.
–Bueno. No te quejes –le dijo Guinea, que estaba en el asiento de atrás con su novia Ana–. Dentro de unos días ya se soluciona lo del desvío por el socavón.
–Sí, hombre –le contestó Caridad–. Un socavón que apareció en diciembre de 2022, y se tarda casi ocho meses en arreglar. En otros sitios de España no hubieran tardado tanto.
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–Bueno, en unos días por fin empieza la obra de la autovía Cáceres-Badajoz –indicó Ana.
–Son solo 13 kilómetros y medio, un tramo que dicen que estará terminado en 2026. ¡A saber cuándo acabará toda la obra! Hace décadas que Cáceres y Badajoz deberían estar unidas por autovía e ir de una a otra ciudad en 45 minutos. Esta carretera la habrá sufrido bastante mi apreciado Pablo Romero Montesino-Espartero.
–¿Quién era ese Pablo? –Dije yo con las manos al volante, atento al zigzag de las curvas.
–Vamos a ver Juntaletras, que no te enteras –me recriminó el malaleche–. Pablo es uno de los ocho hijos que tuvieron Eladia Montesino-Espartero, la poeta profesora de Francés en Cáceres que fue la primera española en volar en avión, en 1919; y el periodista y escritor Pedro Romero Mendoza.
–¿También se dedicó a escribir? –Preguntó Ana.
–Profesionalmente no, pero escribía bien. Él se hizo capitán de la Marina Mercante. Recorrió el mundo embarcado desde 1957 a 1974, y mandaba a su madre unas interesantes cartas contando sus aventuras, que fueron publicadas en julio de 2019, en un libro titulado 'Cartas desde la mar'. Salió cinco meses antes de que Pablo se muriera en Badajoz.
–¿Pero era de Badajoz o de Cáceres? –Quiso saber Guinea.
–Como todos sus hermanos nació en Cáceres, en donde se casó con Rosa Turégano, con la que tuvo dos hijos. Estuvieron viviendo en Barcelona, donde él era inspector de fletes marinos, después de los años en la mar. Luego volvió a Extremadura, después de 25 años de ausencia, a vivir en Badajoz. En el tiempo en el que estuvo fuera de su tierra escribió un texto que yo he releído cuando estaba peor con la leucemia. Os voy a recitar una parte, para hacer más corto el viaje por esta carretera tercermundista.
Sacó su móvil, y después de andar un tiempo buscando en internet, dijo: «Se llama 'Oración de un cacereño' y dice así:
Señor, soy de aquellos hombres que en los años 60 se vieron obligados a dejar su terruño, buscando el pan y la sal, que la patria nos negaba. Abandoné casa, hacienda y familia para poder, desde la lejanía y el frío, mantener esposa e hijos, cambiando la bondad del hogar y el calor de los míos, por el hielo y la soledad del norte.
Yo me dirijo a Ti, Señor, para pedirte que en los últimos años de mi vida, me permitas tornar a mi sur. Quiero volver a sentir en mi rostro la caricia del sol al despuntar el día tras La Montaña, o coronando el campanario de la iglesia en que fui bautizado, rodeado de ese azul tan tuyo, y tan nuestro, Señor.
Quiero volver a ver como se tiñe de oro el granito de las casas solariegas en el declinar de la tarde, y escuchar en la noche a la lechuza alzar el vuelo, asustada por el eco de los pasos del alma en pena de algún hidalgo de capa y espada, en la Ciudad Monumental.
Dame Señor la oportunidad de rezar una vez más a mi Virgen, y contemplar desde lo alto de La Montaña la ciudad que me vio nacer, y que tanto añoro a lo largo de mis años de ausencia; respirar el aire puro y fresco que desde el norte exhala Gredos, y que al llegar a la ermita es bendecido por Ella para disfrute de mis paisanos.
Permite Señor que vuelvan a aflorar las lágrimas a mis ojos, al contemplar al Cristo Negro subiendo por los Adarves en el silencio de la noche cacereña del Jueves Santo, solo roto por los golpes secos y unísonos de las horquillas de los portadores sobre los guijarros del empedrado.
Déjame sentir otra vez en mis labios, el primer beso entre las sombras del parque de mis correrías de niño, y sentarme en el banco en el que adornado de requiebros, declaré mi eterno amor a la madre de mis hijos. Quiero volver a admirar ese cielo estrellado único de mi Extremadura, tumbado boca arriba, teniendo entre mis manos las de la compañera de mi vida, y con ella embriagarme de distancias infinitas.
Dame fuerzas Señor, para mantenerme cabal con mis creencias religiosas, sin que nada ni nadie perturbe mi amor por Ti, dador de cuanto de bueno pueda todavía quedar en mí. Mantén alejados a mis hijos de los peligros de este mundo, y danos fuerzas para que el amor de mi esposa no se extinga, y el mío por ella se acreciente cada día.
Concédeme, por último, llevar al lugar en que mis padres descansan en tu paz flores robadas a la naturaleza, esa que tanto amaron y que me enseñaron a amar, por ser ella la fiel demostración de tu existencia.
Te pido en fin, Dios mío, permitas que las cenizas de mis huesos calcinados sean esparcidas en la solana de una de nuestras sierras, para que después de muerto sienta aún el calor de mi tierra extremeña, y se impregnen en ella del olor a jaras, tomillo y romero...
Amén».
Después del 'amén' nadie dijo nada hasta llegar al Cáceres que tanto quiso el marino Pablo Romero Montesino-Espartero.
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