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Dos días de guardia fue el resultado de la detención esta semana del profesor de la UEx Marcos Maynar. Cuando el miércoles fui a intentar ... averiguar si era cierto que la Guardia Civil estaba registrando su laboratorio, en la Facultad Ciencias del Deporte, llevaba de paquete en la moto a Salvador Guinea. Cuando paramos ante el semáforo de la Plaza de Toros, el fotógrafo me dijo al oído:
–Va a pasar algo gordo. Lo sé.
–¿Cuándo? ¿Aquí? ¿En la Universidad? –dije asustado, chocando mi casco con el suyo al volver la cabeza con rapidez.
–No, hombre. En la Redacción. El otro día escuché a Caridad diciendo al difunto Sanjosé que hiciera algo, que hacía falta dinero para pagarle una dentadura a su nieto, al que la droga acabó con sus dientes.
–Mira. Haz el favor de centrarte en el trabajo y no me andes con tonterías, que tienes que estar bien atento. –Le dije acelerando hacia el Campus.
Ya en la Facultad, descubrimos que era cierto que se estaba registrando el laboratorio en presencia del médico deportivo. La espera parecía larga y el fotógrafo sacó de su mochila el libro 'Extremadura en la mirada de Sorolla', y me largó una parrafada sobre el gran pintor que fue tan famoso en vida, como lo fueron Dalí o Picasso.
–Bueno, ya sabes que Sorolla tenía que pintar un gran cuadro sobre Extremadura. En enero de 1917 vino con su hijo fotógrafo para escoger la ciudad y el tema. Pasaron de Mérida, de las aguadoras de Cáceres, y al llegar a Plasencia decidió hacerlo de los montehermoseños en el mercado...
–Ya me acuerdo. No seas cansino –le corté.
–Bueno, pues se fueron a Madrid, y el 21 de octubre volvió Sorolla padre a Plasencia para pintar el cuadro ayudado por su discípulo sevillano Santiago Martínez Martín. Ya no estaba su hijo para hacerle fotografías, y contrató los servicios de los hermanos José y Manuel Díez García, dos buenos fotógrafos que tenían su estudio, llamado Photo-Art Díez, en el número 14 de la calle Santa Ana. Sorolla tenía claro que quería pintar la catedral, pero no sabía bien desde qué punto. Le hicieron fotos desde la avenida de Calvo Sotelo, pero al final decidió que el sitio perfecto era el Puente de Trujillo. Así se lo dijo en una carta a su mujer Clotilde. Mira aquí lo pone –leyó del libro– «Plasencia, visto su río y alrededores, es mil veces más pintoresco que Toledo».
–¿Hasta cuándo estuvo pintando el cuadro en Plasencia?
–Se marchó el 5 de noviembre. Estuvo 16 días. Después de tomar apuntes y hacer bocetos, pintó el gran cuadro, de tres metros y medio de alto por tres de ancho, en el jardín de la casa del alcalde de Plasencia, de Fernando Sánchez-Ocaña Silva. Le estaba muy agradecido y le regaló el retrato 'La Marcelina. Montehermoso', que ella al principio no quiso posar porque decía que era muy decente.
–¿Al pintor le gustó Plasencia?
–Sí y no. Tenía altibajos de humor porque había cogido un fuerte catarro. Dijo a su mujer que en la fonda en la que estaba dormía poco y mal, y la comida tampoco era buena. También le escribió que estaba cansado de Plasencia, por ser retriste, aburrida y sosa. Se quejó, además, de los modelos de Montehermoso, a los que pagó 5 pesetas al día. «80 duros he pagado de modelos –le indicó a su mujer–. Estos hermoseños son unas lapas terribles».
Pasadas varias horas supimos que Maynar fue detenido, pero no conseguimos una fotografía de él. La guardia del segundo día, el jueves, fue en el Palacio de Justicia en donde el profesor fue puesto a disposición judicial. Vino Armando que estuvo más atento que su compañero Guinea, y retrató a Maynar cuando fue puesto en libertad con cargos.
Después de casi seis horas de hacer guardia había noticia. La mandé a Hoy.es, mientras Armando iba a preparar las fotogafías. Eran las cuatro de la tarde y entré en el Juzgado número 8, que así es como llamamos los periodistas de tribunales al bar restaurante 'El Globo' que está frente al Palacio de Justicia (en Cáceres hay 7 juzgados). Me prepararon un exquisito bocadillo de lomo, queso y pimientos, y me fui a la Redacción.
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Cuando estaba en mi mesa de trabajo, paladeando el bocata mientras juntaba letras, vi que llegaba Guinea. Después de saludar se acercó a la mesa vacía de Caridad. De reojo vi que se agachó y sacó de debajo de la mesa una grabadora que estaba sujeta con cinta americana. Luego se fue a la sala de reuniones. Seguí trabajando hasta que Guinea empezó a gritar:
–¡Lo tengo!
–¿Qué tienes?– Le pregunté.
–Ya sé cómo el difunto le va a dar el dinero a Caridad. –Dijo todo contento acercándose con la grabadora en la mano–. Le va a tocar otra vez la ONCE, como aquella vez que le tocó algo de dinero para resarcirle del que le robó el nieto. Y esta vez el premio van a ser de varios miles de euros, que las dentaduras son caras. Tenemos que seguir a Caridad y comprar los mismos números que compre él. ¡Nos vamos a forrar!
–Pero, vamos a ver. ¿Cómo se te ocurre grabar a alguien sin su consentimiento?
–Bah. Estamos en España. Aquí se espía hasta al presidente del Gobierno y no pasa nada.
–Pero, hombre... ¿espiar también a los muertos?
–¿Anda? ¿Qué más da? Qué estás en España, el país de Anacleto agente secreto. ¡Qué no te enteras, Juntaletras!
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