
Un colegio, un parque, una pista deportiva..., tienen en común la vida que les aportan los niños. Son lugares donde todo es posible y donde los sueños de futuros ingenieros, pintores, futbolistas, médicos o bomberos, se forjarán entre un clima de alboroto, sonrisas, caras de inocencia y una enorme, limpia y sincera ilusión por descubrir el mundo.
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La Infancia es la etapa de la vida que marca para siempre el devenir del ser humano y debe representar el momento de mayor felicidad de nuestra existencia. Los niños son el futuro, la principal fuente de alegría y esperanza de la sociedad, y se merecen el mejor bienestar que podamos proporcionales. Es tarea de todos nosotros -padres y madres, personal docente y sanitario, gobernantes, políticos, líderes religiosos, mundo empresarial, sociedad civil y medios de comunicación- garantizar su salud y nutrición, su crecimiento y desarrollo, su seguridad y estabilidad, su formación y aprendizaje. Con una implicación real y efectiva, por encima de cualquier interés político, económico o religioso.
Resulta muy difícil de creer que, en pleno siglo XXI, cuando se han alcanzado logros inimaginables en el mundo de la ciencia y la tecnología, existan todavía millones de niños que mueran cada día por malnutrición o problemas básicos sanitarios; sean abandonados o soporten todo tipo de violencia y abuso por parte de adultos. Pequeños vulnerables a quienes la vida borró la sonrisa de la cara, cambiándola por llanto, por dolor o por miedo.
Ayer se celebró el 'Día Universal del Niño' y el 'XXX Aniversario de la Convención sobre los Derechos del Niño', aprobada el 20 de noviembre de 1989. Es el más universal de los tratados internaciones y el más ratificado de la historia. En ella se recogen los derechos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos de todos los niños. Cosas tan elementales como los relativos a la vida, la salud y la educación, el derecho a jugar, a la vida familiar, a la protección frente a la violencia y la discriminación, y a que se escuchen sus opiniones.
Un día, que debería ser 'todos los días', porque NO podemos permitir que se apague su esperanza.
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