Hijo de boticario rural, Pedro Antonio Claros Vicario (Ceclavín, Cáceres, 1954) ha presidido durante los últimos 22 años el Colegio Oficial de Farmacéuticos de Cáceres. ... Después de pasar el testigo a la nueva junta directiva, con Juan José Hernández Rincón a la cabeza, ha llegado el momento de regresar tras al mostrador y recuperar el contacto con los pacientes, que nunca ha perdido del todo porque atendía su establecimiento situado en el R-66 un fin de semana al mes. La pandemia ha marcado el último de sus cinco mandatos. Padre de tres hijos, se marcha con la satisfacción de haber suavizado las relaciones con la administración y de haber contado siempre con el respaldo de sus compañeros. «Me gusta mucho la política farmacéutica y la entrega a la profesión», comenta al inicio de la charla.
–Así que se hizo farmacéutico por tradición familiar.
–Mi padre era uno de los dos farmacéuticos de Ceclavín de toda la vida. Y mis tíos abuelos tuvieron farmacia en Alcántara, Zarza la Mayor, Ceclavín y Salamanca. Mi hija también es farmacéutica. Me viene de familia y fue la mejor decisión que tomé.
–¿Cómo ha visto evolucionar el sector en estos 22 años?
–Ha cambiado muchísimo. Cuando asumí la presidencia del colegio en febrero de 2000, no existían las competencias en materia de Sanidad en la Junta de Extremadura. Casi toda España, quitando a catalanes y vascos, era territorio Insalud (Instituto Nacional de la Salud). Todo se hacía en Madrid y se negociaba allí. Los colegios provinciales eran la correa de transmisión hacia las oficinas de farmacia de todo el país. Dos años después de asumir la presidencia, se produce la transferencia de las competencias a las comunidades autónomas y empezamos a trabajar con la Junta de Extremadura. Tuvimos que aprender ambas partes a negociar entre nosotros a nivel local. No teníamos mucha experiencia, pero había muy buena voluntad. Y empezamos a tirar.
Ventas
«Las farmacias también notamos las crisis; cae el consumo de vitaminas y de cosmética»
–¿Las crisis también golpean a las farmacias?
–Sí, por supuesto que se nota. Hay una serie de medicamentos que no son financiados por el Estado y que los compra el ciudadanos de su propio bolsillo. Su venta sí se ve afectada, cae su consumo. Es el caso, por ejemplo, de todas las vitaminas, de los antigripales... Y no hablemos de la parafarmacia, de la cosmética y de los protectores solares. Los farmacias también notamos las crisis.
–Ha hecho referencia a los productos de parafarmacia. También ha vivido la irrupción de este tipo de establecimientos. ¿Suponen una competencia directa para las farmacias?
–Lo que se vende en parafarmacia se puede vender en cualquier supermercado. No existen tres escalones: la farmacia, la parafarmacia y el súper o la perfumería. No es así. Solamente hay dos: los medicamentos, que solo se pueden vender y dispensar en farmacias, y los productos sanitarios y parafarmacéuticos que son de venta libre, que los puede vender cualquiera que tenga una licencia administrativa de comercio al menor. Cuando yo empecé, la mayoría de las leches infantiles y de los potitos se dispensaban en farmacias y ahora la mayoría se vende en el supermercado. Esta cuota de mercado, entre comillas, la hemos perdido bastante. Creo que las parafarmacias tuvieron un ‘boom’, pero luego han bajado bastante. En cualquier caso, no son el principal enemigo de la farmacia.
Balance
«Hemos pasado de un ambiente de enfrentamiento con la Junta a un clima de franca colaboración»
–Se cumplen dos años de la declaración del estado de alarma y el confinamiento por el coronavirus. ¿Cómo han vivido los farmacéuticos la pandemia?
–Con mucho agobio. Somos un establecimiento esencial y teníamos el deber de dispensar. No podíamos cerrar. Como presidente, tuve algunos problemas con alcaldes que no entendían esto. Hubo dos, en concreto, que me pidieron que se cerraran las farmacias en sus pueblos para que no fueran los habitantes del pueblo de al lado por temor a contagios. Fuimos unos de los pocos sitios que permanecieron abiertos en el confinamiento.
–¿Cómo fueron los primeros días detrás del mostrador?
–No teníamos de nada: ni guantes, ni mascarillas, ni geles... Tuvimos que poner las pantallas y encargamos desde el colegio a una empresa las cintas para marcar en el suelo la distancia que había que guardar en las colas. Fueron días angustiosos en los que tuvimos que aguantar el miedo con mucho valor. Hubo un alcalde que mandó incautar las pocas mascarillas que teníamos en las farmacias para no contagiarnos nosotros. Llegó la policía y tuve que hablar con el subdelegado del Gobierno y explicar que eran para nuestra defensa.
–¿Le gusta el trato directo con el público?
–Sí, claro. Es fundamental la labor de asesoramiento e información. Es una relación muy familiar. Yo algunas veces digo que el mostrador es un confesionario. Te cuentan muchas cosas y, sobre todo, las personas mayores que están solas. Pasa, principalmente, en el medio rural. Vienen a echar el ratito a la farmacia para contarte sus penas.
–¿De qué se siente más orgulloso tras su paso por el colegio?
–Del cambio de actitud entre la profesión y la Junta de Extremadura, de la mejora de las relaciones. Cuando asumí la presidencia eran muy tensas. Pasamos de un ambiente de enfrentamiento a un clima de franca colaboración.
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