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En la multitienda Gaby, en la calle Antonio Silva, junto a Extranjería, el trasiego de personas es importante a la hora de la comida. Hay ... fila para enviar dinero a sus familias (100, 200, 300 euros) y más de uno se lleva después de hacer la operación algún alimento de los que despacha Heidy Callaú Bazán, una boliviana que lleva 20 años residiendo en Cáceres y que está literalmente rodeada de botes de frijoles, paquetes de harinas de maíz, salsas, café colombiano, quesos, refrescos y un sinfín de productos de Latinoamérica y de otras áreas del planeta, también de África. No son las marcas habituales que pueden verse en cualquier supermercado, pero sí las necesarias para que muchas personas puedan elaborar sus platos favoritos y sentirse un poco más en casa. «Empezamos en 2007, cuando empezó a haber más facilidad para conseguir determinados productos», explica.
Según los datos que se desprenden del padrón municipal de Cáceres en 2021 vivían en la ciudad cerca de 2.900 extranjeros. Honduras, Rumanía y Colombia son los países que más personas de fuera aportan. Les siguen Marruecos, China, Portugal, Venezuela, Brasil e Italia. Cuentan algunos emigrantes y refugiados que uno de los problemas a la hora de adaptarse a vivir en un lugar diferente al suyo es precisamente es acoplar el paladar a los nuevos sabores, cocciones y hasta recipientes. Estas sensaciones las confirma Callaú. «A la gente le hace una ilusión enorme encontrar lo que comían en sus países».
Lamiaa Naam aprendió a cocinar en su casa, junto a su madre y su abuela, en su ciudad natal de Casablanca. «Es un don, no tengo formación, pero las cosas me salen muy bien». Lo cuenta en Al-Árabe, la que promociona como primera tienda de comida árabe para llevar en Cáceres, en donde todo lo elabora a mano. En Isabel de Moctezuma vende, además de comidas preparadas, productos para la elaboración de la comida típica marroquí. También tiene marcas de refrescos árabes. «Abrí hace cuatro meses, vivo en Cáceres desde hace cinco años, me casé con un cacereño», cuenta. «Estaba estudiando en Toledo, en la escuela de traductores, terminé mis estudios (es traductora de árabe-español-francés ) y como no ha salido un trabajo de esto he montado este negocio», explica esta mujer de 34 años. «Hice un estudio de mercado no había este tipo de comida en Cáceres y me lancé , de momento va bien, tiene aceptación y la gente repite», explica detrás del mostrador durante el Ramadán (que ya pasó), con el sacrificio a cuestas de cocinar y despachar manjares mientras está sin comer ni beber durante todo el día, hasta que anochece. Después de cuatro meses de experiencia dice que su clientela es más de procedencia cacereña que marroquí. «Era una de mis preocupaciones, porque no sabía si a la gente de aquí le gustarían los sabores, no todos los paladares aceptan el tema de las especias, así que no me quejo». También atiende a sus compatriotas. «La mayoría de los marroquíes cocinan en casa, pero tengo un porcentaje que trabajan y no tienen tiempo, por eso vienen».
¿Cómo es la cocina marroquí? «Es una dieta mediterránea muy rica, tiene de todo, verdura, carne, pescado». En su carta hay platos típicos como el falafel, los pinchos morunos, sopas, legumbres, ensaladas, cuscús o tajin, todo cocinado por Lamiaa, hasta los dulces árabes, en los que utiliza miel local, de las Hurdes. La conversación con esta cocinera se ve varias veces interrumpida por clientes que llegan o teléfonos que suenan para realizar pedidos. Abre las puertas de 12 de la mañana a cuatro de la tarde todos los días excepto los miércoles. «Este negocio no tiene descanso, cuando cierro me meto en la cocina». Los fogones los tiene en el interior del establecimiento.
En la multitienda 'Transilvania es tradición' hay tantos productos que a uno se le van los ojos. La fundó hace cuatro años Ana María Dragutescu, que lleva 17 de sus 39 años en Cáceres. «Si eres de fuera comida es una de las cosas que más se echan de menos», explica esta mujer, madre de tres hijos, cuya tienda antes estaba ubicada en la barriada de Moctezuma y ahora en la calle Antonio Silva. Está especializada en productos de Rumanía, Europa del Este, Alemania, Ucrania y Rusia, aunque no solo, también atiende a los latinos y piensa también ahora en traer productos para la comunidad china.
Ha atendido ya a refugiados ucranianos de la guerra. La anécdota que cuenta le hace pensar precisamente en eso, en la necesidad de encontrar esos sabores que, de alguna forma, son un enganche emocional con el país. «No hablan castellano, pero me piden 'grechka', que es una especie de trigo», cuenta Ana María. «Tengo muchos pescados ahumados, pescados en salmuera, muchos encurtidos, mostaza, aderezos, y también frutas y verduras que no son tan comunes». Hay cosas que les cuesta encontrar. «La fruta y la verdura se la pido a mi proveedor, incluso le envío fotos para saber lo que me tiene que traer». Muestra también unas hojas de repollo que sirven para hacer un plato que se llama sarmale y que se hace en Semana Santa y en Navidad en su país. Para otros productos acude una vez al mes a almacenes de Madrid, donde hace acopio para dar alegría a muchos paladares.
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