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Cuando fuimos a ver 'Las Edades del Hombre' en Plasencia, Manuel Caridad y yo estábamos boquiabiertos paseando ante los impresionantes cuadros y esculturas, cuando vimos ... asombrados que el fotógrafo Guinea estaba arrodillado en la penumbra de la zona de la sillería del coro, usando la linterna de su teléfono móvil para ver las tallas de los asientos.
–Pero hombre... ¿Qué haces? –Le preguntó Caridad.
–Esto es una pasada. –Dijo Guinea alumbrando la figura de una mujer con el trasero en pompa ante un cerdo erguido– ¿Quién ha hecho esto?
–Lo hizo el maestro Rodrigo Alemán y de ello hace más de cinco siglos. Pero... apaga la luz, no vaya a ser que nos echen los vigilantes. Ya te lo explicará luego Sanjosé que sabe más de este asunto.
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No hubo más explicaciones porque Guinea se mosqueó con el difunto cuando le rompió varios cupones premiados de la ONCE. Eso pasó hace unas semanas y ahora Sanjosé ha querido hacer las paces con el fotógrafo. Cuando hace unos días Guinea llegó a la Redacción, se encontró en su ordenador un mensaje de Sanjosé: «Si quieres saber más sobre el maestro Rodrigo Alemán, acércate a la Biblioteca y busca un libro de lujo que editó en 2005 Carlos Márquez y Gonzalo Sánchez Rodrigo. Se titula 'La sillería del coro de la Catedral de Plasencia'».
Guinea le hizo caso. Fue por la tarde a la Biblioteca y cuando nos vimos en 'Oquendo', una de las mejores taperías de Cáceres, estaba eufórico. Empezó a enseñarnos las fotografías que había hecho a tallas que salían en el libro, del que se publicaron 2.000 ejemplares numerados, y es muy difícil encontrar uno (en la librería La Puerta de Tannhäuser venden un ejemplar por 106,70 euros). Sorprendía la calidad de las tallas, en muchas de las cuales el autor se metía con los frailes: Había uno convertido en mono con un odre de vino, un diablo fraile leyendo, otro arrodillado suplicando los 'favores' de una mujer... Había mujeres desnudas, otra con una palangana haciendo un lavado vaginal, sirenas, un juglar tocando la gaita y enseñando los genitales, un contorsionista con los pantalones bajados, un perro lamiendo los genitales a un cuadrúpedo, una mujer azotando el trasero desnudo de un hombre...
Llevábamos ya dos consumiciones con sus buenos pinchos, cuando apareció Sanjosé.
–La verdad –dijo– es que la sillería del coro de Plasencia es la mejor obra del maestro Rodrigo Alemán. Le contrataron para hacerla en 1497, y él, con seis maestros que estaban a sus órdenes, hizo 67 sitiales (lo que son asientos de ceremonia), 80 tablas de taracea con distintas maderas, y tallaron 900 piezas de nogal. Trabajó con total libertad. Parece que terminó la sillería en 1505, pero siguió en Plasencia, porque hizo entre 1500 y 1512 el Puente Nuevo, el que está en La Isla.
–¿De dónde era el artista? –Le pregunté.
–Era un maestro venido del centro de Europa para trabajar en las catedrales españolas que se estaban levantando. Se afincó en Toledo, allí se casó y allí talló en el coro de la Catedral una crónica de la Guerra de Granada. Mientras estuvo en Plasencia hizo la sillería de la catedral de Ciudad Rodrigo. Es un personaje lleno de misterio del que hay una leyenda.
–¿Qué leyenda? –preguntó Guinea, al que la curiosidad pudo más que el enfado con el difunto.
–Pues se asegura que terminó encerrado en la torre de la catedral de Plasencia. Hay tres posibles causas: una, que fue castigado por La Inquisición por blasfemo, al asegurar que la sillería de Plasencia era perfecta y no podía superarla ni Dios; la segunda, que se escondió en la Catedral, acogido a sagrado, al estar perseguido por las numerosas personas a las que debía dinero; y la tercera, que el cabildo catedralicio le encerró para que no pudiera hacer otra gran obra como la de Plasencia.
–E intentó volar para escapar. –Le interrumpí.
–Se dice que empezó a adelgazar. Solo comía pájaros y guardaba las alas. Cuando calculó que ya no podía pesar menos, con una resina pegó las alas a su cuerpo, y ayudado con unas alas artificiales se echó a volar igual que Dédalo y su hijo Ícaro para escapar de la isla de Creta; pero si Ícaro se murió al caer por derretirse la resina al acercarse al Sol, Rodrigo Alemán se murió al cansarse de volar. Sobrevoló Plasencia y se cayó tras recorrer dos kilómetros, en La Dehesa de Los Caballos.
–Así es la vida –dijo tristemente Guinea mirando al suelo–. Eres feliz volando con tus sueños, crees que vas a tener hasta dinero, y llega un cabrón y te tira al suelo....
–¡Por favor! ¡Otra ronda! –Pedí con urgencia al camarero, para ver si con algo de bebida y comida se olvidaban las penas.
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