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Antonio Gilgado
Domingo, 24 de mayo 2015, 09:26
Como el lienzo blanco que se transforma en un cuadro lleno de color y figuración transcurre una conversación con Eduardo Naranjo (agosto de 1944).
El hombre tranquilo y sosegado que reflexiona en vaqueros y camisa en el patio de su casa de Monesterio mientras se consume un Nobel en el cenicero muta en un torbellino al subir a la segunda planta, se viste como un tenista de Wimbledon los años sesenta y empieza a trabajar bajo la luz natural que se cuela por la claraboya.
En cuanto desenvaina el pincel rubrica en un cristal los «ojos extremeños» de la redactora de HOY Marta Muñoz mientras recuerda como salvó a un amigo dispuesto a tirarse desde su balcón por un desengaño amoroso, señala el cuadro que le llevó Sebastián Palomo Linares o posa a modo Dalí con un marco en la mano. Y todo eso, moviéndose alrededor de su cerdo universal, la aportación que Naranjo hace a la Iberian Pork Parade.
Un cielo azul sobre una gran ciudad en forma de cerdo es la rúbrica del pintor de Monesterio. Una reflexión poética para destacar la ternura que le inspira el animal. En cierto modo, cuenta, se trata de llevar al otro extremo la idea de guarro, cochino, puerco o asqueroso con la que habitualmente se asocia al rey de la dehesa. El cielo azul arropa una ciudad de rascacielos que ilustra el concepto de universal que tiene para Naranjo el ibérico. «Le gusta a todo el mundo, por eso es universal», y lo plasma con un 'skyline' sobre los lomos. En un principio pensó alguna alegoría a su hábitat rural, pero lo desechó por una figura global y cosmopolita. El matiz local se encuentra en las orejas tricolores de la bandera regional salpicada por lágrimas rojas invocando a la «martirizada Extremadura». Las patas todavía permanecen desnudas y estudia alguna fórmula para darle luminosidad.
No lo ha concluido porque apenas lleva unos días sobre el proyecto. Se sumó por invitación del alcalde de su pueblo, Antonio Garrote, quien al final de la conversación le confesó que en un principio no se atrevía a pedirle que pintara el cerdo adquirido por el Ayuntamiento para esta iniciativa.
El pintor aceptó por dos razones; porque «don cerdo ha dado, y lo sigue dando, un juego maravilloso a través de la historia como alimentación primordial de muchos pueblos» y porque como destino final le han guardado un rincón en el museo del jamón de Monesterio. «Todo un lujo para mí, que mi cerdo acabe junto al jamón supone un reconocimiento inmerecido».
Pero antes de llegar allí, a la escultura le queda un largo camino junto a sus 41 compañeros de piara. «No hay ninguno igual y eso supone el triunfo de la imaginación. Sin imaginación no hay arte. No se trata de pintar o dibujar muy bien, sino de tener imaginación para que la obra resulte distinta».
De esa distinción que busca el artista habló con un amigo que subió hace unos días a su taller y le preguntó cómo se le había ocurrido vincular al cerdo con el cielo.
Naranjo apeló a las visiones internas como detonantes. La obra siempre nace en su interior y luego se va transformando en algo distinto porque en la ejecución sigue inventando. La fantasía se pone en marcha y le devuelve lo que quiere plasmar. «Decía Picasso 'yo no hago un cuadro, hago mil en uno' y eso es cierto. En el arte lo que realmente importa es la capacidad para hacer una obra inconfundible, que lo que tú hagas sea distinto a todos sin pretenderlo, simplemente porque tú también lo eres».
La Iberian Pork Parade tiene mucho de esa distinción. Parte de una escultura a tamaño real del animal. Algo que como artista, también valora Naranjo. «Hoy todo lo que tiene volumen se puede hacer exactamente igual, basta con vaciar, imagino que el escultor habrá recurrido a ese vaciado, lo misterioso y difícil de entender es cómo ha podido hacerlo en el cerdo. Al escultor habría que hacerle un monumento».
Como viajero incansable se topó en Roma y Londres con algunas de las vacas del Cow Parade, el movimiento internacional que ha exhibido vacas pintadas por todo el mundo que ha inspirado a la Iberian Pork Parade. «En este caso, me alegra comprobar, por lo que he visto, que los participantes lo hemos afrontado de una forma más poética y lírica que lo de las vacas».
Ambas ideas, la de las vacas y ahora la de los cerdos, persiguen un acercamiento necesario de la expresión artística a la calle. «En otros países europeos los niños van a los museos con mucha frecuencia, yo en su día fui profesor de dibujo y nunca lo conseguí porque cuando lo intentabas, casi no te dejaban. Ahora parece que ha cambiado algo».
El pintor añora ese acercamiento porque cree que ayudaría a fomentar la sensibilidad artística y alaba la función del Meiac en Badajoz. «Uno de los problemas de Extremadura es la falta de coleccionismo, los museos se alimentan de colecciones privadas. Lo del Meiac ha sido casi un milagro, inventado de la nada».
A este centro de Badajoz dedicado a las expresiones contemporáneas acaba de llegar un cuadro suyo de la colección del Reina Sofía. Naranjo quiere que permanezca allí durante algún tiempo. «Mi granito de arena, pero es muy importante salvar, de la manera que sea, nuestro museo de arte contemporáneo».
El apego al Meiac, el deseo de que Universidad de Extremadura tenga pronto una facultad de Bellas Artes o su participación como jurado en algunos concursos de pintura al aire libre reflejan el vínculo que mantiene por una región de la que se fue a los 16 años. En 1959, el maestro Julián Vargas de Monesterio publicó como corresponsal de HOY el caso del «artista precoz» que había conseguido una beca para estudiar en Sevilla. Recuerda su primera entrevista y cuando rememora lo del 'artista precoz' suelta una sonora carcajada.
Casi medio siglo después repasa con trazo grueso su trayectoria.
Confiesa que ha seguido una evolución distinta al resto de pintores de su época, ha sido como empezar la casa por el tejado.
Con ocho o nueve años ya sorprendía con retratos y paisajes muy fieles a la realidad en su pueblo. Recuerda que se acercaba gente de todo tipo a mirar lo que se hacía. «A uno le sorprendía que fuera capaz de pintar la casa del vecino, al otro la forma que daba al camino que llevaba a su parcela, era realmente emocionante comprobar ese efecto».
Ya como estudiante de Bellas Artes en Madrid mantuvo el estilo realista, pero no tan fiel como el de sus inicios y firmó trabajos más sueltos y subjetivo.
El dominio que adquirió en el oficio contribuyó a buscar otros caminos más interpretativos en la mitad de los sesenta hasta que llega a la beca de París.
París fue una inflexión en su forma de interpretar la pintura y de asumir su rol en la pintura.
Las bibliografías que hay sobre el autor coinciden en que la época de finales de los sesenta pudo ser donde firmó algunas de las obras más importantes de su largo itinerario.
Rememora la experiencia parisina como su reencuentro con la belleza. Volvió a la figuración fiel y desde aquí, sin pretenderlo, desembocó en el realismo mágico, la etiqueta con la que ahora se le vincula y a la que apela con mucha prudencia. «Las etiquetas se debían desterrar del arte porque nunca ha dejado de ser fiel a la realidad».
Su adscripción a lo mágico no es más que su inspiración onírica. Si Buñuel decía que soñaba en color, Naranjo lo hace despierto y se compara con su nieto Eduardo de once años. «No quiere crecer, se encuentra tan feliz imaginando que teme que la felicidad se le vaya de las manos si piensa como los demás».
Ese mismo espíritu infantil ve en el interior de todos los artistas. «Surge cuando el adulto todavía guarda a un niño de forma indeleble en su interior y juega con ello. Somos diferentes, eso no cabe la menor duda».
Sensibilidad
De la reflexión sobre la sensibilidad o la hipersensibilidad del que se pone delante de un lienzo en blanco llega llega a otro de los tópicos que rodea a su oficio. «La gente dice que estamos más locos, pero yo creo que el resto ha perdido, en cierto modo, la cordura. Con el tiempo he aprendido que los locos no son los artistas, son los demás».
El destierro de la cordura para Naranjo llega por el excesivo apego a lo material y el abandono de lo espiritual. «Es lo que nos diferencia de los animales». Por eso, desde su prisma, invalida a las personas pragmáticas para la disciplinas artísticas. «Podrán ser excelentes matemáticos, o ejemplares contables, pero no valen para plasmar la sensibilidad que se necesita para llegar a la belleza, ya sea la pintura, la escultura, la música o la literatura».
En su discurso sobre dinero y arte alarma sobre el daño que se hace cuando sólo se habla de la cotización de los cuadros y evita caer en la demagogia. «El artista tiene que comer, poder seguir pintando y vender su obra, pero eso es algo muy distinto a crear un mercado». Lo dice antes de bajar al patio, ponerse los vaqueros y volver al Nobel. El cuadro sigue incompleto, pero ya no es un lienzo blanco.
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