josé luis garcía martín
Sábado, 5 de noviembre 2016, 16:59
Para un poeta oscuro es un grave riesgo escribir poesía clara: sus limitaciones quedan a la vista de todos. En el nuevo libro de Pere Gimferrer, aparecido medio siglo después de Arde el mar, hay poemas que remiten a la estética de ese título emblemático, poemas de amplio aliento gongorino, llenos de alusiones y elusiones, y de no fácil lectura, que parecen remitirnos a aquel momento inaugural. Pero hay también otros, casi mero ejercicio estilístico, que no acreditan la capacidad autocrítica del poeta y que no animan a tomar el libro demasiado en serio.
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El soneto alejandrino, titulado simplemente Soneto a la manera clásica, no pasa de ripiosa nadería; «Me leyeron las manos una noche de plomo. / Un café de París, oscura pulpería, / fue la noche de dagas que mi pecho pedía / y me crucificó con su espada hasta el pomo». ¿Un café de París es una pulpería? ¿La noche de dagas nos crucifica con su espada? ¿Y que es eso de crucificar hasta el pomo? Hay también una gitana que lee «la sangría en la línea de vida» y «un silencio nocturno con fragor de batanes» (rima con «bataclanes») para terminar con una «tempestad de flores quemándose en rondó». En ningún taller literario habrían dado por buena esta involuntaria parodia. Tampoco los abundantes dísticos habrían pasado la criba menos exigente. El titulado Cuca dice así: «Me diste el alimento de la noche / y me has dado las prímulas del día».
Muy buena voluntad hay que poner para encontrar algún sentido, suponemos que satírico, a Parlamentarismo 2016: «La mona de Tetuán, el aire rojo, / la noche de los ángeles sin voz». ¿Qué parlamento será ese lleno de ángeles sin voz?
En las abundantes entrevistas promocionales que han acompañado la publicación de No en mis días Gimferrer es ya una figura institucional y, como tal, más elogiado que leído, el autor ha declarado que no pretende ser entendido por el lector, que no le importa que este no capte la mayoría de las referencias en varios idiomas que entreteje en sus versos. Pero el problema no es no entender (pocas referencias resisten una consulta en Google), sino el entender y que el poema no pase de un inconexo amontonamiento de brillantes abalorios. Oboe sommerso, como un libro de Quasimodo, se titula uno de los poemas. «Son tus nalgas pirámide de mármol», comienza. Y todo él con alusiones a Góngora y Sor Juana, a Sade y Piranesi amontona metáforas sobre las «nalgas» («punzón de luz de noche en Roma», «sábana de plata / en mármol de palabras que es visión»), ninguna de las cuales ayudan a mejorar el absurdo comienzo: ¿qué nalgas son esas que tienen aristas y acaban en punta como una pirámide? Otro Gimferrer muy distinto, que nos remite al que en 1969 reunió con el título de Poemas lo fundamental de su obra en castellano, encontramos en El Leteo o Teatro de sombras, este último, con casi doscientos versos, el poema más extenso y ambicioso del libro.
A la manera de Rubén Darío en Cantos de vida y esperanza («Yo soy aquel que ayer no más decía / el verso azul y la canción profana»), Gimferrer recuerda en el primero de ellos su propia trayectoria: «¿Quién, como Pound, vadeó el Leteo, / o, como el mensajero del Tetrarca, / le puso proa en góndola de fuego?».
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Contiene El Leteo pasajes espléndidos, dignos del mejor Gimferrer, pero el conjunto no parece sostenerse en pie. Algo semejante ocurre con Teatro de sombras, que comienza con una cita de Piedra de sol, de Octavio Paz, y que luego, entre abundantes digresiones, evoca el Madrid en guerra («Pasionaria en las hojas de la luz, / Alberti y Bergamín enmedallados / por la sangre del día»).
La mayoría de las referencias incorporadas por Gimferrer a sus poemas -aunque puedan deslumbrar al lector apresurado- resultan gratuitas, simple ocurrencia ocasional. Un perfecto ejemplo lo constituye el segundo verso de Devanadera: «Estos extraños días de San Pedro, / (San Pedro in Vincoli tiene a Moisés) / en Mallorca, indeciso entre verso, fusil y subfusil, / sagrados como en el libro de Hipócrates, / ya con los ojos de Cuca clavados / en este pecho»
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Dejemos de lado a la inevitable Cuca del Gimferrer último (y a Javier Marías que se menciona luego). Si está hablando de los días de San Pedro en Mallorca, ¿qué sentido tiene indicar que «San Pedro in Vincoli tiene a Moisés»? Igual podría haber dicho que «San Pedro del Vaticano tiene el baldaquino de Bernini».
En algún caso esas referencias, además de gratuitas (y en el poema todo lo que no es necesario sobra), están equivocadas. Too much Johnson, tras una cita de la ópera Pagliaccio («ridi, pagliaccio, e la giubba infarina» escribe Gimferrer; en el original: «Ridi pagliaccio, vesti la giubba / e la faccia infarina»), añade este paréntesis: «(Tantos años atrás leí Autumno la giacca, / donde para el traghetto en la Accademia)». No sabemos si lo que leyó fue un libro con ese título o un anuncio de ropa otoñal, lo que sí sabemos es que no pudo leerlo «donde para el traghetto en la Accademia» porque el «traghetto» es la góndola comunal que sirve para cruzar el Gran Canal en los lugares donde no hay puente y por eso no existe ninguna parada del traghetto en la Accademia.
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El esteticismo culturalista se complementa con alguna alusión política: «My Lai nos repite Casas Viejas, / mimetiza Guantánamo el gulag». ¿Mimetiza Guántamo el gulag? No exactamente: en un caso se encierra a cientos de combatientes irregulares enemigos y en el otro a cientos de miles de ciudadanos soviéticos, en buena parte fervorosos comunistas.
Pere Gimferrer nos recuerda el caso de Jorge Guillén, un poeta de obra exigente y escasa que se convirtió en un versificador profuso en cuanto dejó de ser poeta. Los lectores lo notaron de inmediato, pero hay críticos y estudiosos aún no se han dado cuenta.
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