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El historiador del arte y el cine ocupa parte de su tiempo paseando por la ribera del Ebro. ARÁNZAZU NAVARRO
Agustín Sánchez Vidal, el amigo de Buñuel que tiene en el Prado su casa
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Agustín Sánchez Vidal, el amigo de Buñuel que tiene en el Prado su casa

Melómano hasta las cachas, borda el conejo a la cazadora. Ve en el café un elemento civilizador. Le despiertan las golondrinas y celebra la vida con un jerez y una buena conversación

ANTONIO PANIAGUA

Domingo, 20 de febrero 2022, 00:08

Gran especialista en el cine de Buñuel, del que se hizo amigo, Agustín Sánchez Vidal, de 74 años, tiene una casa que es un templo del séptimo arte, con pantalla enrollable, proyector y paredes tapizadas de miles de películas. No concibe la vida sin un jerez a mano y un paseo por la ribera del Ebro. Este hombre afable, que se conoce el Museo del Prado como la palma de la mano, encuentra en la pinacoteca historias insospechadas. Escritor, profesor de literatura y arquitecto frustrado, Sánchez Vidal es un epicúreo que se pirra por Tiziano y Vivaldi tanto como por las madejas, un plato hecho para paladares recios que preparan en los bares populares de Aragón con las tripas del intestino delgado del cordero. Este miércoles se presenta en las librerías, recién salido de la imprenta, 'La vida secreta de los cuadros' (Espasa), un libro en el que desgrana las fascinantes vicisitudes que se esconden en las entretelas de las grandes pinturas.

Lunes

6.00 horas. Me levanto muy temprano, como las alondras. Dentro de poco madrugaré probablemente más, porque están empezando a anidar cerca unas golondrinas, van a nacer pronto las crías y arman un follón tan tremendo que acaban despertándome. Lo primero que veo en la cocina cuando me levanto es un dibujo de Picasso que representa a gente que baila bajo el sol para celebrar la vida. Subo a la terraza y contemplo el amanecer, comienza otro día, y eso es un regalo enorme.

7.00 horas. Veo la televisión mientras desayuno, así me pongo al día. En los informativos suelen poner las portadas de los periódicos, de modo que cuando empiezo a trabajar sé si ha pasado algo gordo. La mañana la dedico a escribir. Ahora estoy preparando unas conferencias para el Museo del Prado sobre Durero. Hace unos días terminé el guión de una serie televisiva de la que no puedo dar más detalles porque estoy sujeto a un contrato de confidencialidad.

12.00 horas. Preparo la comida y me voy a nadar para oxigenarme y tener de esta manera la cabeza despejada. Escribir más de tres horas seguidas es complicado. También suelo pasear por el Canal Imperial de Aragón, el antiguo camino de sirga que utilizaban las caballerías para tirar de las barcazas en el trayecto que partía de Zaragoza hasta Tudela.

Martes

17.00 horas. Para los que vivimos en Zaragoza el AVE es un tren de cercanías que te permite colocarte en Madrid o Barcelona en poco más de una hora y cuarto. Hago frecuentes escapadas. Viajar a Madrid es muy agradable y el Museo del Prado mi segunda casa. A veces una visita me sirve para retener un detalle de un cuadro que se me estaba despintando. Entre mis salas favoritas están las de Velázquez, aunque si tengo que elegir me quedo con las pinturas negras de Goya. Comparas un cuadro tan luminoso como 'La pradera de san Isidro' que pintó de joven y 'La romería de san Isidro', que es pura fantasmagoría, y te preguntas: ¿cómo ha podido cambiar tanto un mismo país durante la vida de una persona para que la misma fiesta se represente de una manera tan alegre y después tan siniestra?

19.00 horas. En casa tengo un buen equipo para ver películas, con proyector y pantalla enrollable, de suerte que el salón de casa es como una filmoteca. Colecciono miles de películas, incluida una porción disparatada de cintas raras, propias de un cinéfilo y que se ven solo una vez en la vida. No obstante, no he prescindido nunca del cine. Hay cintas que solo se pueden ver en una sala, el 'West side story' de Spielberg es un espectáculo que no se puede ver en casa. Ahora estoy jubilado, pero cuando estaba en activo me podía ver tres películas por el afán de estar al día y poder opinar ante mis alumnos. Libre de las clases, ahora veo más las cosas que me apetecen.

Miércoles

11.00 horas. Si tengo ocasión de hacer alguna escapada me voy a degustar los vinos de Jerez, que son un tesoro nacional. Es sorprendente cómo con una sola uva, la palomino, se sacan vinos tan diferentes. En Jerez visito bodegas para apreciar las diferencias entre un palo cortado y un oloroso, un amontillado y un fino. De paso, visito Ronda y escucho flamenco.

15.00 horas. Algunos platos me salen bastante bien, como las pochas a la navarra, el conejo al ajillo o a la cazadora, que aprendí de mi madre y que son platos que me traen bastantes recuerdos. La suerte que tengo es que las hierbas que necesito para preparar el conejo las recojo en el monte. Aquí hay un tomillo muy bueno, muy oreado. Otra de las cosas buenas de Zaragoza es que tienes muy cerca bares donde se preparan platos muy castizos, como las madejas, hechas con tripas. Remotamente se parecen a las gallinejas.

Jueves

21.30 horas. Todos los días escucho música, si no lo hago siento que me falta algo. Antes tocaba de una manera aceptable la guitarra y he cursado dos años de piano, pero no he conseguido grandes resultados. Escucho de todo, salvo rap y reguetón. Lo mío son los clásicos y la música antigua. Hay maestros que, hagan lo que hagan, son una maravilla. El trabajo de Jordi Savall es extraordinario. Tengo una colección de dos mil y pico vinilos, algunos de ellos primeras ediciones, y cosa aparte son los cedés. Ahora recurrimos todos a Spotify porque es más fácil encontrar las piezas, pero mis discos son sagrados.

Viernes

6.30 horas. Soy cafetero a muerte y nada partidario del té. Los Estados Unidos se independizaron de Inglaterra por el té, por no pagar el impuesto sobre este producto, motivo por que el que se sublevaron. Adoptaron el café como bebida nacional, aunque les sale una cosa horrible. Sin duda, el café es un elemento democratizador.

19.30 horas. Quedar a comer y conversar es una costumbre civilizadísima, aunque más de la mitad de las veces sea por el puro placer de disparatar. Arreglar el mundo en la barra del bar es un deporte nacional y explica nuestra sociabilidad.

22.00 horas. Soy un disfrutón, me divierto con un montón de cosas, especialmente con el arte y la cultura, que nunca se han de imponer como una obligación. Me sorprende que ahora se conmine a todo el mundo a leer el 'Ulises' de James Joyce como si fuera una penitencia. La cultura ha de servir para afinar la sensibilidad y gozar de una percepción más abierta de la realidad.

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