Toda imagen creada es un espejo que refleja unos modos de ver. Miramos al mundo y a los otros en relación con nosotros mismos, de nuestra mentalidad y actitud. Este es el punto de partida de la exposición 'El espejo perdido. Judíos y conversos en ... la España Medieval' que el Museo del Prado acoge el hasta el 14 enero. Con una heterogénea selección de 75 piezas, la muestra recupera ese espéculo deformante e interesado en el que los cristianos reflejaron su rechazo, cuando no su odio, a judíos y conversos en España inquisitorial, entre 1250 y 1492.
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Las imágenes jugaron un papel crucial en la compleja relación entre estos tres colectivos. Fueron un eficaz medio transferencia de ritos y modelos artísticos entre cristianos y judíos y propiciaron un espacio de colaboración entre artistas de ambas comunidades. Pero tuvieron un sombrío reverso, contribuyendo a difundir el creciente antijudaísmo que anidaba en la sociedad cristiana de la época.
La estigmatización visual de los judíos fue así «un fiel reflejo del espejo cristiano, de sus creencias y ansiedades, y un poderoso instrumento de afirmación identitaria», dice Joan Molina Figueras, jefe del departamento de pintura gótica española del Prado y comisario de la muestra. «No es una exposición sobre la historia del arte. Es sobre la historia de las imágenes y su papel capital en las relaciones entre el conversos, judíos y cristianos» precisa. Unas relaciones tensas y rebosantes de inquina.
Tras la masiva conversión de judíos al cristianismo a causa de los progromos de 1391, «las imágenes de cultos se usan como prueba para afirmar la sinceridad de los nuevos cristianos o, por contra, para acusarlos de judaizar», explica el comisario. La extensión de las sospechas de herejía judaizante serán así la base de la fundación de la Inquisición española en 1478. Consciente del poder de las imágenes, la nueva institución y su cabeza ejecutora, Tomás de Torquemada, «hizo un uso intensivo de las imágenes para diseñar poderosas escenografías o definir fórmulas de identificación visual de los conversos», precisa Molina. «Las imágenes de estas políticas, cruciales para acusar a los judaizantes, nos recuerdan que, si bien la diferencia existe, la alteridad se construye», asegura.
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El eje de la muestra es la percepción que los cristianos tuvieron de los judíos y, a partir de 1391, de los conversos descendientes de judíos, determinada por razones religiosas, sociales como políticas y al final incluso raciales. Por las creencias, miedos y ansiedades de los cristianos» resume el comisario.
Los santos y mártires de la cristiandad se contraponen así con doctores de la ley judía en unas piezas «de enorme diversidad y pluralidad». «En muchas está muy marcada la mirada antijudía que desde el siglo XIII se instala como corriente», reconoce el comisario. A menudo las obras son acusatorias, un instrumento más de la Inquisición que capacita a los Reyes Católicos para perseguir a los herejes cristianos, a los nuevos conversos judaizantes».
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Todo se rompió cuando aún había conversos en cargos de poder. «El Estatuto de Toledo de 1499, uno de los primeros estatutos de limpieza de sangre, establece que los conversos eran impuros por una cuestión de sangre. Ya no hablamos de antijudaísmo sino de antisemitismo, la cuestión ya no es la religión, sino la sangre», precisó el directo de Prado Miguel Falomir.
Entre las piezas más destacadas de la muestra, los frontales de Vallbona de les Monges, 'La fuente de la vida', del taller de Van Eyck y el auto de fe de Pedro de Berruguete, que está en el origen de la exposición. Berruguete trabajó para Torquemada para ensalzar a la Inquisición en la obra propagandística que son sus retablos para Santo Tomás de Ávila, epicentro inquisitorial.
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Hay préstamos históricos, como las Cantigas de Alfonso X el Sabio del 'Código Rico', que cede Patrimonio Nacional; la Hagadá Dorada, un manuscrito hebreo ilustrado realizado probablemente en Cataluña durante el segundo cuarto del siglo XIV, de la British Library, o el 'Fortalitium Fidei', (Foraleza de la fe), un tratado sobre los enemigos de la fe cristiana que incluía a herejes, judíos, musulmanes, brujas y demonios del clérigo franciscano, predicador y demonólogo Alonso de Espina de la Biblioteca Nacional de Francia.
Además de las pinturas de sobresalientes maestros del góticos como Bartolomé Bermejo, Fernando Gallego o Bernat Martorell, hay piezas realizadas más allá de los cánones de la historia y los estilos, como caricaturas, sambenitos grabados o bizarras esculturas procedentes de una centenar de iglesias, museos bibliotecas archivos y colecciones particulares.
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Organizada en colaboración con el Museo Nacional de Arte de Cataluña, la exposición ha sido seleccionada como una de las 15 imprescindibles de este otoño por la revista ARNET.
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