«Vivimos en la era de la máquina» proclamó en 1915 el fotógrafo Paul B. Havilad en la revista '291' publicada en Nueva York, urbe llamada a sustituir a París como meca del arte. Se abría así la era tecnológica que hoy define nuestras vidas. Para Salvador Dalí el arte era «una máquina de pensar». El onírico imaginario del genio surrealista se vio también afectado por las máquinas. Se abrió a lo irracional y lo artificial, como tantos artistas antes que él en el primer tercio del siglo XX, en especial tras la crisis que supuso la Primera Guerra Mundial.
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A explorar ese cambio drástico y determinante que supuso para el mundo y para el arte la irrupción de la tecnificación se dedica la muestra 'Surrealismos. La era de la máquina', que acoge hasta el 21 de abril la Fundación Canal en sus salas de Madrid. Se adelanta al centenario del primer Manifiesto surrealista de André Breton, publicado en París en octubre de 1924, para constatar la determinante influencia que la máquina sobre el movimiento surrealista, «un campo hasta ahora poco explorado», según la comisaria de la muestra, Pilar Parcerisas.
Tras la Gran Guerra el arte se tecnifica y refleja la transformación de la sociedad al transgredir los límites del arte tradicional. El objeto industrial seriado, fruto de la máquina que también cambió el mundo, irrumpe en el arte para perpetuarse. Nueva York acogió tras la guerra que devastó a Europa a destacados artistas europeos como Marcel Duchamp o Francis Picabia. Llegaron en plena explosión de los rascacielos, del maquinismo, la tecnificación industrial, la producción en serie y la reproducción mecánica.
«El arte abraza la industrialización, la máquina cobra protagonismo como objeto del arte y se erige, al tiempo, como instrumento crítico para su creación», explica Parcerisas, historiadora y crítica de arte, ensayista y comisaria formada con Harald Szeemann. Recuerda que los pioneros fueron, con todo, los dadaístas, valedores del antiarte. «Desafiaron corrientes anteriores en busca de expresiones acordes con una sociedad moderna, impulsada por la ciencia, la industria y la tecnología», dice la comisaria. Estamos ante la apertura de un camino que conduce al arte contemporáneo a través de obras de Marcel Duchamp, Man Ray, Francis Picabia, Alfred Stieglitz o Salvador Dalí. Unos creadores que rompieron la tradición academicista y se adentraron en una nueva era de modernidad. «El surrealismo descubre el cueepo como máquina que elabora sueños, que genera deseo erótico y desvela la fuerza del inconsciente y la irracionaluad como fuerza creativa», dice Parcerisas.
Con la reproducibilidad técnica del objeto, la fotografía y el ilusionismo óptico llega «la libertad total del acto creativo». Tanto que «se cuestiona la autoría y el valor del original a través de copia o la intervención».
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La exposición cuenta con 125 obras procedentes de colecciones privadas que Parcerisas presenta en cuatro secciones. La primera es 'El nuevo mundo y la fotografía pura', donde el protagonista es el visionario Alfred Stiegliz (1879-1953). Anfitrión de Duchamp o Picabia en su galería 291 de Nueva York, creador del grupo Photo Secession y la legendaria revista 'Camera Work', consolidó la fotografía como obra de arte.
'Del desnudo artístico al cuerpo como máquina', reúne piezas que desvelan al más surrealista Man Ray (1890-1976), un creador poliédrico que elaboró objetos y poemas visuales tan sugestivos como sus fotos, -hay una copia de su famoso 'Violín de Ingres' (1924), la foto mas cara de la histria- y de un Dalí (1904-1989) obsesionado por las Venus que aplica su método paranoico-crítico en la portada del catálogo de la galería Julien Levy en 1936 en la que las obras expuestas penden en un acordeón de imágenes de los pezones de un busto femenio con rostro casi androide. 'De la abstracción a la máquina' explora el raro y fructífero matrimonio entre la tecnificación y el arte abstracto a través de obras de Francis Picabia (1864-1953) como 'Hija nacida sin madre' (la máquina) o los 'Relieves de Rotor' que Marcel Duchamp (1897-1968) elaboró en 1935 en su afán de encontrar la tercera dimensión a partir del movimiento espiral.
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En 'Eros y máquinas' Duchamp vuelve a ser protagonista a través de la documentación sobre su 'Gran vidiro', enigmática obra subtitulada 'La novia desnudada por su solteros' que jamás sale del museo de Filadelfia y a la que su creador se refiere como 'máquina célibe'. También su maleta 'Boíte-en-valise', una obra que cuestiona principios sacrosantos del arte «que conceptualiza para sostener que original y copia valen los mismo» y en la que encierra miniaturizados todos sus 'ready-mades y su irreverente Gioconda a la que plantó bigote y perilla.
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