![Miguel Abellán, bello gesto sin recompensa](https://s3.ppllstatics.com/hoy/www/pre2017/multimedia/noticias/201410/05/media/73886087.jpg)
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BARQUERITO
Domingo, 5 de octubre 2014, 13:44
La aventura de matar Miguel Abellán a solas seis toros de encaste Lisardo-Atanasio fue digna de mejor causa. Fue corrida de dos mitades simétricas. En la primera de ellas saltaron los dos mejores toros de la tarde. Un primero del hierro de Ventana del Puerto y un tercero de Puerto de San Lorenzo, ganaderías filiales. Con uno y otro estuvo más que bien. Inteligente y paciente, calibró las fuerzas y la calidad del toro que partió plaza -hondo, corto, muy astifino- y, ni tapado ni descarado, bien reunido siempre, hizo fluir una faena que pareció hasta sencilla sin serlo, porque el toro, aunque noble, se volvía rápido y mucho, y tenía un punto andarín.
uToros.
Seis toros de Lorenzo Fraile e hijos. Con el hierro de Puerto de San Lorenzo. Con el de Ventana del Puerto. De variadas hechuras dentro de la línea del encaste Lisardo-Atanasio, muy bien presentados los seis. Primero y tercero, los dos de mejor son, ovacionados en el arrastre. Mansearon segundo y cuarto. Manejables los otros dos.
uTorero.
Miguel Abellán, único espada. Ovación tras un aviso, silencio, gran ovación, silencio, palmas y ovación, que se repitió al abandonar la plaza. Cumplieron bien las tres cuadrillas. Con buena nota en particular, Jarocho, Domingo Siro, Carretero y Raúl Ruiz. Prestel, atento toda la tarde, hizo un gran quite a José María Tejero. Dos puyazos excelentes de Paco María al sexto. Pepe Luis Gallego, sobresaliente, le hizo un breve y gracioso quite mixto al quinto. Herido leve Tejero puntazo en el glúteo.
uPlaza.
Madrid. 3ª del abono de Otoño. Casi lleno. Soleado.
Frescas las ideas, fresco el cuerpo todavía, Abellán consintió al toro, que se le quedó debajo dos veces, y llegó a torear a placer. Fue lo que se llama un toro agradecido. Exquisito el trato. Una estocada al encuentro parecía letal, hubo rumor de triunfo grande, pero se interpuso el destino. La estocada estaba trasera o tendida, el toro se aplomó en paralelo con las tablas y sin descubrir, Abellán no hizo ni intención de descabellar, la muerte se demoró lo indecible y, cuando al fin dobló el toro, se había enfriado el ambiente.
Se había recibido al torero de Usera con una ovación de trueno. La gente estaba con él y lo estuvo hasta el final. Mínimas censuras intransigentes solo cuando Abellán, pese a pretender disimularlo, acusó el cansancio. No hubo un solo toro sencillo. O, mejor dicho, sí lo hubo: el tercero de la tarde. Como los seis fueron serios pero diversos, no serían sencillo elegir por hechuras, cuajo o trapío solamente uno. Ese tercero -ligeramente bizco, abrochado y apuntado, muy astifino, hondo de verdad- fue, junto a primero y quinto, uno de los tres mejor rematados.
Frío y abanto hasta la exageración y algo incierto en banderillas, el toro vino a ser descubierto por el propio Abellán en un quite inesperado, inspirado y logradísimo. Después de banderillas, Abellán se fue al platillo y citó de largo para enroscarse en una primera chicuelina cosida con una tafallera, y enseguida repetidas las dos, y el broche de una revolera antológica. Se volcó la plaza.
En tarde de gran sobriedad de gestos, este tercero fue el único que Abellán brindó. Al público. Y esta fue, además, la faena de la tarde con notable diferencia. Soberbio el trasteo. Acoplado Miguel al tranco pesado del toro, que, descolgado, noble y fijo, embistió con más carácter que potencia. Viajes de ritmo pesado, el tranco del toro. Pero ritmo perfecto de Abellán. Despacio, despacio. Ligando templadas tandas de cuatro y hasta cinco, por las dos manos, con remates improvisados. Refresquitos para el toro.
Extraordinaria una tanda con la izquierda. Precioso el final con muletazos cambiados genuflexos, uno de los cuales convirtió en un desplante exquisito. Iban a caer las dos orejas. Pero solo si entraba la espada. Y no entró hasta el cuarto intento. Tres pinchazos previos cobrados sin fe aguaron la fiesta. Ovación para el toro en el arrastre y una ovación de las de crujir la plaza para Abellán, que renunció a dar la vuelta al ruedo. En esa primera parte de la gesta ya se había atascado Miguel con la espada. Solo que con más motivo, porque el segundo de corrida, corto el viaje y algo artero, se paró y rebrincó, mandó más de un recado y hasta desarmó a Abellán, que abrevió y no le vio al toro la muerte.
Muy complicado
El cuarto, cinqueño, fue el más hondo de la corrida. Muy complicado: de salida oliscó, se frenó y se puso delante. Toro con el recelo de la mansedumbre, que vino a agravar una lidia muy morosa. Costó sujetar al toro, que, además de soltarse, volvía contrario, y protestaba en cada viaje. Y hasta una coz. Hubo que abreviar. Mantuvo la calma muy entero. Miguel. A este cuarto le pegó la estocada que tendría que haberle pegado al tercero o al primero y habrían cambiado el rumbo y el sino de la fiesta.
Pero ya no hubo fiesta. El quinto, precioso toro, acucharado y largo, de gran armonía, fue muy bien lidiado por Raúl Ruiz pero el empeño de los reglamentistas forzó un tercio de varas abusivamente largo. Dos veces se vio desarmado Abellán, como si le pesara entonces el capote en las manos. Salió a quitar Pepe Luis Gallego, sobresaliente, que de novillero toreó tanto en las Ventas -y siempre bien de capa-, y el toro tardeó, escarbó luego, y se lo pensó. Y empezó a rebrincarse cuando Abellán quiso enjaretarlo en un esfuerzo serio. Punteó el toro. No rompieron ni la faena ni el toro. Ni entró a ley la espada: un pinchazo hondo y dos descabellos.
Antes de soltarse el imponente sexto -levantadísimo, sillote y alto de agujas- le pegaron a Abellán una ovación de aliento y reconocimiento. Casi 600 kilos de toro, un cuello monumental. Abellán lo lidió con los vuelos, lances por delante, toreo de piernas de alta escuela. Picó perfecto Paco María. Parecía que. El toro cortó, sin embargo, en banderillas. Mal aviso. Abellán quiso más que pudo. La fatiga. Y un dilema: si le bajaba la mano, el toro, con cierta fiereza, las perdía o se sentaba. Y si no, se revolvía. Si se le perdía la cara, se enteraba. Una papeleta. Después de libradas tres tandas costosas, parecía vista para sentencia la cosa. El final inesperado: una estocada por el hoyo de las agujas.
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