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BARQUERITO
Viernes, 7 de agosto 2015, 12:58
No pasó apenas nada que no estuviera previsto. La nobleza general de la corrida de Algarra se tradujo en abundantes, embestidas generosas, predecibles, fiables. Solo el tercero de la tarde, que mugió dolido y escarbó, llegó a insolentarse. No mucho. Fue el único que no llegó a prestarse al baile. Lo hicieron los cinco restantes. Pero de distinta manera. Corrida buena y bonita. El primero, de hermosas hechuras, corto de manos, bajo de agujas, engatillado y enmorrillado, algo acochinadito, negro zaino, sacó fondo pastueño. Pero se le fueron mucho las manos, las perdió. Podría haberse jugado sin picar. Rivera lo toreó con mimo en mecidos lances despegados, clavó tres pares de banderillas precisos y sencillos, y se entretuvo en un trabajito sedoso en la media altura. Se ahogaba el toro, si no.
uToros. Seis toros de Luis Algarra.
Toreros.
Rivera Ordóñez 'Paquirri', saludos y una oreja. El Fandi, oreja y saludos. Sebastián Castella, palmas y ovación tras un aviso.
Plaza.
Vitoria. 2ª de la Blanca. Caluroso, seco, abierto el tinglado de cubierta. 3.500 almas. Dos horas y veinticinco minutos de función.
Siempre le ha gustado a Rivera vestir de torero rico y en esta vuelta a Vitoria al cabo del tiempo se dejaron ver los muchos brillos del oro en una chaquetilla de preciosos bordados y en las tiras tupidas de una taleguilla de seda azul marino. Un tesoro. Iba muy elegante Francisco. En la suerte contraria, una estocada en el rincón.
Sacaron bastante más fuelle los cinco toros que vinieron después. Y más que ninguno, el segundo. El único colorado de un envío donde fueron mayoría las pintas burracas o urracas. Tercero, quinto y sexto: negros salpicados los tres. O burracos. Es la pinta predominante en la ganadería de Algarra. Ahora y siempre. El hábito no hace al monje y los tres burracos salieron bastante diferentes.
El colorado, 545 kilos, el mayor de todos, ganó en calidades y estilo a todos. Solo un picotazo perfecto le pegó José Manuel González, un veterano y extraordinario picador. El Fandi recibió al toro en tablas con dos largas cambiadas de rodillas y, en pie, lanceó luego despacio. Antes del cambio de tercio, un quite de tres lances mexicanos, el vistoso quite del Zapopán, un alarde malabar con los vuelos y la esclavina del capote, el toro pasa desconcertado, y una buena revolera. No tres sino cuatro pares de banderillas. Pleno: cuarteos en carrera marcha atrás, reuniones en la cara, carreras cumplidas, apretones del toro, El Fandi imperioso, supino, omnipotente. Se puso la gente de pie. Y en seguida una faena de sitio, dominio y colocación. Algo más acelerado El Fandi de lo que suele -sabe torear despacito- pero la entrega sin reservar no admite protocolos. De largo, de cerca, de rodillas o no. Tandas casi calcadas, clamor continuo: Vitoria es para El Fandi el patio de su casa. El muletazo cambiado que, ganando el costado, precedió a la igualada fue una hermosura. Una estocada.
Dio la impresión de que los toros habían sido corridos en el campo. La dio el tercero, muy corretón. Y el cuarto, de rico galope; y el quinto, que tardó en fijarse; y el sexto, gacho, acodado y bizco, pero el más ofensivo y astifino de la corrida. De tanto correr sin freno, ese sexto dio la impresión engañosa de toro celoso. No lo fue. Sino todo lo contrario. Fijeza nada común. Castella se le metió y encajó entre pitones en una faena de calculada temeridad pero no carente de riesgos.
Lo que marcó la fiesta fue, de un lado, la pasión contagiosa que levanta El Fandi -una peña de blusas en un tendido de sol bramaba en respuesta a cada gesto- y, de otro, la longitud de las faenas. Interminables las dos de El Fandi y las dos de Castella. Se midió más Rivera, y eso porque el cuarto, entre sardo y salinero, pintas mixtas con predominio colorado sobre el pelaje blanco o castaño, se apagó antes de tiempo. Rivera abusó de la distancia corta, vulgo, encimismo, y el toro, falto de espacio y aliento, se desinfló. Un sinfín de circulares inversos, cites en uve, otra estocada rinconera, pero ésta sin puntilla.
El quinto, mazorcas gruesas, bizco pero recogido de cuerna, acucharado por tanto, fue el toro mejor hecho de los seis. Casi un telele antes de banderillas, pero los rehiletes de El Fandi son genuinos avivadores. Otra vez de pie la gente. Y la música: al sexto muletazo ya estaba sonando el Manolete, de Orozco. Dos vueltas al pasodoble porque El Fandi no se cansó. Verdaderos alardes en los desplantes, casi tumbado de espaldas el torero granadino. Dueño de todo. Tampoco se cansó el toro, noble pero no tonto. Un metisaca horrendo en los bajos. Castella tampoco se cansó ni escatimó en la última baza. El último toro en puntas de esta nueva versión reducida de la Blanca. Trenzas y ochos del torero francés enroscado con el toro. Iba a haberle cortado una oreja legítima. Sonó un aviso. Y por eso sería. Y fue que no.
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