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Miguel Abellán da una bernardina al segundo de los de su lote de ayer en Madrid. :: efe
Un notable atanasio de Valdefresno

Un notable atanasio de Valdefresno

Sabio oficio de Miguel Abellán, pericia de Daniel Luque, valor de Saúl Jiménez Fortes

BARQUERITO

Sábado, 7 de mayo 2016, 12:39

Sacaron a Saúl Fortes al tercio saludar tras romperse filas. Era su reaparición en Madrid tras la gravísima cornada de mayo del año pasado. El corazoncito del público de las Ventas. Su memoria. No solo su fama de alma de pedernal. Y enseguida empezaron la corrida y la feria. Las dos cosas a la vez.

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros. Seis toros de José Enrique y Nicolás Fraile. Todos, con el hierro de Valdefresno, salvo el tercero, con el de Hermanos Fraile Mazas.

  • uToreros. Miguel Abellán, silencio y saludos tras un aviso. Daniel Luque, silencio y aplausos tras un aviso. Fortes, silencio tras aviso en los dos.

  • uPlaza. Madrid. 1ª de San Isidro. 21.000 almas. Nublado, templado, calabobos durante dos toros y lluvia durante la lidia del sexto. Dos horas y cuarto de función.

Se ha hecho costumbre que rompa el fuego del abono de Madrid una de atanasios de Valdefresno. Se cumplió con el uso. Corrida de diversa traza. Casi todas las variedades del toro de estirpe Atanasio: el corto, serio y cabezón -el primero; el hondo y largo de gruesas mazorcas y respeto en gesto y acción -el segundo; el sacudido, estrecho, cornicorto y sin plaza por falta de morrillo -el tercero; el pavo cinqueño de morrocotudo cuajo, remangado, más serio imposible, y mejor rematado que cualquiera de los otros -el cuarto; el culopollo que parece ir ganando peso y altura a medida que empieza a moverse -el quinto; y el bajo de agujas y corto de manos, playero y por eso incómodo- el sexto y último. Un raro catálogo.

Era costumbre que las corridas de Valdefresno salieran enormes y parejas. Ya no. Hubo un toro de muy buena nota -son, fijeza, nobleza- que resultó ser el monumental pavo. El toro a más tan característico del encaste. Y hubo, además, uno bastante buenecito, el primero, solo que con el empuje justo y ni una gota más. De modo que a manos de Miguel Abellán vino a parar el lote de la corrida.

Siendo toros de aire diferente -dóciles y prontos los dos, pero de muchísima más viveza el cuarto que el primero-, Abellán los toreó de parecida manera: en terreno mínimo, en tandas de cuatro con la diestra y el de remate airoso, sin apreturas, sin perder pasos, dueño de la cosa. Al aire del primero, porque no procedía forzar ni apretar, y ligando muletazos rehilados al cuarto, que, aun corto de cuello, descolgó enseguida alegremente. Toro de los de traerse adentro y no desplazar: eso hizo Abellán. Pero sin soltar toro para ligar de verdad. «¡Tauromaquia moderna.!», protestó una voz sonora del sector ortodoxo.

La faena tuvo su tanda sobresaliente y de fondo, una de cinco en redondo y el de pecho, pero, por larga, se fue desinflando poquito a poco. A los dos toros los tumbó de estocadas de auténtico oficio, soltando Abellán el engaño en las dos reuniones; al cuarto lo hizo rodar al segundo golpe de verduguillo. No cabe decir que Abellán pagara la frialdad propia del toro que parte plaza ni la distancia propia también del público rccién entrado en feria. Hubo toros abantos, fríos y en apariencia inciertos de salida, pero no esos dos de Abellán. No fue tampoco tarde de público reticente y castigador -solo un poco con Abellán precisamente, y midiéndolo en función de la calidad del cuarto de corrida-, sino casi todo lo contrario.

Las dos faenas de Daniel Luque fueron lo que se llama faenas de sol. En todos los sentidos: el literal, porque el cogollo de una y otra se resolvió en tablas de dos tendidos de sol de fácil contento -el 5 y el 6-, y el literario, de toreo destinado en parte a la galería. El segundo valdefresno no fue sencillo -revoltoso, listo, pendenciero- y hubo que tragar. Más que someter Luque se planteó gobernar. Y eso mismo, hasta el desplome y raje del toro: la cara entre las manos, el abrigo de las tablas, su renuncio. Una estocada caída. Trasteo mal medido que pecó de largo y no de falta de oficio. Con el quinto, que bramó mucho, trató Daniel de torear a lo grande -apertura de largo en los medios, sin catas, aunque sin ajuste- pero, rebrincadito y cobardón, no se prestó el toro a fuegos fatuos. Un trabajo de aliento, larguísimo, de más pericia que méritos o ideas. Muy discutido un final de medios muletazos en trenza sin espada. Un aviso antes de la igualada, una estocada.

Dos lances de rico compás y una media excelente de broche en el recibo del tercero fueron los tres momentos felices de Fortes, que quiso torear al tercero en la media altura, pero abusó de los tirones, no encontró la fórmula para sujetarlo cuando empezó a abrirse e irse a la vez y tardó un mundo en cuadrarlo porque el toro se le recostó contra tablas en señal de mansedumbre. El playero sexto, que se estiró de partida con sorprendente elasticidad, acusó una lidia muy desafortunada, en banderillas esperó o arreó descompuesto y no llegó a fijarse nunca. Ni siquiera en las tablas adonde le llevaba la gana de irse. Muy tranquilo Fortes, como si no hubiera ni riesgo. Fácil manera de estar en la cara del toro. Pero eso no bastaba. Dos pinchazos, una estocada. Toro y torero habían recorrido para entonces dos veces el anillo. Y llovía a cántaros.

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