BARQUERITO
Miércoles, 13 de julio 2016, 11:20
La corrida de Victoriano del Río -cinqueños los tres primeros- trajo dos toros de buena nota. El primero de los tres cinqueños, que partió plaza, y el segundo de los tres cuatreños, quinto de la tarde. El uno, acodado y corto de manos, castigado en tres varas, traseras dos de ellas, se atemperó en la muleta con son pastueño. El otro, acucharado, el hocico afilado proverbial de la sangre Tamarón, galopó de partida con alegría, se fue por el caballo de pica como un cohete y desmontó a Salvador Núñez en ataque por sorpresa y al fin cobró de bravo un puyazo perfecto.
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Toros.
Seis toros de Victoriano del Río. El quinto, Desgarbado, número 52, negro zaino, premiado con la vuelta al ruedo.
Toreros.
Juan José Padilla, oreja tras aviso y silencio tras dos avisos. El Juli, silencio tras aviso y dos orejas. López Simón, palmas tras aviso y una oreja.
Cuadrilla.
Picó a modo Diego Ortiz al segundo. Un puyazo perfecto de Salvador Núñez. Dos capotazos de brega de José María Soler. Pares buenos de Álvaro Montes, Miguel Ángel Sánchez y Jesús Arruga. Un quite providencial de Miguel Peña a Domingo Siro, perseguido por el sexto toro.
Plaza.
Pamplona. 8ª de San Fermín. 18.500 almas. Soleado, fresco, bastante ventoso. Dos horas y media de función. Los tres espadas y sus cuadrillas hicieron descubiertos el paseo en señal de duelo por la muerte de Víctor Barrio. A su memoria brindaron Padilla y El Juli sus primeros toros.
El Juli pidió el cambio con esa sola vara. Como si la primera reunión, la del vuelco de Salvador, que cayó de bruces, hubiera contado como picotazo. Crudo quería El Juli al toro, que en banderillas arreó con la chispa de temperamento que distingue en el hierro de los Del Río a los bravos en grado mayor. No había acabado el toque de timbales y ya estaba El Juli brindando desde los medios lo que iba a ser una faena de trueno, muy de su firma y manera, inconfundible el aire. La resolución impagable.
No fue preciso ni tocar una tecla. En tablas seis muletazos, tres de ellos genuflexos, largos, por abajo , ligados en un palmo, tres cambiados, los otros tres en la suerte natural, y el de pecho. Y ya estuvo el toro para lo que dispuso El Juli en una faena de autoridad arrolladora, inmaculada, de torrencial abundancia y, aunque costara imaginarlo con esa apertura tan rica, de son rampante, ritmo creciente y clamoroso final.
Tres tandas en redondo en el tercio, en paralelo con las tablas, donde los toros suelen darse mejor: una de seis, otra de siete, y una tercera de ocho, con sus variaciones cascabeleras en los remates o la apertura. El de pecho clásico en la primera de las tres; un cambio de mano con el de pecho en la segunda; la tercera se armó a partir de un primer cambio de mano por delante. Estaba por llegar la guinda mayor, que fue una tanda con la izquierda de mano bajísima y engaño arrastrado, y el toro se comía la muleta, y dos molinetes verticales, casi en un lazo, y el de pecho. La tanda se celebró con los olés clásicos. Rugió la gente.
El ritmo de la faena no dio tregua ni al toro ni a nadie. Una tanda más en redondo, Dominio abrumador. Tres circulares cambiados, que, por bravo, no consintió el toro enteros, pero los tres cosidos con el de pecho. Una trenza graciosa y, antes de la igualada, tres ayudado a dos manos primorosos. Una faena redonda. En la suerte natural, una estocada trasera. Y, entonces, se dolió el toro, que se fue a tablas del sol junto al portón de corrales. Ahí fue a reclamarlo El Juli, que sacó la espada de frente y a pulso, y él solito esperó a que el toro descubriera para tumbarlo de un solo golpe de verduguillo. Mientras se esperaba ese momento culminante, se puso de pie muchísima gente. Tal era la emoción. Una oreja, pañuelo azul para el toro y otra oreja por ese orden, mero antojo o resistencia del palco. El Juli estaba emocionado.
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El resto de corrida fue distinto. Empezando por los toros y siguiendo con lo demás. El primero de El Juli, abierto de cuna, culopollo, andarín, mirón, probón, reservón, de revolverse y hacer hilo, fue el más complicado del envío. A El Juli, contrariado, le costó ajustar al toro, que se le venía encima por pegajoso y punteaba. Faena de dos mitades: una de golpes de castigo, tapado siempre el toro, El Juli toreando a su manera sobre las piernas; y otra de someter El Juli ese díscolo genio con sus solas armas: un pequeño engaño y unos brazos de mucho poder. El toro acabó gobernado y, cuando hizo hilo hacia tablas, El Juli tuvo los santos bemoles de sujetarlo en seco con un desplante frontal de rodillas. Ninguna fe con la espada, tres pinchazos, un aviso, un descabello.
Padilla, larga cambiada en tablas para abrir boca, tres pares de banderillas, anduvo a gusto con el buen primero a pesar del viento perturbador. Largo trasteo, desigual ligazón, muletazos de ley pero también de los toros, una cadena de espaldinas, un circular con desarme, molinetes de rodillas, un desplante, una estocada soltando el engaño. Bramó la corte de sus fieles corsarios de tendidos y andanadas de sol. «¡Illa, illa, illa, Padilla maravilla!» Unas cuantas banderas piratas en vuelta al ruedo triunfante. Una de ellas, portada por el propio Padilla. Descaradísimo el cuarto de corrida, pero se llevó dos largas cambiadas en el tercio para empezar, dos pares al violín, el segundo de ellos previo cite de rodillas, y la copla de una faena de las de todo para el pueblo y hasta que se sacien. Un par de minutos esperando de rodillas en el platillo Padilla a que el toro atendiera y se arrancara, y no hubo manera, sino el remido de irlo a buscar. Noble el torazo ese, pero más la nobleza que la gasolina. Padilla no le perdió de vista ni un segundo. Le costó pasar con su infalible espada.
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De rodillas abrió López Simón con el tercero, que salió manejable y vino al toque siempre en faena un punto desordenada, de desigual criterio. Llegó a haber una tanda de dos por abajo y cuatro por arriba después, cosidos todos en la misma hebra. El viento no dejó elegir terreno ni sujetar del toro engaño. Un pisotón, algún tirón, firmeza y entereza. Larga la cosa. Y un sexto toro, el último de los cuatro que mataba este año en Pamplona el torero de Barajas, altísimo y muy montado, de cuello de gaita, bizco, badanudo, más vuelto que veleto, justito de fuelle, flacote y, en fin, muy noble. Una faena de tono mediano, pesaba la sombra de El Juli, y un final algo extravagante: el torero encima, el toro casi aconchado en tablas, una tanda de muletazos sin ayuda cobrados con las vueltas pero sin encelarse el toro, una voltereta y un desplante. Muy blandito el palco. Una oreja.
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