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BARQUERITO
Jueves, 25 de mayo 2017, 08:53
Talavante se llevó los dos toros más encastados de una corrida por todo diversa de Cuvillo. Un jabonero calcetero, astifino y ligeramente recogido, y uno negro listón, despapado, abierto de cuerna, con más plaza que el jabonero pero no tan bello de ver. El jabonero metió los riñones en una vara de mucho emplearse, pero solo en esa baza. Castigado por un pequeño coro de miaus, el toro apretó en la larga de remate de un quite de Roca Rey con un celo de bravo sorprendente y en banderillas galopó con una velocidad formidable, pies ligerísimos. Carbón, carbón.
uToros. Seis toros de Núñez del Cuvillo.
uToreros. Juan Bautista, silencio y saludos. Alejandro Talavante, saludos y una oreja, Herido por el quinto. Cornada de 20 cms. en el tercio inferior del muslo derecho. Roca Rey, silencio y aplausos.
uPlaza. Madrid. 13ª de San Isidro. Primaveral, casi estival. 24.000 almas, agotado el billetaje. Dos horas de función.
Nunca se sabrá si al toro le faltaba un segundo puyazo en regla. El temperamento, parejo a la entrega y la fijeza, le puso a la faena de Talavante no una gota sino un chorro de emoción con el que casi nadie contaba. Al asomar el toro, se había dejado oír a modo el coro célebre del «¡Toros, toros, plas-plas-plas!» de Madrid. Bastante más prolija de lo habitual en Talavante, la faena, el cuerno de la abundancia, fue de riesgo, dominio y tensión. En el tercio y casi los medios toda entera.
No hubo manera de esconderse. Ni lo pretendió Talavante, puesto desde el primer muletazo sin previa prueba. La misma firmeza y la misma soltura por las dos manos, en tandas ligadas de no menos de seis muletazos encadenados con el molinete, el cambio de mano y el de pecho. Rotunda la rúbrica de las cuatro primeras tandas muy de poder a poder porque la velocidad del toro no admitía doma y en el remate por la mano izquierda tropezó engaño más de una vez. La izquierda de Talavante, sagrada materia. Pues esta vez fue la diestra la mano de más templarse. Y el lado de más consentir porque el toro se le paró delante hasta tres veces seguidas, y ni pestañear. Una tanda de frente fue solución antes de pensar en cuadrar. Y antes de cerrar al toro, un pase de pecho soberbio. La igualada fue laboriosa. Se enfrió el ambiente. Un pinchazo soltando el engaño y un gran sopapo. Rodó sin puntilla el toro. No hubo ni petición de oreja. Así estaba el ambiente. Roca Rey se encontró del revés a unos cuantos, los suficientes como para freírlo. Ni una palma para subrayar sus buenos lances en el saludo al tercero, que flojeó y desató el enfado de las palmas de tango. De antemano Roca era tan protagonista del cartel como Talavante. Solo que el aire estuvo muy enrarecido con el torero limeño y volcado con Talavante. El reparto de toros hizo el resto. El de las palmas de tango escarbó, se rebrincó y se vino abajo. No hubo manera de romper el reticente silencio de reproche con que se midió a Roca en ese toro. Ni los estatuarios de apertura, ni la firmeza al pisar terrenos de compromiso, ni el cruzarse con desenfado. Ni un péndulo final. Una estocada caída.
Juan Bautista, inteligente en el turno de apertura, templado en la media altura pero también reiterativo con un salinero que no humilló, había empezado a cambiar el signo de la cosa con un cuarto toro que se derrumbó al rematar Talavante con larga un quite por mandiles y mal se tuvo en una réplica del torero de Arles por tijerillas. Antes de eso Juan Bautista, fiel a su largo repertorio, se hizo querer en un quite espectacular por crinolinas. Y se hizo admirar cuando, tras faena de temple y ajuste buenos, no pocos muletazos primorosos por las dos manos, caligrafía exquisita, citó a recibir para enterrar arriba la espada.
Luego, fue el segundo turno de Talavante. Y fue una faena todavía mayor que la del sobrero de Mayalde del pasado viernes y mucho más redonda que la del jabonero. Después de haberse visto al toro blandearse y también recargar en la primera vara, y de dolerse, arrear y hacer hilo en banderillas, nadie se imaginaba que Talavante volviera a abrir faena sin una sola prueba, sino en órdago y jaque, por las bravas, de largo y fuera de las rayas, la muleta en la zurda. Un primer muletazos soberbio, en el segundo se le acostó el toro y casi lo hiere, en el tercero ya tenía Talavante en la mano el toro, y en el cuarto más todavía, una trincherilla, otro natural y un paseo discreto. De pronto era otro el toro, Talavante se lo enroscó a cámara lenta en una segunda tanda de ritmo candente. En el remate Talavante tropezó y cayó al suelo. Ileso. Parecían otro toro y otra corrida, pero el mismo torero, que levitaba. Hasta que el toro lo empaló en una tanda con la diestra. Con eso tampoco se contaba. Iba herido el torero, pero volvió a la cara del toro con más ganas que antes. Después de la cogida, ganó la faena en recreo. Una tanda de cuatro naturales a compás, el de pecho a pies juntos y el broche mirando al tendido puso la plaza boca abajo. Un incendio. Un muletazo memorable para igualar. Una estocada desprendida soltando el engaño. Con una oreja en la mano, seguido de sus tres banderilleros, Talavante cruzó el ruedo desde el burladero de capotes a la puerta de la enfermería. Cayó un sombrero a casi sus pies.
El sexto, de traza fea, mucho más peso que los demás, más armado que ninguno, estuvo a punto de ser el de la reconciliación de Roca Rey, descarado, inquietante valor en un quite capote a la espalda de ajuste insuperable y, a tercio cambiado, en otro por saltilleras y gaoneras cosidas en los medios con un arrojo nada común. Todo eso y un inicio de faena con cite de largo en los medios para el cambio por la espalda y aguante épico volcó el ambiente. Solo que el toro salió descaderado de uno de los tres muletazos cambiados y no tardó en derrumbare. Lo levantó Roca Rey y lo mató de gran estocada.
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