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César Mata
Lunes, 9 de septiembre 2024, 08:52
Para situar como corresponde la tarde del sábado en el ruedo de Valladolid no cabe renunciar, prima facie, a adjetivos como histórica o apoteósica. E, igualmente, no cabe encajarla como una corrida más. Fue lo suficientemente interesante, e intensa, como para obtener jugosas conclusiones en ... un análisis preliminar. La primera, que Emilio de Justo y Victorino Martín son dos marcas que se alimentan recíprocamente, que su anuncio en exclusiva en un cartel supone un atípico e impropio mano a mano. Y que, como todo lo que alimenta, también hay que saber concretar la dosis justa para evitar efectos contraindicados.
La capacidad lidiadora del extremeño y el temperamento diverso de los toros de Victorino Martín fueron dos rasgos comunes a toda la corrida. Algo inevitable. Además, disculpen el parón a mitad de párrafo, quizá que todos los toros embistan con una claridad previsible podría ser el inicio de un maleficio para la vacada de la A coronada. Así las cosas, tanto el torero como los toros ofrecieron múltiples registros, y en todos ellos habitó una necesaria intensidad.
El desarrollo de la corrida mostró la homogénea determinación de Emilio de Justo y las variantes de temperamento y bravura de los astados de Victorino Martín. La cumbre, el momento en el que el sismógrafo emocional detectó el mayor pico de la tarde, sucedió con el tercer toro, Porteño, que con cinco años y medio ya había incluso pasado por los corrales de Las Ventas como sobrero.
Un astado con presencia, el de pelo más oscuro del encierro, al que Emilio de Justo toreó con verdad, determinación y pulso exquisito. Ofreció el cacereño, en la salida del toro, su versión de lidiador puro, en un toreo sustentado en las piernas, que, también, ofrece el carácter didáctico de ir enseñando al toro a embestir. A encelarse con los engaños. Tras un primer puyazo al uso, colocó largo De Justo al burel, que se arrancó con explosividad hacia el caballo. Ratificó una bravura, afianzada en una raza primigenia que desplegaría, con el carácter de una embestida tan humillada como enclasada, ante la muleta.
El torero lo veía claro y no dudó en brindar la faena al ganadero, que se encontraba en la primera fila del tendido 7. Conocedor de este hierro, el diestro ofrecía la muleta con la suavidad de un leve bamboleo de la tela, para enganchar embestidas que, conforme transcurrían las tandas, ganaban profundidad y humillación. Mando y consentimiento.
Con la derecha los muletazos brotaban con la frescura de un arroyo encastado, de agua cristalina, y al natural… al natural Emilio de Justo esculpió en el aire pases de belleza y emoción intensísimas. Con empaque, con verdad. Y con entrega.
Cual cariátide, el extremeño ejecutó los últimos muletazos ofreciendo el pecho, con frontalidad y a pies juntos. Sinceros. En la ejecución de la suerte suprema erró en el primer intento, para después enterrar el estoque desprendido. La oreja, única, premio proporcionado dado el fallo a espadas, tuvo un enorme valor, ajeno a las estadísticas.
Eso sí, al quinto, una faena más sorda, de menos brillantez estética, pero sustentada en el valor y la decisión, le recetó Emilio de Justo un soberbio estoconazo. Que tuvo, razonablemente, su peso, determinante, para que a su labor se le concedieran dos orejas. El animal tuvo la virtud de embestir con intensidad, enrazado, con una humillación que no era una rendición. Que exigía mando. Y lo tuvo. Dos naturales de factura excelente sobresalieron de la fase de muleta.
Bien armado, el segundo de la tarde permitió a Emilio de Justo cosechar otros dos apéndices. El animal, que no fue bravo, y que en más de una ocasión mostró una tímida adhesión al carácter prófugo, se sometió a los dictados del coletudo cuando comprendió que su destino era incorregible. Sometimiento permanente revisable. Que había que ganarse tanda a tanda. Pero antes de la muleta, un ajustado quite por chicuelinas hizo evidente la potencialidad de una embestida franca.
Ficha del festejo
Plaza
Valladolid, 7 de septiembre. Cuarta corrida del abono.
Toreros
Emilio de Justo, como único espada. (Leve petición, dos orejas, una oreja, aplausos, dos orejas y ovación). Sobresalientes: Álvaro de la Calle y Fernández Pineda.
Ganadería
Victorino Martín. Bien presentados en general. Destacó por su bravura y calidad el tercer toro, cinqueño. Y por los problemas para su lidia el cuarto. El encierro completo mostró una notable movilidad.
Entrada
Algo más de tres cuartos del aforo.
Tras frustrar el torero algún nuevo intento de fuga del astado, ejecutó con derechura y eficacia la suerte letal. Dos orejas, quizá excesivas, pero que premiaron una tarea de determinación y ajuste técnico muy meritorios.
El primer toro, y el último, poco ofrecieron. Y poco pudo ofrecer con ellos Emilio de Justo. Ni siquiera fueron toros peligrosos, o complicados de modo evidente. Sí el cuarto. Aunque en una versión light, podría encuadrarse en esos a los que Ruiz Miguel llamó alimañas.
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